Muy recientemente (el 16 de junio), la revista “Cell” publicó un
trabajo muy laborioso (por la cantidad de métodos que implica su diseño
experimental) por parte del grupo de Costa-Mattioli.
Los autores, tras recordar que hay datos que avalan la relación de
obesidad materna con una mayor incidencia de trastornos del espectro autista,
así como alteraciones de la flora intestinal en estos pacientes con respecto a controles,
muestran en su estudio que la descendencia de ratones hembra sometidas a una dieta
muy rica en grasas fue socialmente perturbada y también tenía alterada
su flora intestinal. La reintroducción de una bacteria, Lactobacillus reuteri, mejoró
la sociabilidad en estos ratones. Esta bacteria promueve, por un mecanismo aun
no claramente establecido, la síntesis de oxitocina cerebral que, activando
neuronas del área tegmental ventral (algo que también ocurre en seres humanos),
influiría en la sociabilidad. En la
discusión de sus resultados, proponen la utilidad potencial de una combinación
adecuada de probióticos para el tratamiento de pacientes con trastornos del
espectro autista.
Hay muchas analogías en la fisiología y fisiopatología de distintos
mamíferos, lo que ha propiciado el uso de los llamados modelos experimentales,
que tienen ventajas e inconvenientes. Por un lado, facilitan una
experimentación que no sería ética ni rápida en el caso de personas; por otro,
no siempre es factible extrapolar directamente los resultados obtenidos en
modelos animales a la situación humana (el caso de la talidomida ha sido un
dramático ejemplo). La dificultad de esa extrapolación se hace claramente mayor
cuando hablamos de lo psíquico.
Se ha intentado, con mayor o menor acierto, relacionar alteraciones
psíquicas humanas con un comportamiento observable animal, es decir, lo
subjetivo humano con lo medible animal. Eso ha ocurrido con la depresión y
ocurre también con el autismo. En el ejemplo que proporciona este trabajo, se evaluó la sociabilidad de los ratones
midiendo la cantidad de tiempo que cada uno de ellos interactúa con una jaula
vacía, con otro ratón familiar y con otro que le es extraño.
El trabajo realizado es riguroso, laborioso, y proporciona conclusiones
interesantes… para estudiar la influencia de la flora intestinal sobre la sociabilidad observable en ratones. Nada más. Pero basta una sugerencia
final en su redacción para que estemos de nuevo, como cada día, ante el condicional
esperanzador, ante el “podría” y no es extraño que los periódicos se hagan
inmediatamente eco de ese “podría”; en este caso, de la bondad de los
probióticos.
La Ciencia no vive de condicionales, aunque precise hipótesis y teorías, sino de
hechos contrastables empíricamente. Lo que ocurra en el comportamiento "social" de ratones es interesante, de
momento, sólo para ratones. Estamos en un tiempo en el que, tal vez por la
necesidad de captar fondos para líneas “productivas”, los resultados obtenidos
en ellas han de impactar al gran público. Eso facilita que un trabajo riguroso
en el método, como el aquí comentado, lo sea menos en su redacción, en la que parece
confundirse con frecuencia correlaciones con causalidades, e impresiones con
conclusiones.
En ausencia de relaciones lineales claras de causalidad, tenemos la
peligrosa estadística. Una amplia
revisión publicada en 2011 (The California Autism Twins Study) reveló que la
influencia de factores genéticos en la susceptibilidad a desarrollar autismo puede
haber sido sobreeestimada, destacándose la posible importancia de factores
ambientales: edad parental, bajo peso al nacer, partos múltiples e infecciones
maternas durante el embarazo. No es descartable que la flora intestinal tenga
su importancia. Ver en ella el factor clave es, cuando menos, prematuro.
Suele ocurrir que la necesidad de solución ante algo dramático se
satisfaga con respuestas simplistas. Así, se ha relacionado sin base el autismo
con el conservante de vacunas, lo que ha propiciado en mayor o menor grado posiciones
anti-vacuna, con consecuencias letales en algún caso. ¿Serán los probióticos la gran prevención o solución para el autismo? Sería magnífico pero precisamente los dislates del movimiento anti-vacuna nos advierten del riesgo de simplificar en exceso.
Magnífico, querido amigo. Y con una sobriedad en la ironía de la que yo carezco. Gracias y enhorabuena por esta otra iluminación.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ignacio. Un abrazo,
ResponderEliminarJavier
Me he encantado este artículo. Magistral. Ahora bien, lo que realmente me ha impresionado son los comentarios :) Vamos a ver ¿Cómo has deducido de un comentario anónimo que se trata de Ignacio? ¿Es por qué el tal Ignacio es el hombre que carece al 100% de ironía? Ha sido un toque Sherlock Holmes
ResponderEliminarMuchas gracias, Esteban.
EliminarComo diría, Holmes, "elemental". Ocurre que Ignacio me envió un correo diciendo que colgaba ese comentario.
Un abrazo