sábado, 9 de junio de 2018

Amistad y redes sociales.




“No sé si puede haber algo mejor que le haya sido dado al hombre por los dioses inmortales, excepción hecha de la sabiduría.”
“Pagamos caro el descuido en muchas circunstancias, pero, en la que más, en elegir y tratar a los amigos.”  Cicerón. Sobre la amistad.

Si algo parece haber cambiado gracias a la revolución que supuso internet, es el concepto de amistad. Pero sólo lo parece.

Ya antes de aparecer internet, la mera posesión de un ordenador con un procesador de textos facilitó algunas cosas, como escribir lo que fuera, incluyendo cartas. Antes lo había hecho la máquina de escribir, con la que se podían hacer copias usando papel carbón; más tarde, los sistemas de fotocopiado y archivo permitieron un mejor registro de documentos. Hubo tiempos en los que una carta tardaba días o semanas en llegar a su receptor (o no llegaba). Las limitaciones del correo tradicional generaban angustia en situaciones especialmente dramáticas como la de tener a un hijo en las trincheras o que éste tuviera a su familia expuesta a bombardeos de su ciudad.

Las cartas suscitadas por la amistad o el amor eran guardadas, o no, por quien las recibía. Su autor las había escrito, a veces guiado por unas líneas, en “papel de carta”, las había encerrado en un sobre que sería franqueado con un sello y echado a un buzón de correos. No hacía copia de ellas. Las copias sólo tenían sentido si se trataba de correspondencia relacionada con la comunicación profesional o comercial. Eso no ocurre ahora. Los sistemas de correo electrónico guardan una copia literal de las cartas enviadas; no cabe el olvido pasivo de lo que se escribió.

No cabe duda de que el correo electrónico facilitó las cosas. Los intercambios epistolares son prácticamente instantáneos y, a la vez, un correo puede remitirse a distintas personas sin que se precise que cada receptor sepa de la existencia de los demás.

En algunas revistas semanales había secciones de “contactos” para jóvenes que quisieran establecer correspondencia entre sí, facilitándoles, quién sabía, la posibilidad de encontrar el amor soñado. Esas secciones siguen manteniéndose ahora de un modo un tanto patético en formato de programa televisivo. Y es que los enamoramientos no siempre aparecen por arte de magia, pasados los tiempos de “arreglos familiares”, aunque éstos aún se den mediante encuentros selectivos en ámbitos reducidos, generalmente elitistas. Un equipo de psicólogos facilitará ahora encuentros a ciegas pero televisados entre perfectos desconocidos, a partir de sus “perfiles”, generalmente sin el éxito ofertado.

El valor de la amistad real es tan obvio que sólo se sabe si se tiene. Y lo mismo ocurre con el amor, aunque sea algo bien diferente.

Si la amistad y el amor requieren de lo contingente, tenemos un problema porque, si algo se ha reducido en nuestro tiempo, es el espacio de contingencias. La división del trabajo ha llegado a la atomización y a la globalización, de tal modo que cada vez son más raros los contactos humanos en el tiempo de trabajo. La unión sindical ha entrado así en declive manifiesto; era más fácil la unión marxiana del proletariado cuando se escribían cartas que ahora. Lo mismo ocurre con el tiempo de estudios universitarios, de preparación profesional, de lo que sea, en el que cursos a distancia facilitan el aislamiento; la obligatoriedad “boloñesa” de clases presenciales no palía la situación de un claro aislamiento generalizado, disfrazado de reuniones masivas de botellón. La anarquía de tiempos de trabajo ha hecho desaparecer el sentido de tiempos comunes de descanso, como los domingos, que, curiosamente, son ya para muchas personas sencillamente insufribles.

En un mundo globalizado y atomizado a la vez, en un mundo regido por el reloj, pero con tiempos de trabajo casi tan diferentes como personas, en un mundo en el que el deterioro vecinal que ignora incluso la presencia de muertos en el piso de al lado está promoviendo iniciativas como el “cohousing”, la soledad va en aumento exponencial.

Y he ahí que, en este contexto electrónico, globalizado, atomizado, surgieron las redes sociales, siendo Facebook quizá el mejor ejemplo (los grupos de “Whatsapp” le van a la zaga y Twitter ya es tal desmadre que hasta lo usa Trump para dar cuenta de sus grandes decisiones). Y esa neo-socialización ha crecido hasta tal punto que casi todos hemos sido atrapados por la red. No es raro, ya que tiene el cebo extraordinario y narcisista de hacer muchos amigos y decir lo que nos parezca, que será siempre bien recibido por esos amigos con los “likes” correspondientes. Una espiral de supuesta comunicación y amistad se abre. En poco tiempo alguien puede llegar a tener cientos, incluso miles, de “amigos”, que verán muy bien lo que diga, por necio que esto sea. Amigos que incluso permanecerán más allá de la muerte porque no sabrán de ella cuando acontezca. Recientemente, Facebook me ha recordado el cumpleaños de un muerto; no lo felicité.

