miércoles, 16 de agosto de 2023

Antiguos alumnos, amigos actuales.




“Las amistades deben ser cuanto más viejas, más sabrosas”. Cicerón. “Sobre la amistad”.

 


    Cuando se reúnen amigos que tienen la misma edad, la afirmación ciceroniana cobra un vigor especial.


    Algo así ocurre con celebraciones periódicas de quienes fueron condiscípulos en edad escolar y han llegado a una edad en la que la juventud va quedando algo atrás.


    Se da una mezcla curiosa y magnífica entre relatos de “puesta a punto” del devenir de cada cual y añoranzas de un pasado de convivencia escolar cotidiana. El tiempo se percibe de modo especial, único, cuando colectivamente el recuerdo se mezcla con el presente y, desde ahí, se percibe la buena repetición futura. Es, en cierto modo, una visita del tiempo de Aión la que los amigos congregados reciben, en la que se ven sumergidos.


    La celebración es desinteresada, algo que ya la hace preciosa en una época de encuentros de cortesía obligada o de puro interés. A la vez, no es una reunión de amigos “de siempre”, sino de quienes, con mayor o menor cercanía en la vida, celebran un día precisamente eso, la propia vida presente, vitalizada por gratísimos recuerdos que deben ser nuevamente narrados. De amigos que lo fueron y siguen y seguirán siéndolo, aunque no se vean más que una o dos veces al año, o menos.


    En una celebración así, generalmente compartiendo una comida o una cena, prima la mezcla de narraciones que, en mayor o menor grado, a todos afectaron, casi siempre deliciosamente simpáticas, muchas ya conocidas, pero ya sabemos que la repetición de lo mismo es el necesario ritual inherente a lo auténticamente festivo. 


    No sería factible algo tan alegre y estimulante sin que alguien se encargara de catalizar lo que acaba siendo un deseo común; tampoco sin que los convocados estuvieran encantados de serlo y acudieran.


    En tiempos de soledades, falsamente cubiertas por una hiperconectividad digital, encuentros así resultan sencillamente esenciales para olvidarse de relojes y agendas y vivir perceptivamente, de vivir porque sí, el siempre de ayer y mañana en un corto pero a la vez eterno presente.


    Dedicado a mis amigos que fueron muchos años compañeros colegiales.

 

 

 

jueves, 10 de agosto de 2023

Dos relecturas de verano

 


            

“No se puede imaginar la muerte personal más que desde la vida y de su pretensión de inmortalidad”. Julián Marías. “La felicidad humana”.

 

“El salto de la fe, en su propia naturaleza, sigue sin aclarar. Lo entiendo tan poco como pueda entender la esencia de un fotón”. Martin Gardner. “Los porqués de un escriba filósofo”.



    Hay libros que vale la pena leer incluso más de una vez. Comento hoy dos leídos hace tiempo y releídos últimamente. El primero es “La felicidad humana” de Julián Marías. El otro lleva por título “Los porqués de un escriba filósofo” y su autor es Martin Gardner.


      “La felicidad humana” se escribió en 1987, lo cual nos sirve para estimar un plazo mínimo en el que empezó la locura de los libros de autoayuda, algo absolutamente ajeno al libro de D. Julián Marías. Quizá sea nostalgia por edad, pero tengo la sensación de que hace cuarenta años no se publicaban tantas tonterías “psi” como ahora.


    En ese texto, que se armoniza con otro suyo, “Breve tratado de la ilusión” se hace un estudio de lo que Marías llama imposible necesario a lo largo del pensamiento filosófico, planteando las condiciones de la felicidad, cómo éstas han ido variando a lo largo de la historia y lo que tiene de instalación vectorial y dramática. 


    Concebida por él la vida como proyecto, constata que “es frecuente la expectativa del envejecimiento como mera pérdida”, afirmando en contra que “se olvida que la realidad es emergente, que no está dada, y, por consiguiente, a cualquier edad puede ocurrir algo, aunque no todo”. No obstante, no es ajeno su análisis a la importancia de la soledad y el horizonte de enfermedad y muerte a la hora de contemplar que la felicidad en esta vida es algo siempre frágil.


    Su perspectiva del hombre como ser “futurizo” realza no sólo el encanto de la felicidad festiva esperada, sino el más importante para un creyente, la felicidad tras la muerte, que no puede concebir en modo alguno como aniquilación. En esa creencia, incita al lector a un ejercicio de imaginación, a tratar de plantearse el cómo de la salvación que, para Marías, incluye toda la biografía humana y la de su circunstancia, la “mismidad” de cada ser humano, su carnalidad resucitada y también la de la Historia misma, sin incurrir en el exceso de la apocatástasis. 


    Se trata, pues, de un libro que muestra la fe de quien lo redacta, siendo una obra que facilita la discusión entre posturas diferentes e incluso contrapuestas sobre esa cuestión tan huidiza, en estos tiempos de psicofármacos y autoayudas, como es la felicidad.


    El otro libro que me parece muy recomendable es el de Martin Gardner. 

    

    Supe de la existencia de Gardner algún día de junio de 1974, cuando me llegó a casa la revista de Scientific American a la que me acababa de suscribir. Ya la portada era llamativa, mostrando la reacción de Belousov-Zhavotinski, relacionada con un artículo sobre ella redactado por Arthur Winfree. En ese número había la sección correspondiente de Martin Gardner sobre “Juegos Matemáticos”. Aunque él no era matemático, sabía de lo que hablaba e inclinó a muchas personas a esa área del conocimiento. Estudió Física, pero se graduó en Filosofía y prestó mucha atención al método científico, alertando de su vulneración en libros como “La Ciencia, lo bueno, lo malo y lo falso”. Detractor de la homeopatía y de todo tipo de pseudociencias, fundó la revista “The Skeptic”. 


