miércoles, 11 de septiembre de 2019

ATEÍSMO




“De verdad desearías decirle a un hombre así: “Conócete a ti mismo”. Comprender que tú no eres nada, menos que una sombra, más insignificante que una gota de agua en el océano, más efímero que la ilusión de un sueño. ¿Tal cosa desearías?”.

(Citado en “Siete formas de ateísmo” de John Gray).



“Galileos, ¿qué hacéis mirando el cielo?” 
(Hechos de los Apóstoles.1,11)




Es muy difícil ser ateo. También lo es creer en Dios.

Ambas posiciones solo pueden darse propiamente si ha habido un suficiente despojo de influencias biográficas que elimine hojarascas religiosas y reacciones frente a ellas, porque una cosa es la creencia y otra la religión. Con carácter general, podemos asumir que somos religiosos por ser míticos, simbólicos. Es una herencia que se ancla en las raíces de la hominización. Pero ser religioso no significa creer ni dejar de creer en una trascendencia. No es lo mismo el “religare” que el “relegere”.

En Europa hemos recorrido un largo tiempo histórico tras el que los animismos y politeísmos parecen residuales. Creer se asocia en general a creer en Dios, según alguna de las religiones del libro y así la creencia, si se da, es monoteísta. Ser ateo sería exactamente lo contrario, es decir, no creer en Dios. Siempre habrá quien crea que “hay algo”, “en las energías”, o cosas así, y quien se sitúe en la onda mágico-ritual,  pero tampoco eso es fe ni ateísmo.

Solo desde un cierto grado de libertad puede asumirse lo que uno ve. La fe en Dios o su carencia no dejan de ser un modo de percibir el mundo. La fe o su carencia se dan desde una mirada singular. Ser creyente o ateo implica, en esencia, aceptar en la vida, con la vida, hacia la muerte, lo que uno ve en el fondo de su alma.

Entiendo personalmente que el ateísmo supone aceptar lo que a uno le parece más obvio. Solo tenemos esta vida, no hay intervenciones divinas en ella ni una vida eterna después. En esta vida tenemos la posibilidad de hacer algo con nuestra libertad y seremos responsables de lo que realicemos, aceptando que somos seres con posibilidad ética, aunque no haya perspectiva de sentido, hasta la gran castración que supone morir. La ciencia sostiene esa postura desde el avance epistémico, un avance que nos interroga filosóficamente.

Y entiendo personalmente que creer en Dios supone aceptar lo que a uno le parece más obvio. Solo tenemos esta vida, pero, como todo el universo, remite a Dios. En ella tenemos la posibilidad de hacer algo con nuestra libertad y seremos responsables de lo que realicemos, aceptando que somos seres con posibilidad ética, aunque no percibamos sentido, hasta la gran castración que supone morir. La ciencia sostiene esa postura desde la asombrosa belleza que desvela el avance epistémico, un avance que nos interroga filosóficamente. Lo que después ocurra está en manos de Dios y, como dice un escrito anónimo (“que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera”), no es relevante para el aquí y ahora. ¿Para qué mirar al cielo?

En realidad, lo que importa es, se sea ateo o creyente, tratar de ser buena persona. Pero considero que, a diferencia de ser ateo, ser creyente supone una confianza en que, a pesar de lo aparente, del horror, de la muerte, del mal natural y humano, un sentido amoroso impregna el mundo y que solo una cosa es necesaria (Lc.10,42), abandonarse en el Gran Misterio, en Dios, incluso ante el abandono de Dios mismo.

En la creencia no es relevante la explicación, sino la significación, la admisión de una extraña mezcla de sentido y absurdo, no el credo sino el modo de vida. A veces, creer es claramente ver y eso es íntimo y, con frecuencia, inefable.“Nada te turbe, nada te espante… Solo Dios basta”, decía Santa Teresa. Y, sin embargo, la angustia no es sofocada por la fe más que raramente. Tal vez porque, siendo creyentes o ateos, asumir lo humano supone que la duda existencial siempre nos acompañará, la angustia básica será componente vital de lucidez ante la última frontera… o la otra orilla. Saber de la finitud puede realzar la vida mucho más que esperar lo eterno. He visto mayor serenidad en ateos que en creyentes. La fe no suele calmar, más bien desasosiega.

En realidad, quizá no haya una gran antinomia entre el ateísmo y la creencia en Dios, como sugiere John Gray en su libro “Siete formas de ateísmo”. Siete formas, nada menos, pero en las que no se ve ateísmo más que en apariencia, pues incluyen modos de sustitución de un monoteísmo por otro y de un milenarismo por otro. Se ha sustituido a la religión por la ciencia, a Dios por la humanidad, por el hombre nuevo político o por el soñado desde la purificación racial o eugenésica. El cientificista Harari habla últimamente del “Homo Deus”, posibilidad negada claramente por Gray. A la vez, el milenarismo medieval se contempla ahora bajo el modo del progreso transhumanista.

