Internet nos facilita la vida en muchos aspectos. Es una fabulosa herramienta de búsqueda de cualquier tipo de información, sea académica o de ocio.
Hay enlaces que nos ayudan a encontrar y reservar hotel en la ciudad que pensamos visitar, así como restaurantes y museos, y es entendible que cualquier negocio que se precie trate de ser recogido por los buscadores más utilizados. El criterio de bondad es claramente cuantitativo; se basa en números de votos positivos de otros “internautas”.
También podemos buscar casa o pareja y parece lógico que, si estamos enfermos y nos lo podemos permitir económicamente, busquemos al mejor médico. Uno no se opera del pulmón todos los días y parece sensato acudir al mejor cirujano posible. Y ya no digamos si se trata de una lesión cerebral o de hacerse un arreglo estético de los buenos.
Pues bien, así como ocurre con las estrellas Michelin, también tenemos la fortuna de saber cuáles son los mejores médicos del mundo o, a una escala más modesta, de nuestra ciudad. También en este caso el criterio de selección es cuantitativo y se basa en las opiniones de pacientes y de otros médicos, lo que le confiere un valor añadido.
Es legítimo que un internista o un cirujano que trabajan en el ámbito privado se busquen su clientela y para ello han de “saber venderse” como se suele decir, por más que sea ésta una expresión a dulcificar por sus obvias connotaciones reificadoras. Por eso, no basta ya con que un médico sepa de Medicina, como no basta con que un restaurante tenga un cocinero magnífico, sino que ha de dedicarse a mostrar su saber y calidad profesional. Ha de ser lo que se da en llamar un “médico 2.0” para tratar de ser recogido en enlaces como “Top Doctors” , una web que cobra cada día más fuerza. Cosas de la modernidad, o post-modernidad si se prefiere.
Se acabó la importancia exclusiva que en tiempos pretéritos tenían los curricula y el saber real, y entramos en la dinámica de los “me gusta”, como en Facebook. Claro que incluso entre los “top doctors” hay escalas (mundial, nacional, regional) y siempre habrá “top doctors” que sean más “top” que otros, como pasa con otros rankings, pues no es lo mismo ser Miss Universo que Miss Albacete. Y así, Doctoralia mostró los 17 mejores médicos de 2016 en España. Gran problema para los premiados el tener que asumir el reto de mantenerse en la lista pues sabido es que también las estrellas Michelin pueden perderse.
No es difícil entrar en un listado “Top Doctors” si uno asume la dinámica 2.0 y no es un gran torpe social. Personalmente conozco a algún cirujano que figura ahí y en quien confiaría de un modo absoluto si precisara que me cambiaran el hígado o me operasen de una hernia. También sabemos de empeños institucionales en pregonar a los cuatro vientos que un médico "en alza" está en esa honorable lista. Pero la confianza, al final, tiene poco que ver con internet y más con lo que uno sabe de otro. Muchos somos afortunados por conocer a médicos excelentes sin importarnos nada si están o dejan de estar en una lista de estrellas, lo que no obsta para que los nuevos recursos electrónicos brinden una ayuda al paciente aparentemente mucho más seria que la que suponen las webs dedicadas a pseudomedicinas.
En el contexto mercantil en que nos hallamos, podría también asumirse que los mejores médicos son los que más dinero ganan ejerciendo su profesión y podremos buscarlos por esa característica, por su riqueza. Hay un enlace que nos proporciona un listado así y al verlo no sorprende que una de las elecciones predilectas de los primeros números en la oposición MIR sea la cirugía plástica.
Sin dudar de la eficacia que páginas como “Top Doctors” o “Meetic” puedan tener a la hora de encontrar médico o pareja, el valor de esas webs parece mucho más cuestionable que el que pueda darse al buscar un hotel, porque tanto una relación clínica como una amorosa son algo singular, poco susceptibles de una métrica basada en el número de “me gusta” o estrellitas asignadas por otros.
La pregunta “¿quién es un buen médico?” probablemente no tenga respuesta. El libro del neurocirujano Henry Marsh es muy ilustrativo al respecto porque muestra los avatares de su propia vida para sostener el interrogante. No hay respuesta, porque se es médico en cada relación clínica, de una en una, y quien parecía gris acaba siendo brillante para quien es curado por él, del mismo modo que quien se juzgaba excelente puede cometer una torpeza letal propia de principiantes.
En mi ciudad se erigió una estatua a un médico que, de vivir ahora, es muy dudoso que fuera incluido en el listado de “top doctors”;ese reconocimiento escultórico se lo dio gente corriente, enfermos a los que atendía como podía y sabía, cobrándoles o no según pudieran o no pagarle. Yo diría, sin haberlo conocido, sólo desde la contemplación de su estatua, que debió de ser un gran médico. Hay en este ejemplo, como en otros, algo más que contrasta con los tiempos actuales: los reconocimientos colectivos ocurrían post-mortem, de modo digno, y no en lo que parece un concurso de famosos.
Y ya puestos en esta tesitura de rankings, si tuviera que elegir personalmente un número uno, el top de los “top doctors", no podría, ya que hay muchos y totalmente desconocidos para mí porque trabajan en países miserables, en los que falta internet pero también agua y comida, a la vez que hay abundancia de riesgos de todo tipo, incluyendo los derivados de contextos bélicos. Son lugares en donde el problema no es rejuvenecer un rostro sino curar una infección sin antibióticos ni agua potable.
Pero sí que sé el nombre de uno de tantos magníficos y que ya está muerto. Sé su nombre porque salió en los medios de comunicación, en lo que fue su minuto de gloria como dirían algunos estupendos insensatos instalados en una fama perenne. Se llamaba Mohamed Maaz, era pediatra y murió trabajando cuando su hospital en Alepo fue bombardeado. No creo que figurase en “Top Doctors” ni mucho menos que le interesara lo más mínimo pero yo lo situaría en el primer lugar, a compartir con muchos otros, de una lista imposible de médicos ejemplares.
Qué diferente la foto de ese médico de Alepo; él mira a su paciente, concreto y real, que no podrá puntuarle, no sólo por su corta edad sino también por sus condiciones vitales. Muchos otros están en esas condiciones, y no sólo en países en guerra.
ResponderEliminarEn nuestro país, esa selección de los “mejores” empieza mucho antes, también desde la infancia. Habría que analizar también las circunstancias sociales de los protagonistas. Es frecuente que en el sistema educativo actual, los mejores expedientes no se correspondan con los alumnos cualitativamente más “brillantes”, porque las destrezas que se tienen en cuenta están basadas en la repetición de contenidos y en la resolución mecánica de cuestiones, en aspectos puramente formales y en actitudes sumisas, excesivamente pendientes de resultados numéricos; además, la formación humanística, importante en todos los campos, está cada vez más ausente y despreciada.
En una evaluación, sea de la índole que sea, se pone en cuestión muchos más aspectos que las características individuales de los evaluados, en realidad reflejan la calidad de todos los implicados, y en general se puede decir que la excelencia o mediocridad del sistema, llevará al “éxito” a lo excelente o mediocre.
Un abrazo,
Marisa
Muchas gracias, Marisa, por este comentario que suscribo plenamente. Emociona lo que indicas al principio. Ese niño, “concreto y real”, no podrá puntuar al pediatra. No lo “certificará” ni “acreditará”. Tal vez también haya sucumbido a todo ese horror.
EliminarUn abrazo,
Javier