    Es presumible que muchos de sus seguidores no vieran con buenos ojos que un escéptico de la talla de Gardner se declarara teísta en el libro que recomiendo aquí.


    En “Los porqués de un escriba filósofo” da sus razones para creer en Dios, en la oración y en la inmortalidad. Aunque su razonamiento guarda paralelismos con apologetas cristianos como C.S. Lewis y Chesterton (de quien realza su “asombro ontológico”) y tiene rasgos comunes con la pasión unamuniana, defiende que su apoyo reside en la filosofía y no en la religión. No obstante, él nació en una familia protestante y en este libro hay grandes coincidencias con el cristianismo. Lo familiar siempre acaba influyendo. 


    Descarta una a una las “pruebas” tomistas de la existencia de Dios, así como el argumento ontológico de S. Anselmo. Sugiere una armonía entre la eternidad divina y el tiempo humano que sustentaría la conveniencia de la oración intercesora, cuya eficacia podría proporcionar Dios mismo de un modo “elegante”, influyendo en la función de onda asociada a un suceso antes de su colapso por observación.


    Todo el libro se apoya en numerosos autores de diversos ámbitos, aunque principalmente filósofos. Ya el inicio, con la negación del solipsismo enlaza con Berkeley y Russell, y resulta de gran interés.


    Una de las afirmaciones que se dan en el libro es que el salto de fe de Gardner se dio “por la gracia de Dios” y al respecto manifiesta lo siguiente: “creo que la causa de mi fe es, en un modo que escapa a mi comprensión, el mismo Dios desde fuera de mí pidiendo y queriendo que yo crea, y el mismo Dios en mi interior respondiendo a ello”. 


Gardner recuerda a Penrose con su alusión a que Dios tuvo que elegir un universo de extraordinaria baja entropía y también recuerda el principio antrópico, pero ni él ni Marías parecen partir de un Dios estético, sino del revelado, principalmente por y como Jesús de Nazaret.

 

sábado, 1 de julio de 2023

La exuberante belleza cotidiana.



" El estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga familiar a los sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido." (Goethe)


    De tanto verla, no apreciamos la belleza que abraza la complejidad de lo viviente, desde el orden molecular hasta formas macroscópicas de un tamaño que nos empequeñece, pasando por la estructura de una simple hoja de hierba o un árbol. Belleza existente que es tan variada como exuberante, en cierto modo enorme.


    La vida tardó en concebirse por los científicos como atomística, triunfando ese criterio con la teoría celular. Lo fluídico era más visible y más extrapolable, pero quedó restringido al intercambio de múltiples moléculas nutrientes o sintetizadas entre células distintas, con circuitos vasculares con corazón, como la circulación sanguínea, o sin él como las riadas microscópicas que conducen el floema y el xilema vegetales a lo largo de enormes gradientes, jugando con la gravedad o desafiándola, en un juego de presiones que asombra. 


    Nada más demostrativo de lo individual celular que una bacteria, en aparente contraste con los tejidos formados por células eucarióticas. Y, sin embargo, siempre se da un juego interactivo entre individuos aparentemente aislados hasta tal punto que, a veces, formas nuevas de vida emergen como simbióticas, y lo más discreto, lo bacteriano, puede dejar de serlo en la práctica por un sentido de quorum que, de un modo extraño y complejo de comunicación molecular restringida a umbrales, propicia una acción conjunta cuasi-tisular “decidida” mostrada en diferentes modos, algunos molestos para nuestra salud, otros bellísimos como la bioluminiscencia.


    Belleza utilitaria de las flores para favorecer la polinización entomógama. Belleza que percibimos en nuestro espectro óptico, diferente al sentido por una amplia variedad de insectos que a las flores se acercan. Belleza en animales tan distintos como los corales, las águilas, los insectos o los gorriones.


    La riqueza de formas se realza con los colores que surgen acompañándolas. Simetrías y asimetrías a veces conjugadas armónicamente, frecuentes relaciones fractales, muestran una amplia variedad de formas brillantes, de relaciones alométricas y cromáticas, en cualquier lugar. La vida y su belleza lo inunda todo, incluyendo el medio urbano, siendo demasiadas veces desapercibida.


    La ciencia nos permite ver más y más belleza en la vida que nos rodea y constituye mediante su mirada microscópica, molecular, biofísica y matemática. Realza y amplía la perspectiva poética, como defendía el gran Feynman, hasta que uno reconoce que no hay palabras para describir lo que cotidianamente ve sin ver. 


    Toda esa belleza que abarca desde el uso de fuentes de baja entropía como los fotones solares en los cloroplastos para la fotosíntesis, hasta la construcción de un embrión con todo lo que supone de diferenciación topológica y organización de distintas diferenciaciones celulares fisiológicamente coordinadas en el tiempo, nos interroga sólo si estamos abiertos, receptivos, a las preguntas que la vida nos hace. 


    Decía François Cheng que “la belleza es misterio porque el universo no estaba obligado a ser bello”. Es un postulado discutible, hermoso en sí mismo, y que parece implicar una perspectiva del principio antrópico en el orden estético y no en el modo epistémico. Y ese misterio no demuestra nada, sólo sugiere…o no. Ese misterio, ese "mirum" de la belleza natural asociada a lo complejo en una discreta banda de órdenes de magnitud en el seno de los que en el espacio – tiempo se desarrolla el universo, no demuestra nada, pero a mí, como a otros, nos sugiere fuertemente un sentido amoroso, inefable, poético, sagrado. 