A la vez, no sólo tenemos ordenadores de sobremesa; los llevamos en el bolsillo. Se les sigue llamando teléfonos o “móviles” por su portabilidad, pero en realidad son usados más bien como nodos de red social y como máquinas de fotos con las que nos podemos retratar a nosotros mismos, hacernos “selfies” y transmitir instantáneamente a tantos amigos celebraciones personales, lugares estupendos en los que estamos, nuestras poses profesionales o humorísticas, las gracias de nuestro gato e incluso nuestra capacidad de asumir riesgos, a veces letales. Con todo eso enriquecemos en cualquier momento nuestra presencia en la red y obtenemos más y más “likes”. No hace falta decir una sola palabra; todo se hace pulsando teclas virtuales. 

Y quién sabe, podemos llegar incuso a ser “influencers”, que no influyen más que en sandeces, pero que influyen a fin de cuentas con algún beneficio comercial para alguien.

Pero, como internet, una red social puede ser algo muy bueno y no sólo ámbito de estupidez. De hecho, es una herramienta y, como tal, puede usarse para lo mejor y para lo peor. Los grupos no son sólo de ocurrencias o de rápida y visceral expresión de ideología política; los hay enormemente variados y en ellos puede intercambiarse información que abarque desde la historia sumeria hasta la mecánica cuántica o la filosofía hegeliana. Y también pueden establecerse amistades reales.

Con una inmersión en Facebook de unos cuantos años, puedo decir que, aunque sea raramente, es un sistema que puede ser milagroso para reencontrarse con alguien y para constituir una amistad real (no sólo virtual), que es una herramienta magnífica para la expresión y la comunicación y que, a veces, pocas, uno puede llegar a encontrar nuevos amigos reales.

El término “real” tiene una connotación bien clara a la hora de la comunicación humana. Supone la mirada, la escucha, la conversación. Si esa posibilidad que implica el encuentro próximo no se produce, podrán darse simpatía, afinidad, acuerdo pleno con alguien, pero no amistad, porque, sin el encuentro, seguirá siendo desconocido. Un amigo lo será de verdad sólo si la virtualidad cede a la realidad o cuando, siendo real, entra en la virtualidad por razón de lejanía geográfica. Las redes sociales favorecen el encuentro real que precede o sigue al virtual, y que supone la posibilidad auténtica de una amistad. Eso lo hace valioso en este ámbito de las relaciones humanas. A veces se da la fortuna de reencontrar a alguien y establecer una amistad auténtica, pero habrá de pasar el necesario crisol del encuentro real. Y es que ha de tenerse en cuenta que, de seguir en la línea en que vamos, corremos el riesgo de hacernos amigos incluso de meros “avatares”, de algoritmos, en este mundo de tanta “posverdad”.

Facebook facilita la amistad real, pero en mucho menor grado que la meramente virtual, superficial o, dicho claramente, irreal. Eso lo hace bondadoso en este terreno. Su perversión reside en hacernos suponer que la red es un espacio de contingencia cuando es más bien un terreno determinista de expresión de afinidades generalmente superficiales.

Un solo libro puede influirnos más en nuestra vida que todos nuestros amigos juntos, pero, si no conocemos realmente, personalmente, a su autor, no podemos decir que somos amigos suyos. De hecho, las grandes influencias literarias, filosóficas, religiosas, se suelen deber a autores muertos, con los que la posibilidad de relación, incluso electrónica, es nula.

Subyace en nuestra sociedad una creencia determinista que desprecia lo aleatorio y, por ello, todos los espacios de contingencia. Basta con pasear, viajar en tren o incluso en un bus urbano para verlo. Antes de la absorción casi universal de las mentes por los móviles, se hacía posible hablar, hablar de verdad, aunque fuera del tiempo u otras banalidades. Un paseo por la calle suponía una sucesión aleatoria de miradas a otros, a personas, llegando a incluir a veces el torpe o exitoso cortejo. En los trabajos no había ordenadores y era preciso hablar. El ritual de los domingos establecía el encuentro colectivo en distintos espacios: la iglesia, la calle, el cine, el bar, la sala de baile, la discoteca o el estadio de fútbol. Ahora todo lo que en esos lugares ocurría sucede en casa (hasta se retransmiten misas desde hace mucho tiempo), es gratis y se da en una soledad que puede paliarse mediante la entrada en Facebook para sentirnos protagonistas también en ese día gris, de pura nada, en que se ha convertido el domingo.

No se trata de hacer una alabanza nostálgica al pasado sino de estar advertidos ante la enajenación que, de no controlarlas, hacen posible las nuevas y maravillosas tecnologías electrónicas. Una enajenación que ya es claramente observable, incluso en los mismísimos hospitales, en los que el ordenador – móvil se ha hecho nuclear, a la vez que un enfermo puede literalmente “perderse” en alguna camilla mientras espera la decisión algorítmica que lo ubique en una cama numerada o lo devuelva a su casa.

