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Hay un lema que parece reforzarse más allá, más acá, del ámbito cosmológico para el que se formuló. Se trata del “it from bit” de Wheeler. Lo primordial, lo originario, sería la información, aunque no hubiera nadie para ser informado. Esa exageración brutal se concilia con asumir que la consciencia humana es sólo mejor que otras, como la de un rinoceronte o la de un bolígrafo. Koch y Tononi defendieron, con su teoría de la información integrada, que cualquier sistema mínimamente complejo sería también mínimamente consciente.
El bit es, en ese enfoque, lo elemental, aunque dice muy poco. Para cualquier comunicación, interesa reducir lo convencional, sea una letra, un número, un signo, a una corta secuencia de bits, eso que se llama byte y que, aunque de tamaño relativamente arbitrario, acabó siendo una secuencia de 8 bits. En la actualidad, ya nos hemos olvidado de hablar de miles de bytes (Kb), para hacerlo de Mb, Gb, Tb y más allá.
El desarrollo de sistemas electrónicos de tamaño manejable facilitó la expansión de la capacidad de comunicación y de su almacenamiento. El ejemplo más obvio es lo que conocemos habitualmente como “móvil”, que, en la práctica, ha dejado de ser teléfono, porque casi nadie lo usa para hablar en sentido literal, sino para una comunicación doblemente digital, la basada en el uso, con los dedos, de lo que acaba siendo una informática binaria. En ese artefacto, transferencias masivas de información soportan aplicaciones que incluyen periódicos, bibliotecas, fotos, películas, radio, televisión, calculadoras sofisticadas, enciclopedias, juegos solitarios e interactivos, navegación GPS, registros de todo tipo, incluyendo los de carácter médico, etc. Los relojes digitales son cómodos “móviles” de muñeca, con los que podemos hacer de todo, incluso pagar en cualquier tienda.
La diferencia entre lo que llamamos ordenadores, “tablets” o “móviles”, alude más a la comodidad del uso inherente a su forma que a su capacidad, aunque haya excepciones cuando se exigen muy altos niveles de computación (como los que soportan la famosa “nube” o los involucrados en física de partículas), que requieren máquinas de tamaño, coste energético y refrigeración considerables.
Todo eso es una maravilla hecha realidad. También lo es la simulación de procesos, el cálculo aplicado, la contemplación de problemas complejos en función de la posibilidad o no de su tratamiento algorítmico. Pero también hay indudables consecuencias negativas perceptibles, sobre todo, por la gente mayor que, a diferencia de los llamados “nativos digitales” son más afectados por una pérdida de servicios, por timos informáticos, y por una gran soledad que acrecienta la que ya tienen por edad. Hay efectos negativos en empleos y en aspectos relacionales que fueron cotidianos. Figuras ejemplares por su contribución social han dado paso a todo tipo de "influencers".
Pero quizá el peor efecto del auge digital se cifre en un prefijo, “neuro”. La tentación de creer que el sujeto es un hardware biológico que alberga un software también biológico conduce a efectos buenos y a otros que son perniciosos. Es bueno y muy prometedor el uso de sistemas informáticos como ayuda, no sólo para comunicación por parte de personas con discapacidad motora; también como ayuda real enfocada a la compensación de lo hasta ahora irreparable, como las lesiones medulares. Las interacciones cerebro – ordenador y la robotización intervencionista son un campo de desarrollo fascinante que hacen esperar en una revolución en el ámbito quirúrgico y en la rehabilitación funcional.
La metáfora no puede, sin embargo, ir más allá del afán heurístico. No somos reducibles a algo “informático”. Lo “neuro” precede ya obsesivamente como prefijo a todo tipo de manifestación humana y sustenta no sólo la identificación mente – cerebro, sino que fomenta la analogía impresentable entre el funcionamiento cerebral y el de un ordenador. Es desde esa analogía no fundamentada que la consciencia se supone equivalente al proceso algorítmico que los sistemas informáticos permiten.
Últimamente, esa pretensión de equivalencia cobra auge con el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), que nada tiene de inteligente, merced a los chatGPT que simulan muy bien tareas escolares y, en general, cualquier proceso algorítmico, incluyendo la sólo aparente creación de arte.
Si el “Dr Google” sigue teniendo un éxito arrollador en una hipocondrizacion generalizada, los chatGPT suponen la tentación de sustituir al diagnóstico de un médico, con efectos que, si alguna vez pueden ser bondadosos, serán en general catastróficos, en simbiosis con todo tipo de sensores de salud, por una medicalización de la vida cotidiana que irá asociada a serios riesgos yatrogénicos, incluyendo los mentales, los "neuro", transformados en neuras. Lo más novedoso, el desarrollo informático, puede facilitar una consolidación de los peores rasgos neuróticos, cuando no propiciar la manifestación psicótica.
El contexto que prima el bit frente al it, no se conforma con ver toda conducta humana como un “neuro”- comportamiento, concibiéndose así toda área de salud mental como una "neuro-psicología". La neura de lo "neuro" y el reino de los bits acaban convirtiendo a las personas en cifras y a sus cuerpos en albergues de información transmisible, a modo de genes egoístas, a lo Dawkins.
La informática como herramienta supone un gran avance, incuestionable, en el que nos hallamos inmersos, aunque tiene efectos colaterales que pueden ser terribles para muchas personas. La informática como metáfora nos reifica, pretende medirnos en múltiplos de bytes que se comunican entre sí y que se transmiten, sea como “memes” (de nuevo, Dawkins), sea como hijos, con información genética editable, no sólo para bien, también para lo "mejor", en el nuevo afán eugenésico.
Esta reificación se da en el seno de un neocapitalismo desmedido, que, entre otras cosas, ha transformado la basura de papel en basura de plástico y de elementos venenosos.
Si no se le pone freno a la exageración digital, si sólo vemos ventajas en los ordenadores y redes, acabaremos con la civilización misma, y no por el desarrollo de una IA poderosa con consciencia emergente, sino como tristes solitarios ahogados en plástico y sometidos a la barbarie, a no ser que antes nos lleve por delante una catástrofe nuclear, solucionando, al menos a escala local, la paradoja de Fermi.