    Se necesita más ciencia para elucidar los grandes problemas de la vida, especialmente los que afectan a nuestra salud y nuestra comprensión del mundo vivo y su evolución, pero no nos bastará con la ciencia para apreciar lo que, a pesar de evidente, parece no creíble, la belleza del mundo de la vida. Es así absolutamente imprescindible la mirada poética, aunque “sólo” sea para ayudar a Dios, como tan particularmente decían, aludiendo a su posición, Rilke y Etty Hilessum.

martes, 13 de junio de 2023

Informática. Herramienta y metáfora.

 


Imagen tomada de Pixabay

Hay un lema que parece reforzarse más allá, más acá, del ámbito cosmológico para el que se formuló. Se trata del “it from bit” de Wheeler. Lo primordial, lo originario, sería la información, aunque no hubiera nadie para ser informado. Esa exageración brutal se concilia con asumir que la consciencia humana es sólo mejor que otras, como la de un rinoceronte o la de un bolígrafo. Koch y Tononi defendieron, con su teoría de la información integrada, que cualquier sistema mínimamente complejo sería también mínimamente consciente. 


El bit es, en ese enfoque, lo elemental, aunque dice muy poco. Para cualquier comunicación, interesa reducir lo convencional, sea una letra, un número, un signo, a una corta secuencia de bits, eso que se llama byte y que, aunque de tamaño relativamente arbitrario, acabó siendo una secuencia de 8 bits. En la actualidad, ya nos hemos olvidado de hablar de miles de bytes (Kb), para hacerlo de Mb, Gb, Tb y más allá. 


El desarrollo de sistemas electrónicos de tamaño manejable facilitó la expansión de la capacidad de comunicación y de su almacenamiento. El ejemplo más obvio es lo que conocemos habitualmente como “móvil”, que, en la práctica, ha dejado de ser teléfono, porque casi nadie lo usa para hablar en sentido literal, sino para una comunicación doblemente digital, la basada en el uso, con los dedos, de lo que acaba siendo una informática binaria. En ese artefacto, transferencias masivas de información soportan aplicaciones que incluyen periódicos, bibliotecas, fotos, películas, radio, televisión, calculadoras sofisticadas, enciclopedias, juegos solitarios e interactivos, navegación GPS, registros de todo tipo, incluyendo los de carácter médico, etc. Los relojes digitales son cómodos “móviles” de muñeca, con los que podemos hacer de todo, incluso pagar en cualquier tienda.


La diferencia entre lo que llamamos ordenadores, “tablets” o “móviles”, alude más a la comodidad del uso inherente a su forma que a su capacidad, aunque haya excepciones cuando se exigen muy altos niveles de computación (como los que soportan la famosa “nube” o los involucrados en física de partículas), que requieren máquinas de tamaño, coste energético y refrigeración considerables. 


Todo eso es una maravilla hecha realidad. También lo es la simulación de procesos, el cálculo aplicado, la contemplación de problemas complejos en función de la posibilidad o no de su tratamiento algorítmico. Pero también hay indudables consecuencias negativas perceptibles, sobre todo, por la gente mayor que, a diferencia de los llamados “nativos digitales” son más afectados por una pérdida de servicios, por timos informáticos, y por una gran soledad que acrecienta la que ya tienen por edad. Hay efectos negativos en empleos y en aspectos relacionales que fueron cotidianos. Figuras ejemplares por su contribución social han dado paso a todo tipo de "influencers".


Pero quizá el peor efecto del auge digital se cifre en un prefijo, “neuro”. La tentación de creer que el sujeto es un hardware biológico que alberga un software también biológico conduce a efectos buenos y a otros que son perniciosos. Es bueno y muy prometedor el uso de sistemas informáticos como ayuda, no sólo para comunicación por parte de personas con discapacidad motora; también como ayuda real enfocada a la compensación de lo hasta ahora irreparable, como las lesiones medulares. Las interacciones cerebro – ordenador y la robotización intervencionista son un campo de desarrollo fascinante que hacen esperar en una revolución en el ámbito quirúrgico y en la rehabilitación funcional. 


La metáfora no puede, sin embargo, ir más allá del afán heurístico. No somos reducibles a algo “informático”. Lo “neuro” precede ya obsesivamente como prefijo a todo tipo de manifestación humana y sustenta no sólo la identificación mente – cerebro, sino que fomenta la analogía impresentable entre el funcionamiento cerebral y el de un ordenador. Es desde esa analogía no fundamentada que la consciencia se supone equivalente al proceso algorítmico que los sistemas informáticos permiten. 


Últimamente, esa pretensión de equivalencia cobra auge con el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), que nada tiene de inteligente, merced a los chatGPT que simulan muy bien tareas escolares y, en general, cualquier proceso algorítmico, incluyendo la sólo aparente creación de arte.


Si el “Dr Google” sigue teniendo un éxito arrollador en una hipocondrizacion generalizada, los chatGPT suponen la tentación de sustituir al diagnóstico de un médico, con efectos que, si alguna vez pueden ser bondadosos, serán en general catastróficos, en simbiosis con todo tipo de sensores de salud, por una medicalización de la vida cotidiana que irá asociada a serios riesgos yatrogénicos, incluyendo los mentales, los "neuro", transformados en neuras. Lo más novedoso, el desarrollo informático, puede facilitar una consolidación de los peores rasgos neuróticos, cuando no propiciar la manifestación psicótica.