Tal parece que John Gray, a quien debemos obras magníficas como “Misa negra” o “La comisión para la inmortalización”, hace un esfuerzo por revelarnos o revelarse a sí mismo, sin conseguirlo plenamente, lo que es el ateísmo, algo que no existe en realidad en ninguna de las siete formas que presenta.

Gray parece desconocer que sí hay, incluso abundan, ateos auténticos, que mantienen coherentemente esa posición toda su vida y en el lecho de muerte. Quizá solo sea admisible como tal en su texto el caso de los epicúreos, que considera aparentemente obsoleto.

En cierto modo, si cabe hablar de una teología negativa, también parece que procedería hablar de un ateísmo negativo; podemos decir lo que no es ser ateo porque, como sugiere Gray, hay y hubo ateos que son, en realidad, fanáticos creyentes aunque no sea en Dios. Quizá la forma más absurda de ateísmo es la que él llama “los odiadores de Dios”, ya que solo quien crea que existe podría odiarlo.

Y, si tal dificultad se muestra con lo que es el ateísmo, parece mucho mayor si se intenta definir y clasificar de modo universal las formas de creencia, tantas veces confundidas entre sí con variantes y herejías.

Se dice que Laplace le indicó a Napoleón que no precisaba la hipótesis de Dios para su “Mecánica celeste”. Lo mismo, pero de forma más refinada, sostenía Hawking. Por su parte, Dawkins, con su curioso ateísmo proselitista, ataca cualquier idea de “relojero ciego”. Pero, al margen de creacionistas, aunque sea en la versión moderna del “diseño inteligente”, ¿quién precisa una cosmogonía teológica o ya no digamos una teogonía? A la vez, la apuesta pascaliana se revela fútil.

Reducir el Misterio a ecuaciones y cálculos de probabilidades es sencillamente absurdo. Y el Misterio, ese en el que somos y nos movemos, lo seguirá siendo para creyentes y ateos, le pongamos nombre o no. En el fondo, la línea de separación, si existe, es muy sutil siempre y cuando no incurramos en dogmatismos y a pesar de que la distinción tenga consecuencias vitales para cada cual.

7 comentarios:

  1. Querido Javier: con esta magnífica reflexión has subido el listón del debate a las alturas celestes! Es, como siempre, una auténtica maravilla leerte. Absolutamente cierto: es muy difícil ser ateo. Porque ser ateo significa haber renunciado por completo a la idea de que existe un ser omnipotente. Tal renuncia solo puede lograrse como resultado de un proceso muy complejo, que solo unos pocos logran alcanzar. Como bien dices, el problema no es si uno cree o no cree en la existencia de Dios. La cuestión es la creencia en sí misma. Poco importa si se aplica a la idea de Dios, o a la teoría y la praxis psicoanalítica, o a la ciencia, o a la magia negra. Lo fundamental no es aquello en lo que uno cree, sino en la extrema dificultad para liberarse de la servidumbre a alguna creencia. Lo contrario, la increencia, tampoco pone las cosas más fáciles: es la psicosis o el cinismo. Por lo tanto, lo que expones sigue siendo un tema extremadamente complejo. Como tantas otras cosas, te debo el descubrimiento de este autor maravilloso.
    Un abrazo,
    Gustavo Dessal

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    1. Querido Gustavo,
      Muchas gracias por todo lo que dices. Comentarios como el tuyo son un extraordinario estímulo para escribir, incluso arriesgándome a entrar en terrenos celestes pero a la vez pantanosos como éste.
      Lo que dices sobre la creencia me evoca la relación Hilbert - Gödel. Hilbert tenía una creencia en las matemáticas, una creencia axiomática. Sabes como yo que Gödel la destrozó. En cierto modo, Gödel sería un ateo de las matemáticas, pero, curiosamente, retomó el intento de probar la existencia de Dios desde ellas. Podríamos decir que su creencia en Dios, razonada matemáticamente, cosa imposible, "compensó" su ateísmo matemático.
      La creencia esencial es imprescindible incluso en ciencia. Creemos en la lógica (¿quién iba a decir que es concebible una geometría en que un postulado euclídeo no se cumpla?). Creemos en el poder de la intuición (la repetición la facilita y, desde ella, esperamos que mañana amanezca; somos más reacios a suponer que caerá un metorito de grandes dimensiones en nuestro planeta a corto plazo, aunque alguno se cargó a los dinosaurios hace mucho tiempo) y, sobre todo, creemos en la isotropía de la legalidad física. Esa creencia científica básica para sostener todo el edificio se hace, de momento al menos, insuficiente al contemplar la vida, cuya contingencia es lo más alejado a la legalidad y, desde cuyo conocimiento a escala planetaria no podemos inferir una definición con carácter universal.
      Un abrazo,
      Javier

