"El hombre puso
nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del
campo". Gen.2,20.
Nombrar es el
primer paso para entender. La ciencia parte de un “qué” nominativo, taxonómico.
No es lo mismo un león que un cangrejo, el cinabrio o un abedul; un quark que
un gluon. Sus nombres los diferencian tanto como su ser.
Nombrar es también
el primer paso para acoger, el primer acto de amor hacia quien ha nacido. Cada uno
de nosotros ha sido nombrado culturalmente, familiarmente. Somos identificables
por un nombre y unos apellidos. Recibirlos nos da el ser como humanos, como
seres singulares, abiertos al sentido porque lo hemos sido para alguien.
Podría decirse
que hablamos y somos llamados, nombrados. Esa lengua en la que existimos, nos
movemos y somos, nos acoge en el mundo, constituyéndonos. No sabemos mucho más.
Hay quien se empeña en identificarnos como la palabra inscrita molecularmente en
cada una de nuestras células, de tal modo que seríamos lo que nuestro ADN “dijera”
que somos, pero, desde el momento en que nos percibimos como existentes, esa
descripción molecular, por completa y oracular que se pretenda, no basta.
La tentación
angelical, luciferina, es hoy transhumanista. Del cuerpo y alma pasamos al
hardware y al software. Y la reproducción puede superar las limitaciones y
determinaciones biológicas y ser resultado de la técnica. Informado por un
software genético, un niño podría ser el resultado de un cigoto que crece en
una incubadora, feliz conclusión final de una carrera hacia la obtención de
niños objeto, vivos como mascotas animales, cuyos pasos intermedios abarcan
desde la fecundación in vitro a los vientres de alquiler (o altruistas),
diferenciando e indiferenciando paradójicamente a la vez reproducción,
sexualidad, gestación y, especialmente, sexo y maternidad.
Intervenciones en
el cuerpo que nacerá. Intervenciones en los cuerpos ya nacidos, con “arreglos”
quirúrgicos que llegan a fosilizar la imagen juvenil en un cuerpo anciano.
Intervenciones quirúrgicas, hormonales, psicológicas, que también ayudan a una
pretendida elección de posición sexual, como si no fuera algo determinante y bastante determinado por la interacción del cuerpo y el deseo.
La tecno-ciencia,
deseosa de actualizar lo posible, sugiere la posibilidad de “acelerar” la
evolución en un sentido de supuesta mejora: cuerpos más resistentes, más
longevos, bebés sanos y más inteligentes… Nada estaría ya determinado. Ni
siquiera el sexo, que abarcaría un continuum de posibilidades en el que
situarse a voluntad. Uno elegiría su posición sexual aquí y ahora.
Pero resulta que
tanta rapidez de pretendido avance desorienta y, en vez de soluciones, plantea
preguntas. Seguimos siendo sexuados y, a la vez, seres hablantes. Y tan nefasto
puede ser el olvido de nuestra lengua primordial, la que hace madre a la mujer
que la habla, la que nos ha insertado en la cultura del modo singular en que lo
haya hecho, como la ignorancia de lo animal en lo que nos enraizamos biológicamente.
Ese olvido, esa
ignorancia, a veces camuflados bajo la forma de un pretendido avance liberador,
tienen consecuencias en el modo de sentirnos, de ser en el mundo. Tienen
consecuencias clínicas.
Y, por eso, desde
la clínica, desde ese empirismo basado en el encuentro con el sufrimiento y
perplejidad singulares, con el caso por caso, y desde una reflexión auxiliada por
todas las disciplinas humanísticas, el Psicoanálisis puede formular de un modo lúcido
y con un gran vigor intelectual preguntas que siguen siendo esenciales porque
no olvidan lo que es consustancial al hecho de ser humanos, a pesar de los
supuestos cambios en lo que no cambia tanto. El Instituto del Campo Freudiano
en A Coruña lleva haciéndolo ya dos décadas, dedicando su XXI Jornada,
celebrada en este mes, a un tema importante, “MUJERES, MADRES Y OTRAS
POSICIONES FEMENINAS DEL SER”.
No ha sido una
Jornada de la que emanen conclusiones, como suele ocurrir en encuentros médicos o de otras disciplinas. No las hay. Sólo es posible, como en
otras Jornadas previas, enunciar mejor las preguntas esenciales y eso parece
haber sido plenamente logrado.
En un encuentro así, mucho y bueno se dice. Tratar de resumirlo sería un intento vano, absurdo. Hubo ponencias sencillamente brillantes, porque su brillo intelectual se acompañó de la modestia de la búsqueda, una conferencia final magnífica por parte de una persona sabia, como es Mónica Marín, y un debate posterior del que surgieron motivos de reflexión, preguntas para después, porque las respuestas siempre son operativas y limitadas, enmarcadas en una consciencia socrática.
En un encuentro así, mucho y bueno se dice. Tratar de resumirlo sería un intento vano, absurdo. Hubo ponencias sencillamente brillantes, porque su brillo intelectual se acompañó de la modestia de la búsqueda, una conferencia final magnífica por parte de una persona sabia, como es Mónica Marín, y un debate posterior del que surgieron motivos de reflexión, preguntas para después, porque las respuestas siempre son operativas y limitadas, enmarcadas en una consciencia socrática.
Si el
psicoanálisis llega a ser singularmente terapéutico, es también una revolución
en el conocimiento universal del ser humano. Una revolución paradójicamente
perenne, porque siempre supone la apertura a cuestiones que sólo son generales
porque afectan a todos, pero que no lo son porque lo hacen de uno en uno. Esa formulación
tensional, paradójica, lo aleja de la Filosofía, que renuncia al determinismo
irracional que desconocemos en nosotros mismos. Aceptándonos en esa ignorancia
radical, nos podemos liberar algo; lo que sea, no será poco. Hablando desde ella,
podemos vislumbrar mejor el enigma que mantiene viva la gran pregunta, tantas
veces angustiosa, sobre qué somos.
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