El contexto que prima el bit frente al it, no se conforma con ver toda conducta humana como un “neuro”- comportamiento, concibiéndose así toda área de salud mental como una "neuro-psicología". La neura de lo "neuro" y el reino de los bits acaban convirtiendo a las personas en cifras y a sus cuerpos en albergues de información transmisible, a modo de genes egoístas, a lo Dawkins. 


La informática como herramienta supone un gran avance, incuestionable, en el que nos hallamos inmersos, aunque tiene efectos colaterales que pueden ser terribles para muchas personas. La informática como metáfora nos reifica, pretende medirnos en múltiplos de bytes que se comunican entre sí y que se transmiten, sea como “memes” (de nuevo, Dawkins), sea como hijos, con información genética editable, no sólo para bien, también para lo "mejor", en el nuevo afán eugenésico.


Esta reificación se da en el seno de un neocapitalismo desmedido, que, entre otras cosas, ha transformado la basura de papel en basura de plástico y de elementos venenosos. 


Si no se le pone freno a la exageración digital, si sólo vemos ventajas en los ordenadores y redes, acabaremos con la civilización misma, y no por el desarrollo de una IA poderosa con consciencia emergente, sino como tristes solitarios ahogados en plástico y sometidos a la barbarie, a no ser que antes nos lleve por delante una catástrofe nuclear, solucionando, al menos a escala local, la paradoja de Fermi. 

viernes, 2 de junio de 2023

Jubilación. La pasividad posible como horizonte.



 

            Hay algo evidente, lo jubiloso de la jubilación se da o no en relación con el trabajo que ha cesado. No es lo mismo trabajar en la pesca de altura o en un andamio que hacerlo como gestor bien remunerado. Tampoco es igual un trabajo funcionarial monótono que uno creativo o vocacional.


            En general, cuando el trabajo ha sido humanamente enriquecedor, se agradecen los consejos que se reciben sobre qué hacer cuando da paso a la jubilación, un tiempo que puede percibirse, y ya lo sé, como un vacío amenazante.  Ese “qué” suele atender a dos aspectos, la necesidad del lazo social, que cambia de modo importante al dejar de trabajar, y el mantenimiento o inicio de actividades rutinarias que cubran satisfactoriamente el tiempo. Se trataría de buscar un cambio de tarea, algo relativamente organizado.


Parece que se trata de “estar activo”, que ese es el gran objetivo, y bueno todo lo que lo facilite. Pero creo que es contemplable la alternativa de una visión un tanto diferente, la de optar preferentemente por la pasividad, aunque no cesen de hacerse cosas. Es verdad que es mejor hallarse ocupado que preocupado, entretenido que aburrido, y así la actividad llena el tiempo, pero también es cierto que puede acabar matándolo, como llega a decirse coloquialmente.

 

            Estrenándome en esta nueva fase de mi vida, entre una neo-adolescencia muy curiosa y la clara visión de mi envejecimiento, no estoy en disposición de valorar, al menos por ahora, qué conviene o no hacer o dejar de hacer en este tiempo. Pero quizá ahí mismo haya ya un aspecto discutible. ¿Hacer qué y para qué? Mirando alrededor, me parece que la cuantificación curricular parece extenderse de otro modo a viajes, estancias, aficiones, estudios reglados o rutinas gimnásticas… La variedad es amplia y, sin embargo, ante ella, también cabría adoptar una alternativa aparentemente contraria, la pasiva. Me refiero a una pasividad elegible (con actividad física y mental conservadas), no a la que ya en estos momentos están abocados en absoluta soledad, muchos miles de personas mayores de mi edad y mayores que yo en nuestro país (la expresión "clases pasivas" tiene una connotación realmente dura). 


Entiendo la alternativa pasiva querida como una apertura, con un paradójico inquieto sosiego, a lo novedoso, que puede serlo incluso en lo que se tenía por más conocido y cotidiano. Y la entiendo, bajo ese prisma neo-adolescente, como base para plantearse la propia vida con una mirada atentamente receptiva, acogedora y quizá transformadora en el único orden que merecería la pena, el espiritual en sentido muy amplio. En una entrada del pasado verano, afirmaba que tenemos tiempo antes de morir. Eso se me hace más claro ahora, en el último tramo vital.


Hay dos puntos de referencia que me sugieren esa opción por una pasividad desprendida de lo superfluo y que atienda a lo que creo esencial. 


Uno es el cierre curricular y profesional. Se acabó lo que se daba, que era una vida concebida como tarea profesional, para bien y para mal, con un balance de escasos logros y abundantes carencias. Recordar o buscar brillos académicos compensadores en la vejez parece un sinsentido absoluto, cuando no fatuo narcisismo. Coleccionar “experiencias” iría, en cierto modo, en sintonía con esa perspectiva curricular en sentido amplio.


El otro referente reside en la muerte, ya percibida como más próxima (aunque a todas las edades sea posible, como recordaba Cicerón en “De senectute”). Esa cercanía es sólo cronológica, no tiene que ver con el tiempo real, vivo, el de Aión, y sólo es factible desear una “muerte propia”, como decía Rilke, si nos hemos apropiado también de la vida misma impregnándonos de ella. Por eso cabe la pregunta esencial, a la que repugna la inercia curricular de lo que se ha hecho, sobre qué es la vida y qué puede uno buscar en ella.


