La ignorancia tiene, por lo general, una connotación negativa. Y, sin embargo, con ella hemos de lidiar para hacer luz en nuestra vida, ella misma puede estimularnos a dirigir la mirada a lo auténticamente relevante.
CIENCIA E IGNORANCIA
El afán de saber es tan noble como necesario. Lo precisamos para conocer y mejorar el mundo y a nosotros, aunque pervertir el uso del conocimiento siempre es posible.
No obstante, ha de diferenciarse entre lo que uno puede saber y lo que, como colectividad humana, podemos alcanzar. Todos necesitamos saber una serie de cosas para movernos en el mundo, para llevar una vida, para “ganárnosla” como se dice tan habitualmente, A la vez, cada cual puede, según su deseo, profundizar en un ámbito que puede relacionarse o no hacerlo en absoluto con su trabajo cotidiano.
Como tarea colectiva, la investigación aumenta lo que sabemos en muy diferentes áreas científicas y humanísticas. A la vez, a medida que sabemos, aprendemos también que parece aumentar la cantidad de cosas que desconocemos, dándose la aparente paradoja de que la luz del saber aumenta las tinieblas de la ignorancia.
Podemos saber qué sabemos, podemos saber lo que no podremos saber, como ocurre con las restricciones a medidas simultáneas dadas por las relaciones de incertidumbre cuánticas. Es más difícil saber qué nos queda por conocer e incluso si algo que no sabemos y planteamos, como la existencia de un multiverso o las bases de la consciencia, no lo sabremos nunca. Todas esas cuestiones se dan en el ámbito científico y con implicaciones filosóficas. A la vez, el saber logrado se alía al desarrollo del conocimiento técnico, manteniendo entre ambos, no obstante, una diferencia que remite a los griegos.
Y, aunque no sea objetivo de esta entrada, conviene recordar el saber específicamente singular, el creativo o “poiético”, manifestado de forma especialmente clara en el ámbito artístico, que usa la técnica e incluso la tecno-ciencia, como medios para un resultado original y que puede afectar al espectador, incluso transformarle.
Finalmente, precisamos saber de nosotros, cada uno de sí, es decir, conocernos, algo que siempre ha sido perseguido tomando como meta la sabiduría, que da nombre a tal aspiración. Sabiduría y belleza parecen presentar una intensa relación y, además de la Filosofía, sería contemplable una Filocalía, pero este término ha quedado relegado a una práctica religiosa cristiana.
Podemos saber muchas cosas, pero estar muy alejados de la sabiduría, que no es ni conocimiento solo ni, mucho menos, información, como afirmaba TS Eliot. Si el conocimiento requiere información y objetivación, la sabiduría implica un saber sobre el mundo y sobre lo subjetivo, especialmente de la propia ignorancia, siendo por ello natural que alguien dijera “sólo sé que no sé nada”. Podemos postular así que una inteligencia artificial nunca será sabia, lo que equivale a asumir que nunca será consciente de sí, por más que emule un comportamiento humano.
Decía Harold Bloom que “no podemos encarnar la sabiduría, aunque podemos enseñar cómo conocerla, la identifiquemos o no con la Verdad que podría hacernos libres”. De lo que no cabe duda es de que cada uno encarna muchas ignorancias. Aunque no sepamos en qué consiste y mucho menos podamos, contra Bloom, enseñar cómo conocer la sabiduría, sí podemos alcanzar a sabernos grandes ignorantes.
La ignorancia es algo que puede intuirse o saber que existe en distintos campos de estudio, algo que sobreviene al conocimiento alcanzado en ellos.
Marcus du Sautoy escribió un libro de título evocador, “Lo que no podemos saber”. En él abarca el comportamiento de sistemas caóticos (deterministas, pero con una gran sensibilidad a condiciones iniciales, que dan al traste con la predicción de un resultado empírico), la dificultad de interpretar la mecánica cuántica, con el entrelazamiento que remite a una realidad no local, por ejemplo, o en el deseo de saber cuándo una masa radiactiva emitirá una partícula, planteándose la relación entre lo epistemológico y lo ontológico. Se detiene también en el impacto que la incompletitud de Gödel tuvo en la axiomatización de Hilbert, que pretendía negar el “ignorabimus”. Contempla asimismo el problema que plantea la exquisita precisión para la vida humana de las constantes físicas del universo, así como de la alternativa de un hipotético multiverso, que liquidaría el argumento del principio antrópico que exige un universo único. También toca la conservación de la información en los agujeros negros y revisa rápidamente el gran problema de la consciencia.
