El escritor
Romain Gary se suicidó a los 66 años disparándose un tiro. Al parecer, un galán
de su clase no pudo tolerar el declive sexual inherente a la edad; de hecho, había
confesado no poder satisfacer a la mujer amada, la actriz Jean Seberg, quien,
tras su separación y una vida azarosa, se había suicidado antes que él. Que el
cuerpo no responda al deseo es traumático y no hay que despreciar el valor de
todo lo que ayude a llevar una vida placentera. No es malo contar con la ayuda
química que permita la satisfacción pulsional. Quién sabe cuántos males habría
evitado y evita esa pastilla llamada Viagra.
Pero hay algo que
va más allá de la relación entre un problema y un fármaco que facilita
afrontarlo. La Viagra, descubierta como efecto secundario interesante, ha
removido a su vez de modo secundario el universo simbólico asociado al ser
humano, reforzando la triste concepción de Julien Offray de La Mettrie.
El prefijo “dis”
suele indicar que algo va mal. Uno se disgusta, está disconforme, disiente… En
Medicina, estudio de males diversos, se utiliza con cierta frecuencia. Disnea, dispepsia,
disuria, disentería, dislexia o disfagia, expresan una molestia, una
dificultad, que puede ser un síntoma alarmante. No es tan usado como otros
prefijos (“hipo” o “hiper”) o sufijos como “itis”, “osis” o los temidos “oma”.
A veces, en vez de usar prefijos y sufijos, se habla crudamente de
insuficiencia o directamente de fallo (renal, cardíaco, hepático…) cuando un
órgano funciona mal o, en la práctica, deja de hacerlo al mínimo exigible. Y
cuando las cosas se ponen mal de verdad, uno puede entrar en fallo multi-orgánico
en donde decir “dis” sería quedarse corto.
Hay dos grandes
“dis” y que saltan a la vista en internet en cuanto uno empieza a escribir esas
tres sílabas. Se trata de “discapacidad” y de “disfunción”. Con una extraña
mezcla de cinismo e intención bondadosa, el término discapacidad ha desterrado
afortunadamente a otros de carácter peyorativo para referirse a personas que
sufren alguna limitación psicofísica.
Si el término discapacidad
engloba muy diversas situaciones personales, el de disfunción parece ir ligado
a una sola carencia, la falta de respuesta genital al deseo sexual masculino.
Disfunción eréctil se llama. No se habla de otras disfunciones. Ser
disfuncional es serlo en el terreno sexual; así de simple. No hace tantos años
que no existía una expresión así; había trastornos de impotencia esporádicos o
que se iban haciendo perennes y que eran generalmente atribuidos a problemas
psíquicos, tóxicos, al “stress”, o simplemente a la edad avanzada. Siempre hubo
supuestos afrodisíacos y, más recientemente, curiosos instrumentos, como bombas
de vacío o prótesis peneanas con los que poder lograr la erección en el momento
adecuado.
Pero hace poco
más de veinte años surgió el milagro conocido como Viagra. Se trataba del
sildenafilo, algo que se estaba probando en ensayos clínicos con una finalidad
bien distinta. En un estudio así se valoran mucho los potenciales efectos
secundarios surgidos y que son, generalmente, de carácter negativo, pero en
este caso los hombres afectados no se quejaban de uno de esos efectos, sino que
más bien lo alababan. Y fue el inicial efecto secundario lo que reconvirtió la
investigación que acabó en la patente de la Viagra, para felicidad de muchos,
incluyendo a los accionistas de Pfizer, firma que consiguió ventas millonarias
y que propició la aparición de webs sobre la “disfunción eréctil”, algo que
incluso se pretendió cuantificar.
Dejó de haber
problemas psíquicos o de edad que incidieran en el vigor sexual. Cualquiera
podía ya emular a Príapo, cosa que a veces ha ocurrido del peor modo sin
pretenderlo, requiriendo atención clínica urgente. Y ya no era sólo cosa de
viejos. El temor al bajo rendimiento sexual se extendió a jóvenes que, sin
precisarlo, también recurrieron a la pastilla azul en una época en la que el
erotismo se ha genitalizado al máximo, reduciéndose en la práctica a la
respuesta puramente anatómica.