San Juan de la Cruz decía que “en el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”. Parece una buena perspectiva la contemplación de ese horizonte, de cara a llevar bien la vida, con independencia de que uno espere en Dios (es mi caso) o sea ateo. No se trata de una búsqueda mística, sino de una actitud de desprendimiento de lo “útil”, incluso de lo que espiritualmente así se ha considerado, un despojamiento con aspiraciones franciscanas de alabanza al Fundamento Amoroso de lo existente y en cuyo contexto, cualquier actividad que surja será espontánea, no finalista.


Sería desde la pasividad, apagando de modo natural restos narcisistas, que quizá uno consiga atender mejor al misterio del Ser, al Amor que, a pesar de tantos horrores y tanto absurdo, puede intuirse en la belleza del universo en todos sus órdenes de magnitud espacio-temporal y en el ámbito de la complejidad de lo viviente.


Entre esos dos focos, cierre “curricular” y mirada a la muerte, percibo mi “actividad” para este tiempo como mero resultado impredecible y lúdico inherente a un intento de purificación de la mirada. Por eso, es probable que, de “hacer” algo, me embarque en inutilidades como dibujar bocetos en paseos o tratar de leer en su lengua a algunos clásicos, a Hölderlin o a Dostoievski, siempre que resulte simplemente lúdico. De vez en cuando, este blog seguirá su curso, según sople el viento, que nunca sabemos “de dónde viene ni a dónde va”, sólo que parece adecuado dejarse llevar por el buen viento, aunque a veces sea demasiado perturbador.


A fin de cuentas, la pasividad adecuada es el mejor modo de sostener una creatividad amorosa.


Es plausible y deseable que los vínculos humanos con que he sido agraciado se conserven y fortalezcan del mejor modo con esta perspectiva, si se mantiene. Es a esas personas a quienes dedico especialmente esta entrada.



viernes, 26 de mayo de 2023

Amigos

 


    Se dice con frecuencia que los amigos se ven en las ocasiones, aludiendo a las negativas, a aquellas en las que uno se ve en situación de carencia, sea por un duelo, por enfermedad propia, por apuros económicos o por necesidad de cualquier ayuda. Y es verdad, pero sólo parcial y con cierto sesgo de resentimiento.


    Cuando uno descubre que tiene amigos es especialmente en ocasiones buenas, sean propiciadas por otras personas, sean promovidas precisamente por esos amigos.


    Esa experiencia inefable de amistad la he tenido al recibir de muchos amigos, que también fueron compañeros de trabajo y fatigas varias, un cariñosísimo homenaje con motivo de mi jubilación. 

    

    Hubo alma común, recuerdos buenísimos, abrazos, sonrisas y risas, también atisbó alguna lágrima ante el discurso de uno de los grandes y sencillos médicos presentes, porque la buena emoción traiciona siempre. Hubo regalos y fotos, símbolo del mejor don que la vida puede ofrecer, como es querer y sentirse querido. 

           

    Más tarde me llegaron las fotos que allí se hicieron. Y fue así, con días por medio en época de inmediatez, porque se precisó tiempo para que una de esas amigas que allí había se tomara el trabajo de hacer con parte de las fotos, acompañadas de breves textos, un cuento real y bello, un libro maravilloso que ayer recibí de ella, con el “pendrive” con todas las fotos.

            

    Esta entrada del blog no sólo pretende volcar en él un sentimiento de esos que otorgan plena satisfacción y gratitud por haber vivido. Es, ante todo, el mejor modo que tengo para dar las gracias a todos los que en esa noche hermosa me acompañaron, a los que hubieran deseado estar allí pero no les fue posible, a quienes nos han precedido ya y también de algún modo sentí más vivos que nunca. Mi gratitud se extiende a todos los que han contribuido a que pueda ahora dar un significado amoroso a todos estos años pasados y cobrar impulso para el nuevo tramo vital.

            


viernes, 12 de mayo de 2023

MEDICINA. El peligroso olvido de la mirada generalista.



Imagen tomada de Pixabay

   

     Leo lo siguiente en un periódico digital, “Redacción Médica", con fecha de 7 de mayo de 2023): "Medicina Familiar y Comunitaria es la única especialidad que pincha y no consigue completar las 2.455 plazas que se ofertaban para esta edición del MIR. Concretamente, son 202 las que se quedan libres". 

    Eso me impulsa a retomar en este blog un texto que había escrito en un grupo de Facebook (Medicina y Humanidades) hace un año y que incluyo seguidamente:

    La concepción mecanicista de la Medicina nunca había llegado tan lejos en nuestro medio.

La especialización es buena, siempre y cuando suponga un plus de saber sobre la persona enferma, pero no lo es cuando se transforma meramente en un saber parcelado, en una Medicina de fragmentos de cuerpo.


    El brillo de los avances médicos siempre se muestra en el contexto de la especialización. Y no son malos los brillos, pero pueden cegar.    


    Se pasa a asumir, en la práctica, que un especialista en Neurología no es un médico que sabe mucho más de las enfermedades del sistema nervioso, sino un médico que sólo sabe de eso. Tal criterio de especialización genera un alto grado de ineficiencia cuando un paciente lo es por la afectación de varios órganos en un contexto de “respeto” mal entendido entre especialistas de distintos campos. Esa ineficiencia es facilitada cuando se da, como ocurre ahora, un envejecimiento poblacional.