Dicen que al amigo de verdad se le reconoce en las ocasiones y se sobreentiende que se trata de ocasiones funestas. Pero sucede más bien que el amigo de verdad existe cuando es acompañante alegre en las buenas contingencias de la vida. Quizá sea a esto a lo que aludía Cicerón cuando se refería al descuido.


2 comentarios:

  1. Hola Javier, empecé a escribir este comentario cuando leí este post tuyo, y lo quiero acabar ahora y enviártelo: Recuerdo cuando era niña y en el colegio otros niños tenían su “mejor amigo/a”, que nunca entendí muy bien ese estatus, ni en qué consistía esa relación en grado sumo que otorgaba esa categoría. Aun ahora sigo pensando que la amistad es la relación menos estructurada socialmente, y que admite las formas más variadas, hasta el punto que creo que fundamentalmente lo único que precisa es la reciprocidad de ese sentimiento. También creo que forma parte de esas cosas de la vida que ya no son lo mismo cuando tienes que pedirlas, quizá por eso me resulta tan patético eso de la “solicitud de amistad” en Fb, y bastante grotesco lo de “bloquear” a otro (el significado del verbo es perverso), son nuevas formas de relacionarse que normalizan nuevas formas de socialización, y como tales, los detalles no me parecen inocentes, estarás de acuerdo en que ningún protocolo lo es, en el sentido en que condiciona deliberadamente cómo debe ser un proceso.
    Conservo unas pocas amistades desde hace muchos años, los derroteros de cada una de sus vidas y de la mía son muy diferentes, pero permanece esa confianza y complicidad que no cae en juicios fáciles, ni precisa tampoco grandes halagos, es decir, nos importamos mucho pero sin darnos demasiada importancia, quizá porque conocemos las peculiaridades de la suerte que nos acompañó y de nuestro modo de proceder con ellas.
    Es curioso que digas eso de que “hay que verse” para ser amigos, una vez conocí a dos personas que sólo se habían relacionado virtualmente aunque de un modo profundo, y cuando se vieron no sabían como tratarse, incluso tuvieron que utilizar internet durante un tiempo para ir acostumbrándose. De nuevo el medio importa mucho más de lo que parece, y, en el fondo, todo depende del límite que le queramos poner a lo real.
    En fin, los amigos de verdad te tratan como un igual, te contestan, no te castigan con la indiferencia infame o el silencio punitivo; es una relación más libre que la de pareja porque no implica exclusividad, lo cual no quiere decir que no precise también de compromiso con el bienestar del otro; y sobre todo se quiere por lo que se es, no por lo que se representa socialmente. ¿Se pueden dar estas condiciones en redes sociales incluidos los blogs? En mi pequeña experiencia, creo que no: En tres ocasiones no me publicaron algún comentario que hice y que, por supuesto, eran respetuosos; también sé que hay comentarios que se consideran de primera y otros de segunda, a veces simplemente por el autor independientemente del contenido, y, cuando alguien me lleva con su Fb a dar una vuelta por los barrios públicos, me doy cuenta de que hay humanos/as menos escuchados, más considerados chusma, con menos credibilidad para el diálogo, y descubro además que yo valoro más a esos, porque en el mundo en el que vivimos, para tener reconocimientos, hay que practicar la servidumbre, el peloteo, y el amiguismo.
    Hay otra frase, atribuida a Bob Marley, que dice: cuando estás arriba, tus amigos saben quién eres, y cuando estás abajo, tú sabes quienes son tus amigos. También difieren las interpretaciones, por ejemplo, podemos entender “arriba y abajo” como el estado de ánimo, esa me parece más apropiada hablando de verdadera amistad.
    Con tristeza,
    Marisa

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    1. Hola, Marisa.
      Gracias por esta reflexión sobre la amistad.
      Destaco el ejemplo que pones tras decir que es curioso lo que digo sobre verse. Dices: "una vez conocí a dos personas que sólo se habían relacionado virtualmente aunque de un modo profundo, y cuando se vieron no sabían como tratarse, incluso tuvieron que utilizar internet durante un tiempo para ir acostumbrándose. De nuevo el medio importa mucho más de lo que parece, y, en el fondo, todo depende del límite que le queramos poner a lo real. En cierto modo, creo que con ese ejemplo me das al menos parte de razón.
      Dices que conservas unas pocas amistades. Pero, tal y como las describes, sinceramente creo que eres afortunada. Pocos conozco que conserven "pocas amistades".
      La amistad parece tristemente cosa del pasado, como si fuera incompatible con las ventajas técnicas de la actualidad. Estamos en tiempos líquidos como decía Bauman. Todo fluye, y no en el sentido oriental. Todo fluye demasiado deprisa. Y por eso es de agradecer que, a lo largo de la vida de este blog, haya sido yo agraciado con comentarios tan amistosos como los tuyos.
      Un abrazo
      Javier

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