Este año puede
verse una serie de médicos en “Amazon Prime”. Su título es “New Amsterdam” y se
basa en la obra “Twelve Patients: Life and Death at Bellevue Hospital” de Eric
Manheimer. Estando de vacaciones, acabé viendo los 22 capítulos de la primera
temporada, que no es poco. Muy interesante en su inicio y su final. Lo que
venga después será probablemente prescindible.
Abundan las series televisivas sobre profesiones que tienen que vérselas con situaciones de riesgo, de incertidumbre y vocación. Suponen la toma de decisiones por parte de quienes se dedican a ellas, decisiones que suelen generar conflictos entre compañeros. Policías y médicos son, sin duda, profesiones que dan mucho juego para entretener al televidente con multitud de aventuras presuntamente cotidianas, entremezcladas con líos amorosos. En ellas, los héroes destacan por su saber, su valor o, generalmente, una mezcla armoniosa de ambas características.
Ya antes de que se popularizara la televisión, había obras literarias que pudieron influir en que alguien percibiera en él una vocación por hacerse médico. Con la televisión, los ideales parecen más realistas, pero sólo lo parecen.
Son muchas las series emitidas sobre médicos, pero ésta, la del “New Amsterdam”, centrada en un hospital público estadounidense (lo que parece ya un gran contraste) muestra algo que llama la atención desde el primer capítulo. El “héroe” clave resulta ser el nuevo director del hospital (el equivalente a un gerente de los nuestros). Hay también otras figuras no menos heroicas y, de ser reales, la serie sería un canto hagiográfico cercano a lo empalagoso.
Pero hay algo que resulta especialmente llamativo. Se trata del director del hospital, Max Goodwin (interpretado por Ryan Eggold). Resulta casi increíble que un hombre solo sepa tanto, sea tan eficiente, y que, con la misma facilidad que despide a gente, resuelva rápidamente los problemas de gestión más duros, dando la mejor respuesta a todos los “buenos”, sanitarios y pacientes, y que, a la vez, diagnostique las cosas más raras e intervenga en el ámbito de cualquier especialidad, incluso quirúrgica. Y, por si fuera poco, asume toda esa responsabilidad a pesar de estar afectado por un cáncer que pinta muy mal. Bueno, ya que es ficción, podemos creer en tal posibilidad. De hecho, siempre hay realidades personales, aunque sean escasas, que superan lo ficcional.
De toda esa fantasía, resulta que la más creíble, que un médico no deje propiamente de serlo cuando ejerce de gerente, es absolutamente increíble en nuestro medio, aunque no sepamos bien por qué.
Que un gerente saliese de su despacho (o del de otros) y anduviera como un médico más por el hospital que dirige (como hace el Dr. Goodwin en la serie) interesándose por realidades cotidianas y no sólo por las estadísticas Excel, parece absolutamente insólito en nuestro sistema público.
Que algo así ocurriese, que un gerente médico se interesara de verdad y no sólo sobre el papel (literalmente y de modo electrónico) por los problemas médicos parece una fantasía que excede a las protagonizadas como reales por Bruce Willis en las sucesivas “Junglas de Cristal”. Y, sin embargo, sería muy bondadoso para todos quienes trabajan en un hospital y, sobre todo, para quienes en él son atendidos como pacientes.
Y es que los índices, sean de estancia post-quirúrgica, de tasas de infección o incluso de “satisfacción del cliente” no dicen propiamente nada de nada. Sólo son datos estadísticos donde la estadística sirve de poco más que alimentar reuniones de despacho y emisión de informes de propaganda política, porque, en general (quizá haya excepciones), quien realmente podría hablar no es nunca preguntado, ni siquiera cuando se está muriendo ahí, en el propio hospital, a veces en uno de sus pasillos, en esos momentos de colapso asistencial que son tan “puntuales” como periódicos por acaecer principalmente con la visita del virus gripal o por razón de vacaciones.
Abundan las series televisivas sobre profesiones que tienen que vérselas con situaciones de riesgo, de incertidumbre y vocación. Suponen la toma de decisiones por parte de quienes se dedican a ellas, decisiones que suelen generar conflictos entre compañeros. Policías y médicos son, sin duda, profesiones que dan mucho juego para entretener al televidente con multitud de aventuras presuntamente cotidianas, entremezcladas con líos amorosos. En ellas, los héroes destacan por su saber, su valor o, generalmente, una mezcla armoniosa de ambas características.
Ya antes de que se popularizara la televisión, había obras literarias que pudieron influir en que alguien percibiera en él una vocación por hacerse médico. Con la televisión, los ideales parecen más realistas, pero sólo lo parecen.
Son muchas las series emitidas sobre médicos, pero ésta, la del “New Amsterdam”, centrada en un hospital público estadounidense (lo que parece ya un gran contraste) muestra algo que llama la atención desde el primer capítulo. El “héroe” clave resulta ser el nuevo director del hospital (el equivalente a un gerente de los nuestros). Hay también otras figuras no menos heroicas y, de ser reales, la serie sería un canto hagiográfico cercano a lo empalagoso.
Pero hay algo que resulta especialmente llamativo. Se trata del director del hospital, Max Goodwin (interpretado por Ryan Eggold). Resulta casi increíble que un hombre solo sepa tanto, sea tan eficiente, y que, con la misma facilidad que despide a gente, resuelva rápidamente los problemas de gestión más duros, dando la mejor respuesta a todos los “buenos”, sanitarios y pacientes, y que, a la vez, diagnostique las cosas más raras e intervenga en el ámbito de cualquier especialidad, incluso quirúrgica. Y, por si fuera poco, asume toda esa responsabilidad a pesar de estar afectado por un cáncer que pinta muy mal. Bueno, ya que es ficción, podemos creer en tal posibilidad. De hecho, siempre hay realidades personales, aunque sean escasas, que superan lo ficcional.