    Si añadimos el papel relevante que tienen las circunstancias biográficas, no sólo biológicas, el desastre de tal visión de una Medicina de trozos corpóreos está servido, por lo que conlleva en tiempos de espera, peregrinaciones ínter-consulta, yatrogenia, e incluso coste económico añadido por parte del sistema sanitario.


    Pero el término “especialista” prevalece, y tan es así que habrá “especialistas en Medicina de Familia” (aunque sean frecuentemente sustituidos unos por otros) y no médicos generales, porque eso, lo “general”, es un término desprestigiado. Llamarle especialista a un generalista es un oxímoron que desprecia el extraordinario valor diagnóstico y terapéutico de una mirada global al ser humano enfermo.


    La que fue un día reina de las especialidades médicas, la Medicina Interna, lleva un curso paralelo a la Medicina de Familia, con su disgregación en especialidades más selectivas. La Pediatría parece abocada a un destino similar en su diversificación a pediatras de órganos, aparatos o sistemas. Y la Geriatría, simplemente parece que no existe en nuestro país, en el que el número de viejos crece de modo imparable.


    En ese enfoque, se asume, por políticos mediocres y por un amplio sector de la población, que un médico generalista no sabe ni siquiera hacer peticiones de muchas analíticas o pruebas de imagen, por lo que les son vetadas por parte de gerentes y demás “calidólogos” que campan a sus anchas en nuestro sistema sanitario.


    Un médico de familia puede verse abocado así en no pocas ocasiones a ser un mero intermediario burocrático entre compañeros de otras especialidades, para los que hace hojas de consulta o pide análisis básicos y alguna radiografía de tórax. A la vez, la pandemia ha sido un gran catalizador a una tendencia previa a ella, basada en el uso pernicioso del teléfono y del ordenador como vías de comunicación médico - paciente.


    Cuanto más se desprecie la mirada generalista, algo muy claro en lo que prefieren los médicos que han aprobado el MIR, más gente, en mayor grado y durante más tiempo sufrirá por enfermedad en un sistema que parece olvidar la enfermedad crónica, el envejecimiento y la muerte. Un sistema que también olvida, lo que es peor, la vida misma.


    Todo reconocimiento social del valor del médico de familia se hace necesario. También el institucional. El Colegio Médico de Coruña y la Academia de Medicina de Galicia han hecho muy recientemente sendos reconocimientos (la máxima distinción colegial un año anterior y la creación del sillón de Medicina de Familia en la Academia hace poco, respectivamente) a dos compañeros que han optado en su día por lo que más vocacional parece en el ámbito médico.


    Queda mucho por hacer para recordar que el médico que precisa en primera instancia la sociedad, lo es de pacientes y no de trozos de sus cuerpos, y siempre de modo singular en cada encuentro clínico, al margen de que recurra al especialista cuando sea preciso.

 

miércoles, 3 de mayo de 2023

Ni la subjetividad es algorítmica ni la IA es inteligente.

 

Imagen tomada de pixabay

    Ante el curso que está llevando el “chat-GPT4”, se han producido reacciones de profesionales de distintos ámbitos del conocimiento con el intento de reflexionar sobre lo que puede suponer el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), solicitando una moratoria, algo que recuerda los recelos que las técnicas de ADN recombinante indujeron en su día y que culminaron en la conferencia de Asilomar en febrero de 1975. Algo bien distinto. A esas voces se ha unido últimamente la de Geofreey Hinton, con múltiples reconocimientos por su trabajo en Google y que deja la empresa para tener más libertad personal a la hora de expresar sus temores sobre la IA que se avecina. Su llamada de atención se ha centrado, por el momento, principalmente en los riesgos de desinformación y de desempleo que la IA puede provocar. 

    No me entusiasma la prospectiva científica, aunque algunas veces quienes la hacen acierten; un ejemplo lo proporcionan páginas de “La Tercera Ola” de Alvin Tofller, en las que aludía, ya en 1980, al concepto de “prosumidor”; es difícil no serlo hoy en día, en que nuestros datos se han convertido en un bien comercial muy preciado. Pero tampoco hace mucha falta dicha prospectiva para enterarnos de que la evolución de la AI puede tener efectos no necesariamente buenos.


    En cualquier caso, no estamos ante un potencial salto cualitativo de la IA que parece surgir de la nada, sino que entronca en el enfoque “NBIC” (“nano-bio-info-cogno”) que tiene ya unos años, aunque ahora los avances de la IA parecen aproximarnos a marchas forzadas a esa singularidad con la que seguirá soñando Kurzweil. Sólo lo parecen.

Sabemos que la IA impresiona. Su modo GPT puede generar textos y confundir en trabajos escolares a profesores. Puede “crear”, dicen, arte, algo bien discutible. Se postula que su capacidad no es propiamente semántica y se limita al juego sintáctico, pero poco le importará esa distinción a quien use la IA o sea usado por ella. 

Parece que el “chatGPT” podrá sugerir, ante un cortejo de síntomas y signos, un diagnóstico que acabaría siendo más acertado que el que proporcione el ya viejo “Dr. Google” o todos los médicos juntos de la Clínica Mayo. En unión de sistemas robóticos como el Da Vinci (quién le iba a decir al renacentista por antonomasia que su nombre iría asociado a una máquina), el ejercicio clínico en toda su diversidad se acerca cada vez más, en la concepción de muchos, a la producción de coches, submarinos, armas o lo que se tercie, impulsando un neo-mecanicismo más duro del ya existente.