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  2. Querido Javier:
    Forma parte de los tópicos aquella pintada del mayo francés de 68 que ponía algo así como "Si Dios existe el problema es de el". Al tiempo que me entero de la inauguración de una Retrospectiva de Wiliiam Blake en la Tate Britain, supuso una feliz coincidencia que, inmediatamente después, leyera tu estupendo artículo. Porque el grabador, pintor poeta y visionario Blake estaba a favor de un humanismo cristiano, apostaba por el "amoroso y perdonador Cristo del Nuevo testamento". Un consuelo, especialmente para los creyentes. Entre sus pinturas imaginarias aparece Newton quien, junto a Bacon y Locke, con sus énfasis en la razón, para Blake no eran más que "los tres grandes maestros del ateísmo o la Doctrina de Satanás". Hay una frase que no me resisto a exponer, de A. Pope adjunta al programa de la exposición de la Tate que permanecerá hasta febrero del año próximo: "Dios dijo: ¡Que Newton sea! Y todo fue luz!".
    Un placer y un estímulo. Un fuerte abrazo.
    Fidel Vidal

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    1. Querido Fidel,
      Muchas gracias por tu comentario (algo habré hecho mal que Blogger no me lo incluyó directamente como otras veces).
      No lo mencioné en mi entrada, pero efectivamente, Cristo es la referencia para los cristianismos, que, además del católico, abarcan un amplio espectro, que se agranda si miramos su desarrollo histórico. Una referencia que el cristianismo curiosamente tiende a olvidar bajo un mar de dogmas.
      El cristianismo es o debiera ser un humanismo. Afortunadamente ha habido grandes ejemplos de esa forma de vida. Lo esencial de Cristo sería lo que señalas, relacionado con Blake, alguien que ama y perdona. Un perdón que, de ser real, supone el olvido, cosa que no se tiene en cuenta en general. Eso de "perdono pero no olvido" dista mucho del auténtico perdón cristiano que, por otra parte, asume la culpa propia generalizada en un montón de cosas. En ese sentido la oración del padrenuestro es llamativa; parte de que nadie es inocente.
      En cuanto a la frase de Pope (no sabía que fuera suya) es excelente. Tengo en gran estima al escritor ya fallecido hace años Isaac Asimov, un excelente divulgador de la ciencia y un ateo coherente. Cuando le preguntaron por el mayor científico de la Historia respondió sin vacilar que Newton. Desde luego, hizo la luz para que la razón asumiera propiamente la ciencia. Hubo otros grandes personajes como Kepler y Copérnico, pero fueron descriptivos. Con Newton se dio la gran síntesis explicativa. Desde él, desde su luz (que incluyó los Principia y la Optica) fueron posibles otras lumbreras, como Maxwell, que reconoció que no bastaba con Newton, como Lagrange y Hamilton, que facilitaron las cosas, y como Einstein. Pero Newton fue deslumbrante. Y eso que para él la ciencia era algo más, una adición a sus incursiones en la Biblia, la alquimia y la caza de evasores de impuestos.
      Un fuerte abrazo,
      Javier

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  3. Hola JAvier. Llegué a la increencia filosófica "definitiva" por una ocurrencia que tuve a los veintipocos años. Recuerdo que, un día, se me ocurrió pensar: Dios no puede definirse, no hay ninguna definición que el ser humano pueda dar de él. No hay nada que, sobre Dios, pueda expresarse con palabras. NAda, por muy superlativa que esta pueda ser, son siempre creaciones de una mente. Dios debe ser siempre superior a cualquier cosa que sobre él se pueda decir. Por tanto, paradójicamente, cuanto más sutil sea una argumentación sobre su existencia, más sutil se vuelve la argumentación contraria a su existencia: eso, tampoco puede ser Dios. Este razonamiento me "inmunizó", de momento, de todo tipo de fe. Si será definitiva ya...no lo sé. Álvaro

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  4. Gracias por tu comentario, Álvaro.
    En cierto modo, enlazas, aunque sea en sentido contrario, me parece, con el argumento ontológico de San Anselmo. Como dices, nunca sabemos si lo que creemos o dejamos de creer será algo "definitivo". Claro que, ¿qué sería lo definitivo? ¿Lo pensado en juventud, lo "descubierto" en un instante? ¿Lo percibido a la hora de la muerte? ¿Cuándo podríamos decir que algo que pensamos y que no podrá ser dicho jamás desde el argumento científico se convierte en definitivo? Yo tampoco lo sé. Un afectuoso saludo
    Javier

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