Este
año se ha premiado a tres investigadores centrados en desentrañar
algo que es de suma importancia, la sensibilidad de las células a
concentraciones de oxígeno, desde la que se ponen en marcha
mecanismos de adaptación molecular que permitan sobrevivir en
condiciones de hipoxia.
Algo
sabido a la gran escala del organismo (la importancia de la
eritropoyetina o la necesidad de la angiogénesis en supervivencia de
tumores sólidos) se elucida ya a escala molecular, de regulación
genética..
Dos
de los premiados, Gregg Semenza y Peter Radcliffe, se han centrado en
el gen de la eritropoyetina y en otros relacionados. A su vez,
William G. Kaelin ha partido de una rara enfermedad (la de von Hippel
Lindau) en la que aumenta claramente el riesgo de cáncer, debido, al
parecer, a una proteína alterada, la VHL, que actúa señalando de
modo incorrecto una situación de hipoxia.
En
síntesis, se ha partido de lo sabido y con dos enfoques que han
permitido un gran avance en algo común a ellos y esencial en
Biología Molecular. Uno ha sido generalista, basado en partir de la
eritropoyetina y estudiar los genes de regulación asociados. Otro se
ha centrado en una enfermedad rara pero relacionada con algo tan
habitual como el cáncer, la de von Hippel Lindau, que afecta una de
cada cincuenta mil personas aproximadamente. Si algo bueno tienen
esas patologías raras es que sirven como “experimento de la
Naturaleza”, como modelo de algo, en este caso de una sensibilidad
celular especial a la concentración de oxígeno.
Un
tema común, dos aproximaciones diferentes.
Cualquier
persona interesada en esta cuestión dispone de una abundantísima
bibliografía fácilmente accesible, pero el objetivo de esta entrada
en el blog es ajeno a una divulgación que puede encontrarse de
mejor modo en muchos lugares. Mi propósito aquí es hacer una breve
reflexión sobre este premio Nobel.
Por
un lado, como en otras ocasiones, el Instituto Karolinska ha
preferido lo importante a lo sensacional (aunque sea también importante). Era previsible el premio a investigadores relacionados
con los linfocitos T-CAR o con los métodos de edición genética.
Probablemente se otorguen en el futuro, pero ahora, que no se pensaba
mucho en el oxígeno, se nos recuerda la importancia de la adaptación
celular a cambios en la disponibilidad de algo tan elemental para
vivir y, a la vez, aumentar la entropía del mundo, algo tan
maravilloso que hace años se había llegado a suponer increíble,
acuñándose el término “neguentropía”. Y no, la entropía ha de
aumentar a la vez que la vida prosigue. Desde la emisión de fotones
solares hasta el crecimiento de un niño y el mantenimiento del
organismo hasta la muerte, y más allá de ella, la entropía universal
va aumentando. Los alimentos se degradan y sus productos finales son
literalmente quemados, oxidados por oxígeno en esas maravillas
conocidas como mitocondrias, aumentando la entropía pero, a la vez,
proporcionando energía libre (no energía “a secas”) para
construir moléculas mediante reacciones encadenadas. No parece mala
cosa premiar la profundización en lo más básico, en lo más
fundamental.
Por
otra parte, en Biología y Medicina resulta imprescindible el uso de
modelos experimentales u observacionales. Uno de los mayores
científicos, Sydney Brenner, fallecido hace poco, no solo realizó investigaciones
esenciales, sino que mostró la importancia de modelos experimentales
como el C. elegans o el pez globo. Ahora, una enfermedad rara es
usada como modelo natural para avanzar en la investigación básica.
No es la primera vez que algo así ocurre, de modo que lo extraño,
lo menos “normal”, los “outliers”, sirven precisamente para
poder ver lo general, lo normal.
Y, finalmente, algo
que parece olvidado en la investigación actual con su excesiva
obsesión bibliométrica, que llega a equiparar investigar con
publicar. Se trata de la pasión por el conocimiento, por buscarlo
aunque no se logre. Eso no se da sin más ni más, se ancla en el
niño que cada cual lleva dentro, en el deseo básico al que se puede
responder o no.
Reside en el sueño que pasará a ser libre destino,
expresión clara, por paradójica que parezca. Pues bien, a eso se
han referido dos de los galardonados. Semenza
lo expresó
así “Somos afortunados de tener esta
carrera donde podemos seguir nuestros intereses
y sueños donde sea que conduzcan”. Por
su parte, Kaelin decía que “Me permití soñar que tal vez algún
día esto sucedería”. A la vez, se refirió
a que "la enfermedad de von Hippel-Lindau era el lugar correcto para
ir de pesca", rememorando curiosamente la actividad favorita de su
padre, cuyo secreto era saber dónde pescar, un
recuerdo infantil.
Quizá
un mensaje de este premio, más allá del reconocimiento de tres
grandes investigadores, resida en mostrar que la ciencia no resulta
tanto de una carrera curricular, por más
que lo parezca a muchos,
como de la actualización
de un sueño, de la realización
de un deseo propio, noble y fundamental,
tanto si es reconocido por otros como si es
ignorado por el mundo.
Que bien lo cuentas y con que claridad, querido Javier. Completamente de acuerdo contigo. Es una pena que se pierdan los sueños de la infancia y convertirnos en adultos para jugar unha partida de tute o no perderse un partido de fútbol, aceptando que non son incompatibles con los sueños. Y publicar únicamente para hacer currículo. Mil gracias por hacer fácil algo que para mi resulta tan complicado como es la biología molecular.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Fidel,
Muchas gracias, querido Fidel, por tu comentario. La publicación se ha hecho obsesiva como marca de ser investigador, y eso aleja de la realidad de la investigación misma. Se trata de "producir" aunque el producto sea vacío. Afortunadamente, hay muchos científicos de verdad que, aunque publiquen mucho o poco, se dedican a lo que en verdad importa, a la búsqueda de conocimiento. Esta vez, como otras, el Instituto Karolisnka reconoce lo que tantos académicos ignoran.
EliminarUn abrazo,
Javier