    El oráculo informático está depurándose a marchas forzadas. Atrás quedaron los buscadores tipo Google. Basta con preguntar sobre algo, pedir una información corta o larga sobre un tema… y tendremos una respuesta mejor de la que podría proporcionarnos otra persona, a la vez que en una fracción de tiempo casi instantánea. Y eso sirve o, más bien, servirá, para bien y, sobre todo, para mal. 

    Si un sistema AI nos permite predecir terremotos, bienvenido sea. Pero no es ese uno de tantos posibles objetivos bondadosos que a corto plazo se perciben. 


    El gran objetivo de la AI que se perfila no es epistémico sino sustitutivo… de nosotros. Es difícil que a corto plazo “emerja” una entidad autónoma que llegue a dominar el mundo, siendo más probable que esa AI sirva a un grupo humano (pseudo-democrático, dictatorial, comercial…), pero grupo selecto, al "servicio" de servidores voluntarios humanos, porque cada vez el ser humano, en singular, será concebido más como cosa que como sujeto. Ya asistimos a esa manipulación en “fakes” difundidas principalmente como imágenes en internet. Todas las tareas de servicio, por especializadas que sean, parecen absorbibles por la AI, con lo que es previsible una concentración de poder basada en la optimización de “recursos humanos”, expresión que siempre fue horrorosa. Y así son predecibles despidos masivos. Bajo la concepción de que todo proceso es algorítmico, por humano que sea, todo parece absorbible por la IA. 

No nos debiera sorprender. Entre todos, hemos ido alimentando al monstruo previsible. Hemos formado una sociedad de solitarios hiperconectados que excluye y castiga a quienes sólo sabían comunicarse de viva voz, presencialmente, no tecleando, con otras personas. Tampoco había mucha opción; no podemos vivir en un siglo anterior. 


    Las grandes mentes que no son amos de la IA pueden entrar en servidumbre voluntaria con ella y no al revés. Eso implica que la IA no tendrá en cuenta preguntas importantes sobre el mundo, su naturaleza y su historia, que quedarán reducidas al ámbito académico, porque esa IA no es creativa, no planteará ninguna teoría de cuerdas, no le interesará si un problema es P, NP o NP completo. Le importará un bledo todo lo que no sea inmediatamente pragmático en su propio servicio voraz de captación de datos y más datos. No “creará” ecuaciones consistentes sino sólo aparentes sobre física de partículas o lo que cualquiera desee. Y, siendo así, la propia ciencia corre un serio riesgo de quedar sofocada por pura pseudociencia elaborada por GPT. Nuestros científicos mantienen sus puestos en función de su impacto bibliométrico, lo que ya ahora genera una hiperinflación de publicaciones prescindibles, pero que aumentan “índices de impacto”. Es previsible un crecimiento exponencial de publicaciones sólo aparentemente científicas que no digan nada sustancial “creadas” por la IA para satisfacción del “investigador” de turno.


    No se va a crear un gran hermano cibernético. ¿Para qué? Las empresas no necesitan eso, sino vender. Y los líderes políticos, que no lideran nada, tampoco; entrarán en competición unos con otros con sus equipos de asesores preguntando obsesivamente a la IA .


    Un embrutecimiento de fondo está servido gracias al psicologismo conductista con sus libros de autoayuda, que ya incluyen el estoicismo, para aguantar la alienación que venga del supuesto avance con el que tendremos que lidiar, ese que alaba el cerebrocentrismo existente y, con ello, resalta la concepción algorítmica de la propia vida.


    Y, no obstante, tenemos aún la opción de seguir siendo libres, porque, por mucha IA que haya, somos singulares y nuestra subjetividad, la de cada uno, no es susceptible de simulación por ningún algoritmo. La IA nunca será traicionada, como nosotros, por lo inconsciente, porque no lo tiene, pero tampoco tiene, aunque cada vez se disfrace más al respecto, un ápice de consciencia.

 

domingo, 23 de abril de 2023

A propósito de un buen libro.


 

    Acabo de leer el último libro de Luis Roca Jusmet, "Manifiesto por una vida verdadera", título que sugiere lo que el libro muestra, una reflexión sobre la "propiedad" de la vida que uno lleva y la que puede llevar tras una "conversión".

    Para ello, el autor insiste en la importancia de los ejercicios espirituales, no en su connotación cristiana, ignaciana, sino como tarea filosófica. Ya lo había hecho con mayor extensión en su obra "Ejercicios espirituales para materialistas..." que comenté en este blog en su día (1).


    El "Manifiesto" insta al lector a vivir con propiedad su vida, como "elección ética singular", mediante la práctica de “ejercicios espirituales”, tomando como referencia a tres filósofos, Hadot, Foucault y Jullien, aunque también otros, como Spinoza o Nietzsche, son recordados en el texto.


    En esta breve entrada, sólo puedo recomendar su lectura, limitándome a destacar dos aspectos que me parecen muy interesantes:

    

    Uno es la crítica al psicologismo. Así como el cientificismo es nefasto para lo que parece defender, la ciencia, el psicologismo lo es a la hora de concebir y tratar al ser humano. El paternalismo no es ajeno al enfoque del ser humano que parasita a la Psicología, tantas veces servil al mercado que todo lo invade, con la concepción del sujeto en el peor sentido del término, como individuo a adiestrar, algo en línea con la vieja idea de la “tabula rasa”. Por nuestro bien, el psicologismo, en triste unión con un pseudo-estoicismo que prolifera últimamente en libros de autoayuda, y con métodos de “coaching”, acaba triunfando en la medida en que nos hace triste y exitosamente siervos felices. 


