Tanto si somos ateos como creyentes podemos asumir que Dios
es una construcción semántica que dice todo y, a la vez, no dice nada. Tal vez
la mejor o quizá la única aproximación a lo que se expresa con ese término sea
la mística. Fuera de ella, desde la que todo es inefable, no habría nada que
decir. Es decir, el que cree creer ha de callar. Y el que no cree no precisa hablar
para rebatir silencios.
Cuando Nietzsche se refirió a la muerte de Dios, hizo un
favor tanto a ateos como a creyentes porque ese Dios está bien estando muerto
o, lo que es lo mismo, olvidado. Porque ese Dios no es Dios. Porque Dios no es
concebible y cada vez que usamos ese término a lo mejor que podemos referirnos
es al gran vacío oscuro o de luz cegadora, esencial, inconsciente, inaccesible,
que nos funda. En cierto modo, al misterio impenetrable que nos constituye y
del que no hay modo de hablar. Cualquier otra cosa es reduccionismo teológico
antropomórfico, el refugio de religiosos ortodoxos o de religiosos ateos como
Dawkins.
Pero hay posibilidad de creencia que es esperanza
desesperada en que esto, esta realidad extraña en la que vivimos y que nos
constituye, tenga sentido. No como algo racional, sino perceptible desde la
belleza, poéticamente. No es necesario invocar la eternidad siendo temporales y
habiendo instantes eternos. Einstein cifraba su creencia en el Dios de Spinoza.
¿Por qué no? ¿Por qué sí? No hay razones, sólo sentimientos.
Esa esperanza supone asumir el valor de la vida, a pesar de
los pesares. La insondable belleza del mundo nos soporta. El Gran Espíritu nos
sostiene aunque, polvo de estrellas, retornemos al polvo. El Deus ludens es
próximo a los niños, que saben del goce de jugar. Si no renacemos no llegaremos
nunca a nada. El Deus absconditus ya bastante ha hecho determinando con la ley
física lo que no puede ocurrir, legislando en negativo. El Dios judaico
abandonó a Jesús al final. ¿Cómo esperar que nos arregle la vida? Sin embargo,
a veces, sólo a veces, es posible percibir a lo Innombrable como sentido
amoroso de la naturaleza, de todo cuanto existe, desde un gatito que nos mira hasta
una galaxia lejana cuya antigua luz observamos.
Y es que a veces, sólo a veces, lo Innombrable, el misterio
más radical, se manifiesta, como dice el Libro de los Reyes,… en un suave
susurro.
Javier.... ya lo sabia... pero renuevo mi mirada y mi admiracion: que bien escribes...!!!!!! Gracias...! T
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Me resulta muy animoso.
ResponderEliminarJavier, además de muy bien escrito (belleza literaria), el texto tiene fortaleza en su sentido (belleza filosófica). Ese sentir conecta con el mio. Tienes razón. Ni creyentes ni ateos han percibido esto, que es el mismo misterio el que constituye al mundo, que es el no-fundamento lo que fundamenta al mundo. Y que sin eso, no habría posibilidad de amar, añado en mis palabras, lo infinito en la inmanencia finita de la vida humana. Enhorabuena, pues. Y un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Luis, por tu comentario, cuya lucidez me ayuda a ver así las cosas.
Eliminar"Lo infinito en la inmanencia finita". No podría expresarse mejor.
Un abrazo
Que bien escribes, Javier, que bien plasmas tu argumentación, y que finamente , sencillamente, ahondas en el "misterio", lo suavizas, o sencillamente, lo evaporas.
ResponderEliminarApertas agarimosas
Muchas gracias, Jose.
ResponderEliminarUn abrazo.
Inspirador. Gracias por compartir tus ideas.
ResponderEliminarGracias a ti. Que sea inspirador es un halago
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