Un reciente artículo de “El País” realzaba que “el rechazo irracional de Greenpeace a los alimentos transgénicos ha logrado irritar a 109 premios Nobel, la voz de la mejor ciencia disponible”.
Efectivamente, son muchos los galardonados con el premio Nobel que han firmado una carta en la que instan a Greenpeace a que reconozca los descubrimientos de organismos científicos competentes y agencias reguladoras, y a abandonar su campaña contra los GMO (organismos modificados genéticamente) en general y el arroz dorado en particular. Llegan a invocar al final de la carta el “crimen contra la humanidad”.
El autor del primer artículo señala que esa resistencia
a los transgénicos sería una muestra de “una de las nuevas religiones de
nuestro tiempo, una especie de panteísmo donde el papel de Dios lo representa
la Madre Naturaleza”.
Parece, efectivamente, que hay un ecologismo cuasi-religioso
en el sentido indicado, pero no es menos cierto que se da otra forma de
religión tanto o más dañina (incluso para la propia ciencia), el cientificismo.
Referirse a "la voz de la mejor
ciencia disponible" es no decir nada. Alguien recibe un premio Nobel por
su contribución a un área de investigación científica, de creación literaria o de la paz.
La posesión de un Nobel, siendo extraordinariamente importante, no supone necesariamente
un mayor aval a la hora de hablar de ética o de política, incluso de ética de ciencia
aplicada, como en este caso. Y el criterio cuantitativo no supone un cambio
cualitativo, pues da lo mismo que ese artículo lo firme uno o cien; lo importante
son los argumentos. No es lo mismo, pero no sobra recordar que fueron
científicos de primera línea los que se involucraron en el proyecto Manhattan.
Ciencia y ética no necesariamente van unidas.
La respuesta de Greenpeace parece sensata al señalar que los
transgénicos no son la solución, al menos no precisamente la única, al problema
de la nutrición en un mundo en el que sobran guerras e injusticia, con una gran
desigualdad en el reparto de riqueza que afecta a la distribución de comida y al acceso a la educación y sanidad.
Querido Javier: el tema de los alimentos transgénicos siempre me ha intrigado. Mis conocimientos sobre esta materia son prácticamente nulos, de modo que tras haber leído varias cosas, no consigo aclararme. Pero tu artículo, a pesar de su brevedad, tiene la virtud de ilustrar dos aspectos. Por una parte, el tema en sí mismo. Tal vez aún no pueda demostrarse “a ciencia cierta” (para utilizar una metáfora que en este caso viene a cuento) que dichos alimentos puedan resultar nocivos para la salud, pero es altamente sospechoso que -por el contrario- se proclamen sus virtudes ocultando al mismo tiempo otra realidad, la de la comercialización de las semillas, por ejemplo, con precios inaccesibles para muchas comunidades, privadas así de competir con los grandes productores. La segunda cuestión, como bien señalas, es el hecho de que el discurso “garantice" que un premio Nobel es -por definición- alguien cuya sabiduría y ética son indiscutibles (pongamos por caso a Mr. Kissinger, para nombrar solo alguno de estos hombres de gran nobleza moral). Como si los laureados, por el mero hecho de serlos, no pudieran incurrir en toda clase de infamias. Desde luego, probablemente la mayor parte de las sociedades científicas están compuestas por personas que reúnen la honestidad intelectual y el marco de la ética. Pero creer que “la voz de la ciencia” es portadora de la verdad divina es, como bien dices, una forma de religión mucho más peligrosa que el supuesto panteísmo de Greenpeace, al que hace unos años el gobierno francés declaró la guerra no precisamente por salir en defensa del laicismo, sino para proteger los intereses de las empresas.
ResponderEliminarDe todo ello se deduce, una vez más, la terrible indefensión de los ciudadanos de a pie, envueltos en polémicas cuyo fuego avivan los medios de comunicación, integrados por camarillas de periodistas profundamente interesados en engrosar sus cuentas corrientes a cambio de dispersar información falseada, por no decir abiertamente falsa. La manipulación genética y la manipulación política se dan la mano. De la primera no sabemos gran cosa a largo plazo, de la segunda no es necesario esperar comprobaciones.
Un abrazo,
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarDe tu animoso y lúcido comentario, extraigo una frase que me parece especialmente adecuada: “la manipulación genética y la manipulación política se dan la mano”. La completas apuntando a esa ignorancia que tenemos sobre un futuro que no parece halagüeño. El sistema CRISPR de edición genética, sobre el que algún día haré una entrada al blog, plantea, como suele ser habitual, el problema de la regulación ética.
Si las técnicas de ADN recombinante nos han conducido a los transgénicos para bien y para mal, es probable que la edición fuerce las cosas y facilite serias tentaciones eugenésicas.