    El otro aspecto es la valoración del psicoanálisis en el “Manifiesto” y, en concreto, del lacaniano, en esa conversión a un mejor modo de hacer con la propia vida. El autor se confiesa lector de Freud, Lacan, Roudinesco y Miller.


    Antes de concluir en el tercer capítulo con una “apuesta ética y política por una vida verdadera”, son dos las vías reconocidas en el libro para lograr esa finalidad, la filosófica y la psicoanalítica. Y esto es lo que considero un interesante desafío intelectual y, en cierto modo, vital, pues de vida verdadera trata el “Manifiesto”. La aproximación filosófica presupone, creo entender, una asunción del poder de la reflexión, de la autoconciencia, disciplinada del mejor modo con esos “ejercicios espirituales”, pero con un cierto grado de libertad de partida. Una tarea no fácilmente conciliable con la mirada oriental propuesta a partir de Jullien. Y tal vez menos aún con el psicoanálisis, que no parte de un yo que piensa libremente, sino que se funda en la gran asunción freudiana de lo inconsciente y de su poder inercial en el orden biográfico.  


    Creo que sería deseable que Roca Jusmet se embarcara en la tarea de desarrollar, en un nuevo trabajo, hasta qué punto ve conciliables las dos vías que propone (filosófica y psicoanalítica), algo que parece asumir implícitamente. La introducción de la perspectiva oriental en este libro también apuntaría la necesidad de ese esfuerzo. Ya Suzuki, en su libro "Budismo Zen y Psicoanálisis", hecho en colaboración con Erich Fromm, había contrastado las miradas oriental y occidental en el ámbito literario fijándose en sendos poemas de Basho y Tennyson, relacionados ambos con una flor.


    El “Manifiesto” que comento insta al lector a un esfuerzo mental, cordial y también cardial en la buena vía de la conversión hacia una coherencia ética singular. Su lectura me parece muy recomendable y es con esa finalidad que he redactado esta breve reseña, sin ser yo filósofo ni psicoanalista, sino sólo alguien que, en su búsqueda, intenta difundir lo que va viendo interesante. Este libro lo es sin duda y su autor merece ser felicitado por haber construido una obra buena y breve.

 


1) https://javierpeteirocartelle.blogspot.com/2017/11/la-buena-ascesis-sobre-el-libro.html


domingo, 9 de abril de 2023

Resurrección

 



    “Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!»”, Jn. 20, 15-16 


    "Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas". S. Francisco de Asís. Laudato si.


    La resurrección de Jesús es la piedra de toque del cristianismo. Ser cristiano supone asumir eso que parece inaceptable. Los motivos para la creencia son dispares o inexistentes. Pero creer tal cosa supone esencialmente aceptar como válidos, aunque susceptibles de la exégesis correspondiente, los testimonios escritos del Nuevo Testamento, y confiar en que Dios existe y su amor sostiene el sentido de la Vida frente a lo absurdo y brutal.


    Un misterio éste que no se resuelve aduciendo a otro. Por ejemplo, el problema de la consciencia en sentido fuerte, el de la subjetividad, mostrado a veces como el problema de los “qualia”, no se soluciona invocando una interpretación cuántica, al menos por el momento, entre otras cosas porque la comunicación sináptica parece abordable en términos clásicos.


    El gran escéptico y científico Martin Gardner resultó ser a la vez un gran creyente en su cosmovisión, con una fe de tintes unamunianos, y tratando de mostrar la eficacia de la oración intercesora como una acción elegante de Dios sobre el comportamiento de la función de onda antes de que ésta colapsase tornando en fenómeno observable. Explicándolo así, propiamente no explicaba nada. Pero hay algo que parece oportuno recordar; se trata de la expresión del extraordinario físico Feynman que decía lo siguiente: “Creo que puedo decir con seguridad que nadie entiende la mecánica cuántica”.


    Quiero decir con todo esto que el mundo es misterioso y milagroso en el sentido de los mirabilia a los que se refería Jacques Le Goff. Lo maravilloso natural lo es tanto que milagro parece. Lo más corpóreo, lo material, no es, en su belleza, accesible a la intuición, por más que el comportamiento de las partículas elementales pueda ser expresable en un formalismo matemático cuya hermosura suele asociarse a la verdad.


    La fe puede ser razonable para uno mismo, pero difícilmente comunicable. Menos procedente parece el vano intento proselitista (no es mi pretensión), pero sí es defendible la expresión de lo que para uno mismo resulta importante, se comparta o no por amigos y extraños. Es por eso que me permito esta entrada, que conecta con algunas más anteriores a ella.

    

    En el evangelio de Juan, Jesús resucitado es confundido por María Magdalena (primera persona a la que parece presentarse) con un hortelano o jardinero (según las traducciones). Ese modo de aparición de Jesús resucitado resuena en mí esta vez porque remite al cuidado de un jardín. Antes de su muerte ya aludía a la belleza de los lirios del campo. Fue uno de sus más similares discípulos, Francisco de Asís, quien se hermanaba con él en su alabanza a Dios por todas las criaturas. Belleza, verdad y bondad parecen inexorablemente unidas en un término, amor, que remite en mi alma a Dios.


    Con el mayor respeto y admiración a la coherencia de personas extraordinarias y que son agnósticas o ateas, entre las que se encuentran mis mejores amigos, hoy, día de la pascua cristiana, me he  permitido esta expresión de mi perspectiva fundamental de la Vida.