De toda esa fantasía, resulta que la más creíble, que un médico no deje propiamente de serlo cuando ejerce de gerente, es absolutamente increíble en nuestro medio, aunque no sepamos bien por qué.
Que un gerente saliese de su despacho (o del de otros) y anduviera como un médico más por el hospital que dirige (como hace el Dr. Goodwin en la serie) interesándose por realidades cotidianas y no sólo por las estadísticas Excel, parece absolutamente insólito en nuestro sistema público.
Que algo así ocurriese, que un gerente médico se interesara de verdad y no sólo sobre el papel (literalmente y de modo electrónico) por los problemas médicos parece una fantasía que excede a las protagonizadas como reales por Bruce Willis en las sucesivas “Junglas de Cristal”. Y, sin embargo, sería muy bondadoso para todos quienes trabajan en un hospital y, sobre todo, para quienes en él son atendidos como pacientes.
Y es que los índices, sean de estancia post-quirúrgica, de tasas de infección o incluso de “satisfacción del cliente” no dicen propiamente nada de nada. Sólo son datos estadísticos donde la estadística sirve de poco más que alimentar reuniones de despacho y emisión de informes de propaganda política, porque, en general (quizá haya excepciones), quien realmente podría hablar no es nunca preguntado, ni siquiera cuando se está muriendo ahí, en el propio hospital, a veces en uno de sus pasillos, en esos momentos de colapso asistencial que son tan “puntuales” como periódicos por acaecer principalmente con la visita del virus gripal o por razón de vacaciones.
Tenemos un magnífico sistema sanitario y, sin embargo, podría ser mucho mejor. Bastaría con hablar y, sobre todo, escuchar.
Querido Javier: comento por aquí, dado que Google tiene algo en mi contra (que diría un paranoico)
ResponderEliminarTodavía sigue en la memoria (y lo estará por mucho tiempo) el famoso personaje del Doctor House. Debemos admitir que los americanos son únicos para hacer esta clase de series, entre otras cosas porque además de contar con extraordinarios guionistas, tienen algunos de los mejores actores secundarios del mundo, y por centenares.
Es totalmente cierto: policías y médicos “rivalizan” en el protagonismo de argumentos magníficos, precisamente por ser dos profesiones que están todo el tiempo al filo de muchos momentos decisivos de la vida. No olvidemos que Arthur Conan Doyle, el creador del insuperable Sherlock Holmes, era médico.
Es raro que los que se encargan de gestionar las instituciones de suma importancia salgan de sus despachos para darse una vuelta y ver lo que sucede fuera. Allí están los políticos, haciendo el payaso en época de elecciones, visitando granjas de pollos, cavando zanjas para plantar arbolitos, sentándose con los jubilados a tomar un vino en algún pueblo, o vistiéndose de chulapos en las Fiestas de San Isidro, que hasta eso hemos visto…Luego, una vez que eso acaba, no saben ni lo que cuesta un café, como le pasó a un ex presidente hace unos años cuando lo entrevistaron en la tele.
De todas maneras, ya nos podríamos poner contentos si los gerentes de hospitales fuesen médicos. Cada vez es más habitual que sean cualquier cosa, y que por lo tanto gestionen un centro médico como si fuese una fábrica de zapatillas. La extraordinaria sanidad de la que aún gozamos pese a todos los esfuerzos que han habido para derribarla, es el resultado de la admirable vocación de médicos, enfermeros, auxiliares, toda la gente que cada día hace su trabajo, no se lleva ningún laurel ni corta cintas frente a las cámaras de los telediarios.
Un abrazo,
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarPor alguna extraña razón (supongo que directa o indirectamente económica), Google nos ha privado a todos de las páginas personales, con lo que nos queda la opción de comentar blogs en su opción (Blogger.com) desde una web o un blog personal, o como anónimos.
Agradezco, como siempre, tus enriquecedores comentarios. Totalmente de acuerdo con lo que dices. Sólo haré un matiz relacionado con la diversidad de políticas sanitarias que se dan dentro de nuestro propio país.
El hospital en el que yo trabajo ha sido siempre regido por médicos. Son compañeros que, desde que atraviesan por primera vez la puerta de sus despachos, dejan de serlo y se transforman mágicamente en seres con capacidad de gestión universal como señalas (podrían hacerlo igual o mejor gestionando fábricas de zapatillas).
Y eso es lo que me parece más grave, porque si te viene un gestor de una empresa de refrescos que es economista y se pone a dirigir el hospital, pues bueno, sabemos lo que puede esperarnos, pero aquí resulta que no, que son médicos los que en la práctica (y quizá con la mejor intención de partida por su parte) traicionan su profesión en aras de una pobre carrera política, por mero afán de mando o por aparente sadismo.
Como bien sabéis los psicoanalistas, el goce de alguien puede conducir a lo peor para otros si a ese alguien se le da, desde el criterio político en el peor sentido, un poder de decisión sobre lo humano y que llega a afectar a lo divino.
La gestión que aquí hemos tenido a lo largo de casi medio siglo fue la que fue y es la que sigue siendo, con sus índices, sus eficiencias (ahora ya excelencias, que suena mucho mejor), sus calidades y sus coros angélicos de aduladores. La adulación, preferiblemente indirecta que es más elegante, parece condición necesaria (aunque a veces no sea suficiente) para nuevos contratos o para promociones jerárquicas. Se genera así una estructura piramidal de confianzas a “empoderados” que acaba favoreciendo una situación inercial poco enriquecedora, a pesar de innovaciones (los espacios de innovación se comieron los de bibliotecas), “gamificaciones” y cosas así.
Un abrazo,
Javier