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“Cuando uno está deprimido, el pasado y el futuro quedan por completo absorbidos por el presente” (A. Solomon. “El demonio de la depresión”).
Llevamos unos cuantos años oyendo hablar o leyendo libros sobre la bondad del momento presente, de centrarnos en él. El mindfulness persigue ese objetivo y, con tal logro, el sosiego. Pero la afirmación que encabeza esta entrada la contraría cuando ese momento presente se da en el contexto de una depresión. Podrá haber nostalgia y culpa referidas al pasado y gran temor al futuro, pero el horror ya lo es en presente, en toda su crudeza de ser la muerte en vida misma o incluso desearla.
Richard Gere protagonizó una película de 1993 (Mr. Jones) en la que encarnaba a un paciente con trastorno bipolar, algo terrible en sus dos polos, dándose en ambos una relevancia de la pulsión letal que, como hundimiento total o como alegría incomprensible, puede acabar del peor modo.
En esa película se muestra la vida cotidiana (si vida puede llamarse a eso) en un hospital psiquiátrico, al que es ingresado el paciente en una de sus fases depresivas. El recinto que se muestra al espectador, muy probablemente inspirado en alguno real (no habría que salir de España), es ámbito de una infantilización e incluso una reificación del sujeto como no ocurre en prisiones. El final “feliz” de la película no parece muy creíble.
Y, sin embargo, la hospitalización psiquiátrica puede resultarle más llevadera, deseable incluso, a un paciente, que una vida normal, y mucho más aún si esta vida es más rica que la del común de los mortales. La celebración del éxito, por ejemplo, puede ser una tortura para quien atraviesa una depresión. Así le ocurrió al caso relatado en un post anterior, William Styron. Así le sucedió también a Andrew Solomon.
Solomon tuvo tres crisis de depresión mayor. Como Styron y otros, se vio impulsado tras ellas (no habla de curación) a dar a conocer su caso. Lo hizo en un libro cuyo título es impactante, “El demonio de la depresión”. En él trata, desde su propia experiencia, que describe en detalle, y la de otros, de explicar lo inexplicable y va más allá de lo fenomenológico, haciendo un excurso bibliográfico por la situación de la neuropsiquiatría y diversos modos de psicoterapia, incluyendo terapias alternativas. Su objetivo es la ayuda a otros pacientes que puedan verse aislados en ese círculo vicioso de soledad – depresión.
Solomon es consciente de las limitaciones terapéuticas de los psicofármacos (la lista de los que tomó es larga), pero esperanzado, a la vez que un tanto temeroso, en el avance farmacológico futuro.
Un libro así enseña más que muchos tratados clínicos. Antes había secciones de revistas médicas relacionadas con los “Case report” (en las españolas conformaban la sección de “A propósito de un caso”); esas secciones fueron siendo marginadas por la triste moda de la “medicina basada en la evidencia”, que sólo tiene ojos para la estadística. El libro de Solomon es, en la práctica, un “case report”, el suyo. Desde su propia experiencia, compara su caso con el de otros amigos y conocidos, a la vez que indaga en la bibliografía médica, construyendo así un libro excelente para ofrecer una imagen viva de lo que supone padecer depresión. A la vez, a pesar del título de su libro, ve algo bueno en eso que muchos consideramos demoníaco; se trataría de una posible y peculiar protección contra la locura (cita a Kristeva al respecto). Pero sorprende que, sufriendo lo que sufrió, sostenga que “aunque parece extraño, tengo más confianza en mí mismo que la que alguna vez imaginé que podía poseer, lo cual hace que la depresión valga la pena”.
Como Styron, como tantos otros, la depresión de cada cual es la suya propia, malamente comunicable, aunque comparta sentimientos y expresiones.
La depresión es muy frecuente y, siendo así, cabe preguntarse, desde una óptica biologicista, ¿por qué la evolución ha favorecido ese cuadro en tantas personas de una tristeza angustiosa y de una inhibición paralizante, lo más común de un fenotipo tan mal definido? ¿Qué pasará cuándo dispongamos de fármacos realmente eficaces al respecto? ¿Sólo algo muy bueno?
Mientras tanto, en el contexto de una gran ignorancia, libros como el de Solomon pueden ser de gran ayuda para contemplar y sostener, también en depresión, lo que parece imposible, la esperanza.
Querido Javier: tu entrada de hoy nos abre a muchos temas. Como clínico sé que muchos pacientes se benefician de un ingreso psiquiátrico breve, cuando la institución los trata como a seres humanos. Tenemos el ejemplo contrario, “Alguien voló sobre el nido del cuco”, maravillosa película protagonizada por Jack Nicholson.
ResponderEliminarLuego de estrangular a su esposa, Louis Althuser escribió “El porvenir es largo” como respuesta al tribunal que lo exoneró de todo cargo por su psicosis. Althuser exigió ser encarcelado por considerar que privarlo de responsabilidad era una deshumanización.
No todos poseen la capacidad para ahondar en sus experiencias traumáticas, ni tampoco el valor de hablar de ello. Esa es la singularidad ética de un sujeto.
Gracias por tu reflexión.
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarMuchas gracias a ti por tu comentario, respaldado en una larga experiencia clínica.
Tienes toda la razón en que privar a alguien de un castigo (Althusser) puede ser deshumanizador. A la vez, imagino que los internamientos psiquiátricos son heterogéneos, incluyendo los que acogen humanamente al enfermo. Styron, aunque criticaba algunos aspectos, precisó su ingreso hospitalario y se mostró agradecido con el resultado.
Creo, por todo ello, que esta entrada mía ha sido un tanto simplista por más que pretendiera lo contrario, resaltar la singularidad de cada paciente.
Un abrazo,
Javier