La cuestión que nos plantea el saber científico es la ignorancia que le acompaña y la ignorancia sobre si ella misma permanecerá en los distintos ámbitos. La frontera entre física y metafísica no parece tan clara en nuestros días como hace un siglo.
Esa ignorancia se refiere a un saber colectivo sobre la Naturaleza, en el cual cada uno participa o no en mayor o menor grado con el estudio y contribuyendo o no a su progreso. El gran valor de saber qué es lo que no sabemos y de estar atentos a lo que no sabemos que desconocemos constituye el gran estímulo de la investigación científica que responde a un proyecto o a la curiosidad pura, respectivamente.
IGNORANCIA Y PSICOANÁLISIS.
La cuestión es distinta, mucho más próxima y lejana a la vez, cuando nos planteamos qué ignoramos de nosotros mismos, resonando en tal caso el viejo mandato délfico. Si el problema de la consciencia en sentido fuerte (la subjetividad, ejemplificada con el caso de los “qualia”) se presenta como irreductible a la comprensión neurobiológica, el de lo inconsciente no parece de menor calado. Y lo inconsciente tiene que ver con la subjetividad misma en su profundidad, con lo que queremos o no saber y querer en realidad y cómo operar con ese saber que, oculto a nosotros por nosotros mismos, tiene un peso determinista considerable, aunque no anule la responsabilidad por nuestros actos.
El psicoanálisis puede desvelar lo que nos es oculto, a raíz de un largo trabajo que suele partir de una presentación sintomática, y eso proporciona un plus de una sabiduría que, aunque muy limitada, puede hacernos más libres por la verdad que supone, tomar mejores elecciones, caer en la cuenta de nuestros errores y evitar futuras repeticiones de lo peor.
A pesar de sus limitaciones, el psicoanálisis proporciona la alteridad profesional, en un encuentro que se produce de modo especialmente fecundo en el espacio analítico, reafirmando caso por caso el valor del descubrimiento freudiano. Será en él y desde una seria renuncia narcisista y una asunción realista de la posibilidad ética y la responsabilidad implícita a ella, que podamos hacer algo mejor con nuestra vida y nuestro mundo.
IGNORANCIA Y RELIGIÓN
Finalmente, hay algo que no podemos saber “a ciencia cierta”, pero en lo que podemos creer, no creer o limitarnos a no verlo como problema relevante. Se trata de una religación a lo Absoluto, se trata de lo que supone una religión.
También aquí se da la situación del uno por uno, porque, incluso entre personas que comparten las mismas creencias básicas, los matices de creencia o increencia son tantos como biografías hay que las acogen.
En el caso de la creencia, cada cual puede dar, pero, sobre todo, darse una serie de razones que la justifiquen. Y en este caso, la ignorancia juega un gran papel. Una ignorancia pasiva es negativa porque, en la práctica, desprecia cuanto ignora. Pero la ignorancia “aprendida” es también parte de un camino religioso que responde a la elaboración de una creencia y actuación singulares, aunque compartan muchos elementos comunes con otras personas. Esa ignorancia, cultivada, aprendida, “docta”, parece necesaria para no reificar lo que se intuye como divino, lo Absoluto. La ignorancia aprendida será imprescindible para deshacerse de concepciones infantiles y aproximarse a una teología que ha de ser esencialmente humilde, negativa en lo accesorio, algo que es lo opuesto a la expresión “credo quia absurdum”. De Dios podremos decir que Dios no es…, no es… quedándonos sólo con lo manifestado, su Palabra, el Amor y la Belleza de lo que percibimos, de lo que, a veces, está a la mano.
La eliminación de elementos superyoicos tantas veces feroces (a la que puede contribuir curiosamente un psicoanálisis, algo fundado por un “maestro de la sospecha”), puede inducir al ateísmo o, por el contrario, facilitar que florezca la vida religiosa, no desde la seguridad que proporciona la ciencia, pero sí desde la confianza de una fe esencial.
La fe no estará exenta de dudas e ignorancia, pero puede ser suficiente para arrostrar las circunstancias más adversas con confianza amorosa. Los ejemplos abundan.
REFLEXIÓN FINAL
Una gran ignorancia permanece más allá de las cuestiones que plantean el mundo en que vivimos, nuestra vida, y el horizonte de la muerte.
Se trata de asumir la pregunta sobre por qué en un momento de la historia del mundo, cada cual ha sido convocado a él, ha sido llamado a ser, al Ser.