Ya llevamos
tiempo de pandemia en España.
Hemos vivido un
tiempo de confinamiento masivo y decidido tardíamente, que ha tenido al menos la
bondadosa consecuencia de paliar la expansión del virus. No es poco. Pero no es
suficiente.
Hasta ahora las
cosas no se han hecho precisamente bien. Sabemos sobradamente las consecuencias terribles habidas.
Es tiempo de
cambiar el modo de proceder. La “herd immunity”
no es una buena solución. Y exponernos a nuevos confinamientos masivos tendría consecuencias terribles en términos económicos y de morbi-mortalidad.
En este enlace pueden verse simulaciones muy
intuitivas relativas al contagio. Se incluye ahí un gráfico que esquematiza de modo general la buena actitud,
tras el confinamiento masivo, en el que hemos tenido tiempo para reflexionar y
ver qué procede hacer.
Lo que viene ahora, ya, no es un mero camino basado en
consejos paternalistas hacia la “nueva normalidad” (vivimos tiempos de
neolengua). Lo que procede,
se ve literalmente en ese gráfico, es “test, trace, isolate”, esperando la
última fase, “vaccinate”.
Vayamos a la
primera cuestión, las pruebas. Las hay de dos tipos, de detección genética
(PCR) de material vírico (hay laboratorios que también detectan proteínas suyas,
los "antígenos") y de detección de respuesta del organismo infectado (tests
serológicos).
La eficacia de
estas pruebas se ve limitada por aspectos técnicos intrínsecos y por la evolución de la
enfermedad. La demostración de infección por PCR precede a la detección
mediante el hallazgo (y potencial cuantificación) de anticuerpos contra el
virus de tipo IgM y de tipo IgG.
Estos tests
serológicos son muy importantes para saber no sólo si alguien está en fase
activa de enfermedad (IgM positiva) o potencialmente curado (PCR negativa e IgG
positiva) con matices (posibles reinfecciones, efectos tardíos del virus…);
también nos da una idea de la inmunidad grupal en un gran colectivo como puede
ser el sanitario.
En Galicia se
están haciendo tests serológicos a todo el personal del SERGAS (rápidos, de “doble
banda”, y ELISA si procede). Una buena idea extensible a otros colectivos
(escolar, de servicios, etc.). Cuantos más tests serológicos se realicen, más
se sabrá sobre la inmunidad grupal, a la vez que una positividad IgM fortuita
en un asintomático inducirá a estudiarlo como potencial paciente y, de serlo, a
alertar a contactos y proceder al aislamiento.
Hasta ahora, la
PCR se ha realizado con escasez y tardanza. De ese modo, cualquier paciente cuya
clínica de posible Covid-19 es confirmada finalmente por PCR habrá tenido tiempo hasta
entonces de haber contagiado a muchas personas. A diferencia de los tests serológicos,
que miran “a toro pasado” (o en curso), la PCR detecta inicialmente la situación.
Bien, nunca es
tarde (relativamente) si la dicha es buena y un BOE muy reciente, del 11 de mayo, recogía una Orden Ministerial por la que “a todo caso sospechoso de COVID-19 se le realizará una prueba
diagnóstica por PCR u otra técnica de diagnóstico molecular que se considere
adecuada, en las primeras 24 horas desde el conocimiento de los síntomas”.
Es aquí en donde se inicia uno
de los aspectos relacionados con el título de esta entrada del blog. Si alguien
percibe síntomas de alarma de potencial Covid-19, debe contactar con su médico
y, si éste sospecha, desde la clínica, esa enfermedad, solicitará la PCR. Un
resultado positivo, obtenido cuanto antes, permitirá reducir claramente,
mediante el aislamiento que sea factible, el contagio de otros. Es elemental
que los confinamientos selectivos tienen obvias ventajas sobre los masivos,
algo a lo que podemos volver si “jugamos” con el virus.
Es decir, la responsabilidad
individual ha de jugar con el difícil equilibrio entre la hipocondrización y la
prudencia, no por la salud propia, que se modificará poco en el sentido que sea
si la PCR positiva aparece hoy o dentro de unos días, sino por la salud de los
demás, esos contactos que quizá no se contagien por aislamiento y control desde
ese saber diagnóstico.
Hay otro aspecto, muy claro y al
fin accesible. Se trata del uso de mascarillas. Sabemos que las hay distintas y
que las llamadas quirúrgicas evitan más bien contagiar, si estamos infectados,
que ser contagiados por otros. Pero, precisamente, dado que podemos estar
infectados y contagiar aun siendo asintomáticos, parece de una ética elemental
llevar mascarilla puesta siempre que salgamos de casa, precisamente para no
contagiar a los demás.
Curiosamente, ese deseo de cuidado del otro, del desconocido incluso, en la
medida en que se generalice, facilitará que todos seamos más difícilmente
contagiados.
Eso y la elemental prudencia de establecer barreras alternativas
(pantallas de metacrilato, por ejemplo) y, sobre todo, en mantener una
distancia entre personas. Lo visto estos días de “fase 1”, que han parecido de
celebración colectiva en terrazas y calles más que de otra cosa, a pesar de la tragedia nacional en
la que aún estamos inmersos, ha sido de una irresponsabilidad manifiesta. Es
probable que, si la ética es ignorada, la ley haya de prohibir insensateces.
La solidaridad en este terrible
contexto de pandemia en el que el coronavirus no hace distinción de edades (ni a niños siquiera), no es solo cosa de sectores sanitarios ni de servicios;
tampoco de aplausos. La solidaridad reside en cuidar al otro evitando
contagiarlo, aunque no tengamos evidencia de estar infectados nosotros.
Curiosamente, esa solidaridad
será la que nos permita llegar del mejor modo al tiempo “vaccinate”, cuando se
logre, si se logra, lo que la gran mayoría deseamos, una vacuna segura y
eficaz.
Muy de acuerdo. Pensar el el Otro.
ResponderEliminarCuidar al desconocido.
Gracias.
EliminarLamentablemente, por lo que vemos en las calles y bares, eso no se lleva mucho.
Un abrazo
Javier