Pero, si existe
una disfunción sexual masculina, también ha de existir el equivalente femenino,
aunque no se llamará así sino “Trastorno de deseo sexual hipoactivo femenino” para
el que la flibanserina seguirá dando que hablar
en tanto no se encuentre algo que pretenda ser
mejor que el placebo para un supuesto trastorno.
Con tales armas, se acabó aquella insensatez anticuada de
envejecer juntos en pareja. ¿Por qué no
cambiar? ¿Por qué no rejuvenecer?
Más allá de
viejas represiones, las inherentes a la propia naturaleza fueron superadas. El
término “impotencia” se desterró y triunfó la expresión “disfunción eréctil”,
acertadísima al concebir al hombre como máquina, porque es como tal que funciona
bien o no, pudiendo ser “disfuncional”. Acertadísima a la vez porque advierte a
ese hombre - máquina que la disfunción no sólo es problema sexual sino global, vital,
como tan acertadamente alerta la Fundación Española del Corazón. La disfunción
presagia la defunción. Alguna vez surgieron sonrisas maliciosas en quienes
atribuían la muerte súbita de alguien a sus ejercicios gimnásticos sexuales;
hoy asistimos más bien a la situación inversa. Uno empieza con impotencia, no
le hace caso, creyendo que es el apaciguamiento del deseo propio de hacerse
mayor, y a los dos o tres años va y se muere por un infarto masivo. Si la
sangre no entra como debe en los cuerpos cavernosos peneanos, ¿por qué había de
hacerlo en las coronarias? La consulta urológica entra en sinergia con la
visita al cardiólogo. Los psicólogos y psiquiatras pertenecen, en este terreno,
al pasado.
Cicerón escribió
un libro sobre la vejez en el que, en boca de Catón, alababa el apaciguamiento
del deseo sexual, al que consideraba un incordio. Murió antes de alcanzar la
llamada ahora tercera edad, pero no por infarto, sino por orden de Marco Antonio, que era
poco receptivo a sus críticas y nada dado a la oratoria. En una historia – ficción
en la que Cicerón tuviese acceso al sildenafilo, quizá no se hiciera tan pesado
en el Senado, cuyas puertas nunca se verían adornadas finalmente con sus
elocuentes manos.
Lo que ocurre con
el sildenafilo va más allá de una ayuda, como podría ser un bastón, para
convertirse en algo simbólico. En cierto modo, la erección, el alargamiento
anatómico, se asocia al alargamiento vital que, por otra parte, parece ir
relacionado con la longitud telomérica. Ya no se trata de vivir o morir, sino
de durar, de alargar el tiempo “funcional” mediante el alargamiento de penes y,
llegado el momento, de telómeros. La Medicina moderna no quiere saber de
envejecimientos (hay quien anuncia “la muerte de la muerte” y alguna autoridad
científica más modesta en sus pretensiones afirma en un libro la posibilidad de morir
jóvenes a los 140 años, que no está aparentemente nada mal).
El cientificismo
no siempre sabe mirar. Helen Fisher indagó en el cerebro las claves amínicas
del estado anímico de enamorados, y hasta en el PNAS se publicó algún artículo
sobre genes de fidelidad y cosas así, pero eso, por más que explicara a mentes incautas
la química del amor y de la estabilidad de pareja, no resolvió nada frente a
sus problemas reales, más físicos que químicos, más mecánicos, puramente
genitales. Como en la película Cocoon, el sildenafilo fue fruto del azar, le
ganó al pretendidamente riguroso estudio genético y de imagen funcional y permitió
saber de lo que realmente es “disfuncional”.
Es difícil saber
hasta qué punto el efecto benéfico para algunas personas del sildenafilo y
similares no es sobrepasado por una concepción de la sexualidad humana tan excesivamente
simplista que se hace métrica. La expresión “disfunción sexual” ha sido un hallazgo feliz
para un mercado concreto, pero ahonda claramente en una reducción mecanicista del
ser humano. En muchos jóvenes, el erotismo, con su calma y poesía, cede ante la
anatomía, y lo hace del modo más crudo, a la vez que muchos viejos ven
realizables sus patéticos sueños de juventud perenne.
Esta civilización
de la inmediatez y de la confusión entre vida humana y eficiencia de máquina
pagará las consecuencias.
Muy buen post, la ultima frase excelente.Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, Cristina.
EliminarMe sumo a las feicitaciones, Javier. Un abrazo
ResponderEliminarGustavo
Muchas gracias, Gustavo.
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