La sangre, además de haber
sido uno de los cuatro humores y lo que ahora sabemos que es, representa uno de
los grandes símbolos de vida y de muerte. Sangre de mártires que mancha una
bandera sacralizándola, linajes de sangre, sangre que hace prodigioso al Santo
Grial, vino eucarístico que se transforma en sangre divina…
Es fácil asociar sangre y
vida. Andreas Libavius postuló en 1615 que "la sangre caliente y espirituosa del
joven será para el viejo como fuente de vida". La sangre vieja debe eliminarse y
ser sustituida por sangre nueva o por un elixir como el que, según Ovidio, usó
Medea para rejuvenecer a Esón. Bram Stoker supo dar una forma siniestra a esa
asociación entre sangre y vida.
¿Por qué no usar la sangre
de alguien sano para restablecer la salud de otro? La primera transfusión
documentada fue realizada por James Blundell en diciembre de 1818. Después, en
Obstetricia a lo largo del siglo XIX y, especialmente, en las grandes guerras
del siglo XX, se puso de manifiesto el valor de la hemoterapia, limitado por
algunas extrañas reacciones que acabó aclarando Karl Landsteiner en 1900, y
ensombrecida porque la sangre donada podía transferir enfermedades infecciosas como las debidas al VIH y al VHC.
A veces surgen hermanos
siameses que comparten su sangre. Hay un modo de reproducir en modelo
experimental animal ese extraño intercambio, suturando la piel de dos animales
en sus flancos. Se llama parabiosis.
Introducida por Paul Bert con su tesis “La greffe animale” en 1860, fue
relativamente poco valorada hasta que en 1969 Coleman, la realizó entre ratones
mutantes diabéticos y ratones normales, viendo que éstos perdían peso y
concluyendo así la existencia de un factor de saciedad en los mutantes y que, casi
treinta años más tarde, Friedman identificó dándole el nombre de leptina.
A principio de los años 70
se unieron animales de edades diferentes (parabiosis heterócrona). De este
modo, Ludwig y Elashoff comprobaron que los animales viejos vivían más al ser
unidos a jóvenes. Weissman, Wagers y Rando redescubrieron la parabiosis en la
universidad de Stanford. En 2005, el grupo de Conboy hizo experimentos de
parabiosis heterócrona (animales de distintas edades). Una nueva aproximación
experimental al estudio del envejecimiento estaba servida.
Como un nuevo elixir
mágico, resultó que el plasma juvenil tenía un efecto rejuvenecedor en ratones
viejos y no sólo en su cerebro, también en el corazón, hígado y páncreas. El
grupo de Tom Wyss-Coray consiguió publicar un artículo en Nature Medicine en junio de 2014 mostrando que la administración de una serie de infusiones de
plasma mejoraba aspectos cognitivos de ratones viejos y que tal cambio se
correlacionaba con modificaciones en un perfil transcripcional asociado a plasticidad
neuronal; al menos una proteína del hipocampo (Creb) estaba implicada.
Rápidamente
surgió una empresa spin-off, Alkahest, dedicada a
evaluar la potencialidad de componentes plasmáticos para frenar o revertir el
envejecimiento cerebral humano. En la actualidad, la empresa Grifols ha
comprado el 45% de Alkahest y lleva a cabo un ensayo clínico,
internacional y multicéntrico, conocido como AMBAR (Alzheimer’s Management by Albumin Replacement) basado en “la extracción de plasma de pacientes y su
sustitución por Albúmina Grifols (recambio plasmático)”
Sugerir que el plasma
juvenil puede ser útil en el tratamiento del Alzheimer es decir poco y, a la
vez, demasiado. Se dice poco porque en estos tiempos sería deseable que la
publicación de resultados, en una revista de la categoría de Nature Medicine o
similar, esperara a que éstos fueran más completos, revelando las moléculas
implicadas en el efecto descrito y su mecanismo de acción. A la vez, se dice
demasiado al sugerir que el plasma juvenil puede frenar o revertir el
envejecimiento. Según indica “The Guardian” Wyss-Coray recibió muchos correos de pacientes millonarios que querían
tratamiento con sangre joven. Uno de los
remitentes indicaba que podía proporcionar sangre de niños de cualquier edad requerida
por los científicos. The Guardian señala que, ante eso, Wyss-Coray se mostró conmocionado;
“es terrorífico”, dijo. Pero… ¿Qué esperaba? ¿No tuvo un claro empeño comercial
desde el primer momento más allá de la ciencia? ¿No saben los científicos que viven en un mundo globalizado en el
que se venden niños por un módico precio? Basta con echar un vistazo a la base
de datos Havocscope. Si un viejo millonario sin escrúpulos escucha
que el plasma de jóvenes o de niños puede revitalizarlo, ¿no lo
comprará en el mercado negro?
¿Tampoco ven los científicos películas como “Al cruzar
el límite” o “La isla”, que, más que de ciencia ficción parecen ser anuncio de tristes posibilidades? ¿No recuerdan lo hicieron unos cuantos científicos en la Alemania nazi en donde las circunstancias facilitaron el paso al acto de los peores deseos epistémicos?
Éste es uno de tantos
ejemplos que muestra la falacia de que toda la ciencia es neutra y sólo son
malas o buenas sus aplicaciones. No siempre es así. Si el plasma juvenil es
bueno para rejuvenecer cerebros envejecidos, habrá que estudiarlo adecuadamente
a todos los niveles de complejidad; la prisa por obtener una publicación de
alto impacto supone que una idea tan simplista sea transferida inmediatamente a
la opinión pública y abra la vía a la potencial extensión del tráfico de
órganos o, en este caso, de plasma humano.