“Preguntóle
Temístocles para qué servía aquel arte: respondió el maestro que para acordarse
de todo; y Temístocles replicó: “Más te agradecería que me enseñases el arte de
olvidar lo que yo quisiera””.
Cicerón. De Oratore 2, 299.
La memoria es
básica para llevar una vida normal: abrocharse los botones de una camisa, tomar
un bus, saber en qué día vivimos, quiénes son los que nos rodean… Lo cotidiano
vive del pasado; lo sabido ahora, de lo aprendido antes.
No todo se
recuerda porque no todo es ya importante o porque no lo ha sido nunca. A veces,
aunque ahora no sirva, su valor emocional pasado, bueno o malo, hace de algo
recuerdo imperecedero. La zona basolateral de la amígdala cerebral parece
importante en ese recuerdo selectivo ligado a emociones. Un sentimiento
biográficamente importante iría ligado a un baño adrenérgico interior al que
serían sensibles adrenorreceptores localizados en el nervio vago que proyecta
al locus coeruleus por medio de núcleos del tracto solitario. A tal punto los
afectos del alma se encarnan, que se ha sugerido la atenuación de intensidad de
un stress postraumático mediante propanolol u opiáceos administrados poco
después de que eso que no debía producirse, el trauma, haya ocurrido. [1]
Al margen del
recuerdo emocional, hay una memoria necesaria, la de todo lo que nos permite
trabajar, una memoria que acumulará datos y esquemas operacionales adaptados a
necesidades concretas de actuación laboral, sea como médicos, como taxistas o
como cocineros. Y existe también la memoria dedicada a la actuación principal
en la vida, la que rige el comportamiento ético y que se enmarca en el plano
cultural en el que vivimos. Esa memoria ha sido conducida mucho tiempo por
tradición oral hasta que nació la escritura. La historia ejemplar, el mito
transmitido durante generaciones acabó así dando lugar a norma leída, a libros sagrados,
y lo mítico y lo místico vivificadores cedieron al dogma extraño y al fanatismo
letal. La letra sin alma acabó imponiéndose en muchas almas iletradas.
Parecería que sólo
lo importante es recordado y que sólo una alteración profunda como la que
ocurre en el autismo puede trastocar la priorización de recuerdos. La película
protagonizada por Dustin Hoffman, “Rain Man”, muestra ese contraste. Muchos “savants”
son perfectos ignorantes. No siempre la buena memoria, brillante en algunos
aspectos, va ligada a la normalidad psíquica. En esas personas
parece regir una mezcla extraña de sensaciones ligadas, algo conocido como
sinestesia, por la que los números o palabras pueden percibirse no sólo
visualmente sino también como sabores y olores. El gran Borges fantaseó con la
posibilidad de una memoria exhaustiva, completa, la que reflejó en el relato de
“Funes el memorioso”, de quien dice que “pensó
que en la hora de
la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez”. En esa narración se alude a un modo de sinestesia: “Esos
recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones
musculares, térmicas, etc.” El protagonista, Ireneo Funes, acaba muriendo
pronto y no sabemos cómo podría soportar su vida, pues destaca Borges que “pensar es olvidar diferencias, es
generalizar, abstraer”.
Es ya un tópico
decir que la realidad supera la ficción y ocurre que existen personas que
recuerdan fuertemente a Funes. Solomon Shereshevskii fue una de ellas. Llegó a
fascinar con sus demostraciones como mnemonista, recordando con todo su ser,
pues los números eran para él personajes en acción y la apetencia por los
alimentos dependía de cómo se le nombraran. Su prodigiosa memoria no le
facilitó la relación social [2].
En el año 2000 una
mujer llamada Jill Price le escribía al neurobiólogo McGaugh pidiendo ayuda.
Decía literalmente que para cualquier fecha desde 1974 hasta el presente podía
decir en qué día había caído, lo que estaba haciendo ese día y si había ocurrido
algo importante en esa ocasión. McGaugh confirmó en su laboratorio tales
afirmaciones y más tarde acabó encontrando unos cincuenta casos poseedores de
lo que definió como memoria autobiográfica altamente superior (HSAM) [3].
Una memoria tan extraordinaria hizo que un locutor, Brad Williams, recibiera el
apodo de “hombre Google”.
Son pocos casos
los recogidos, pero indican algo llamativo: hay personas que guardan en su
memoria todo lo trivial. Al margen de estudiar qué mecanismos fisiológicos
subyacen a esa capacidad (parece que el fascículo uncinado, alterado en la
enfermedad de Alzheimer, establece mejores conexiones en estos casos), es
inevitable la cuestión heurísticamente finalista: ¿por qué se guarda lo
trivial? No parece que en estos casos, a diferencia de personas como
Shereshevskii, se den trastornos mentales; algunos suelen
estar satisfechos de ese “poder”. Tampoco parecen más inteligentes ni dotados de mayor capacidad mnemonística. Dicho de
otro modo, ese exceso de memoria ni les sirve ni les perturba
¿Sería gente así
la que pudo transmitir oralmente las grandes epopeyas antes de que surgiera la
escritura?
[1] McGaugh JL. Making lasting
memories: remembering the significant. PNAS. 2013. 110:10402-10407.
[2] Yaro
C, Ward J. Searching for Shereshevskii: what is superior about the memory
of synaesthetes? Q J Exp Psychol (Hove). 2007
May;60(5):681-95.
[3] McGaugh JL, LePort A. Remembrance
of all things past. Sci Am. 2014;2:41-45.
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