Es obvio que el “ideal” de la manipulación persigue la confluencia político-genética, desde la identificación del sujeto con el mero individuo organísmico.
En cuanto al periodismo científico cae muchas veces en puro amarillismo promotor de esa indefensión ciudadana ante el dios del cientificismo.
Dudo que en estos tres últimos años haya progresado mucho la regulación ética concerniente a los transgénicos. El documental de Marie Dominique Robin sobre Monsanto, publicado en 2013, parece interesante: https://www.youtube.com/watch?v=PwxCEKotnbg
Gracias nuevamente por enriquecer con tu inteligencia este blog.
Un abrazo,
Javier
Hola Javier,
ResponderEliminarEl problema de los transgénicos es anterior a los mismos. Todo empieza con la revolución verde: semillas híbridas + pesticidas + fertilizantes. Los transgénicos pueden evitar parte de los problemas de la revolución verde: semillas que no necesitan tantos pesticidas ni tantos fertilizantes. En ese sentido serán una mejora. El tema de las semillas híbridas ya planteaba un problemazo que no se evidenció en aquel momento porque la revolución verde de los sesenta y setenta del siglo pasado acabó con la escasez de alimentos y salvó muchas vidas. También no se evidenció porque la economía estaba en una fase expansiva. El problema de las semillas híbridas, lo mismo que los transgénicos, es que el agricultor tiene que pedir créditos para comprar las semillas. El crédito hay que devolverlo pero la incertidumbre, el azar de una mala cosecha es un riesgo que no asume el banco. Siempre lo asume el campesino. Por ese motivo en los EEUU cada vez más y más campesinos han vendido sus tierras y la concentración en unas pocas manos ha sido escandalosa. Hoy hay un fenómeno epidémico en los EEUU en donde las personas blancas sin estudios (las que votan a Trump) entre 40 y 60 años tienen una mortalidad de 400 personas por año y por cada 100.000 habitantes http://www.teinteresa.es/dinero/Muertes-desesperacion-blancos-mediana-EEUU_0_1606639457.html
Son personas que no son y no están. Lo mismo ocurre con todas las culturas indígenas que no tienen acceso a ese tipo de tecnología. En Tixán, en la provincia del Chimborazo, llevan meses movilizándose para tener el control de su agua. El gobierno quiere meter mano en el agua para poder venderla al mejor postor. Quien genere más beneficios tendrá acceso a ese recurso, lo que no acabarán viviendo de la caridad o del folclorismo para la industria del turismo. En resumen, no estoy en contra de la tecnología, si estoy en contra del genocidio de unos para que otros se expandan, que es de lo que se trata. En contra de arrasar culturas en donde las personas son y están para crear extensiones de un modelo uniforme, impersonal, en donde toda la actividad social sea ver la final del Superbowl con nachos y cerveza. Respecto a este debate falta una buena crítica al paradigma de "la técnica proporciona soluciones" "¿Qué prefiere Ud respeto a las culturas o un buen antibiótico? Lo de que la técnica salva vidas es la bala de oro del cientificismo
Gracias, Esteban, por un comentario tan atinado y documentado que contextualiza adecuadamente la cuestión de los transgénicos. El enlace que aportas es sumamente interesante, porque muestra crudamente la vulnerabilidad de los que “a priori” podríamos considerar menos vulnerables; a la vez, parece que es desde esa situación de desesperación que algo que nos parece tan extraño (votar a Trump) lo es menos.
EliminarEfectivamente, como bien apuntas, asistimos a un riesgo muy claro de un “modelo uniforme”, lo que supone un discurso único y la perversión tecnológica, que quizá se muestre del modo más patente en el caso de los “móviles”: son instrumentos magníficos, llevamos de hecho un ordenador en el bolsillo, diseñado para comunicarnos de forma rápida, barata, casi instantánea con alguien que puede estar al otro extremo del mundo, pero, a la vez, pocas cosas desunen y atontan más que los dichosos móviles.
Con respecto a tu cuestión final, creo que ambos estamos en contra del dilema, pues una cosa no impediría la otra; más bien al contrario. Sin embargo, sí que se esgrime con frecuencia el argumento cientificista de “salvar vidas”, como si esto sólo pudiera hacerse de un modo, para cargarse no sólo la diversidad biológica sino la cultural. Quizá sean los excesos cientificistas los que hacen que mucha gente vea a la ciencia con prevención, facilitando así que puedan darse frenos al avance científico real. Por eso, el cientificismo, deificando a la ciencia, es su peor enemigo.
Un abrazo,
Javier
¿Por qué llamar cientificismo cuando podemos llamarle seudo escepticismo?
ResponderEliminar¿Por qué no? Es un pseudo-escepticismo que surge de la ciencia, como exageración.
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