Supe de Hans Küng en octubre de 1979. Y lo sé ahora porque tenía y tengo la costumbre, extraña o no, de marcar la fecha en que compro cada libro. El de entonces tenía un título al que no podía resistirme, “¿Existe Dios?”.
Si alguien escribe un libro con ese título, sabemos de qué va desde el principio; la respuesta será afirmativa o todo lo contrario. Y Hans Küng dedicó toda esa obra a repasar la Historia de la Filosofía desde ese interrogante, a ver pros y contras en muchos autores. Nietzsche, Marx, Freud… tantos y tantos y tan importantes fueron descritos, analizados, justificados, con su bella escritura.
Después de eso, leí “Ser cristiano” y luego muchas más obras suyas. Es curioso. Uno puede marcar años de su biografía por lo que en ellos ha leído, y Küng siempre estuvo acompañándome. También cuando rasgó sagradas vestiduras al realzar la muerte digna.
Puedo decir que mi fe es como la suya en algún aspecto esencial, del de “fides”, el de confianza radical, absoluta, vital, en que Dios (qué término tan degradado) existe y, de un modo tan misterioso como el que nos hizo nacer, a cada uno como ser único, singular, en la historia del mundo, nos salvará del absurdo. Un Dios de deseo, deseable y deseoso.
Mi Dios no es exactamente el de Küng, pero se le parece y mucho, porque es cristiano, porque, por serlo, se fija en los pájaros que ni siembran ni siegan, tiene a Jesús, alguien condenado por blasfemia, como la gran referencia ética. Mi Dios es un Dios de belleza, estético hasta lo más hondo. Es el Dios al que puede acercase lo mejor de la Ciencia, no como espisteme, sino como el Dios Estético, el Dios del Amor que sustenta todo lo real, a pesar de los pesares, a pesar de los cánceres infantiles, a pesar de Auschwitz, a pesar de que se desespere de Eso, de lo Innombrable. Es Lo que sostiene a los solos, a quienes todo les va mal en la vida, a los que se equivocan en lo más importante, a los que se derrumban, a los que desesperan de ese Misterio insondable de esperanza, Lo que acoge a quienes ya no tienen nada a que aferrarse. Y ese Dios estuvo en Auschwitz y vestía el pijama de rayas. Eso es lo que creo.
He visto notas de prensa sobre quien fue, no cabe duda, un gran intelectual, yo diría un buscador, alguien que sabía de todo, incluso de ciencia y cuyo libro sobre fe y ciencia indica hasta qué punto sabía de lo que hablaba, de lo que escribía.
Fue fiel a su Iglesia, que también es la mía, a pesar de todo, a pesar de que no le apoyó, de que lo censuró. Probablemente le acompañó la soberbia, la altanería que sustentaba su potencia intelectual, impresionante, en la que reverberaba, creo, la idea arrriana. Parece que, como San Pablo, corrió la carrera, mantuvo la fe. No es poco. Es lo esencial. Algo que insta a toda persona, a ser coherente con lo bueno humano, se sea cristiano, budista o ateo.
Hans Küng mostró la compatibilidad de inexistentes opuestos. Podría decirse que esos opuestos son la fe y la razón, pero no es así. No, porque tanto la fe como la razón emergen de algo más real, más íntimo, más… inconsciente.
Sólo lo inconsciente llega a poder intuir, tocar incluso quizá, lo Real. Y eso, ese gran agujero negro, que paraliza el tiempo en el horizonte de sucesos atrayendo de modo irresistible a lo Desconocido, puede brillar y puede o no verbalizarse, poetizarse mejor dicho. Küng trató de hacerlo, trató de conjugar fe y razón. Y quizá por eso no fuera del todo razonable lo que afirma. Y es que lo religioso se ancla más en lo extraño, en lo inconsciente, que en la razón misma. La religión es "religare" y también "relegere". Tenemos una larga historia de experiencia de otros, a veces propia, de arrebatos místicos, de cultos mistéricos, de éxtasis ateos, de negaciones heroicas… Dios es lo Absoluto, lo Incognoscible, lo que sólo puede ser malamente soñado.
Uno de sus libros, autobiográfico, lleva el título de “Humanidad vivida”. Al margen de creencias, él mostró eso. Fue humano y vivió como tal. Humano, radicalmente humano. De eso se trata a fin de cuentas.
Dios lo habrá acogido en esa realidad que no tiene que ver con la inmortalidad sino con algo profundamente más bello, humano, divino y hermoso, la eternidad.
Precioso texto, enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias, Jordana.
EliminarUn abrazo
Javier
Querido Javier, leerte es como zambullirse en el agitado océano de las emociones, desde la más sublimes a la más angustiosas. Un oleaje Jungiano de luces y sombras, que lo dejan a uno orillado, con el resuello fuera y el miedo de haber estado a punto de zozobrar, pero vivo. Lo mejor de todo ello es que sin duda, lo que le queda a uno después de esa suerte de naufragio, es una fuerza que, hasta entonces, no tenía para enfrentarse a mares picados y violentas tormentas que quieran venir.
ResponderEliminarGracias Javier.
Gracias
Gracias a ti, querido Sergio, por un comentario tan amable.
EliminarEsas "tormentas" a las que aludes, son la gran prueba que cada cual tendrá que pasar. Ojalá lo hagamos.
Un abrazo.
Javier
Siempre es un placer leerte (escribes: “ser coherente con lo bueno humano” y bastan esas seis palabras). Hay pérdidas que no dejan una herida, siquiera un vacío (nada metafísico), es algo más parecido a un agujero cavado en la piedra de los días. Necesito personas que me ayuden a pensar, a dilucidar la realidad más allá de mis propias capacidades y de la caricatura de la propia realidad. Montalbán, Steiner, …. Recurro siempre a la poesía. En ella creo. La poesía acerca lo más lejano, aflora lo que está dentro, el inconsciente.
ResponderEliminarHace escasas semanas, otro agujero, Joan Margarit:
“La muerte empieza, con exactitud,
cuando la luz que estalla en
nuestros ámbitos
ya no ejerce la fuerza de un enigma”.
Gracias por escribir, Javier. Por estar
Muchas gracias, querido Miguel, por tu comentario, que excede claramente en riqueza a lo que yo he escrito.
EliminarSin duda, la poesía es un buen núcleo de creencia.
Un abrazo
Javier