Un diagnóstico
de cáncer no es fácil de asumir. Hay quien se derrumba, hay quien
pasa por esas fases que Kübler Ross
describió a raíz de su trato con moribundos… No lo es por el
paciente ni por sus familiares, especialmente cuando los afectados
por la enfermedad son niños.
Hay incluso quien lo llega a vivir de modo aparentemente extraño a los demás, gozando de la vida que le resta más plenamente que de la vida anterior, porque ante una situación así, de perspectiva de muerte, los valores cotidianos se transforman a veces en los ontológicos, como diría Irvin D. Yalom siguiendo a Heidegger. Esta posibilidad se plasma a veces en libros que narran experiencias personales, como "Momentos perfectos" de Eugene O’Kelly.
También hay algunas excelentes películas que muestran la dignidad y
el sentido gozoso de vivir la vida que reste del mejor modo posible.
Una es “Truman”. Otra,“The Bucket List” (en versión
española, “Ahora o nunca”).
Pero, se mire como se mire, cada uno es como es y, a quien se hunde, de poco le valdrá saber que otro se toma con aplomo un diagnóstico así. La vida definitivamente cambia (o no en la práctica) y eso, sea como sea, es dramático.
A la vez, vivimos tiempos de un avance tecno-científico impresionante. Ya lo fue, en su día, conseguir poner un hombre en la luna y traerlo de vuelta. Y eso indujo mediante fuertes presiones a la administración Nixon a lanzar una guerra contra el cáncer firmando el “National Cancer Act” en 1971. Si el proyecto Apolo había sido exitoso en poco tiempo, también era de esperar que el cáncer fuera derrotado. Pero la dificultad que suponen las restricciones físicas a la hora de ir a la luna es muy inferior a la que implica la complejidad de lo viviente. En el primer caso, hay pocas variables, en el segundo cada vez se ven más numerosas e intrincadas de forma no lineal. Y sigue siendo así. Por complicado que fuera, la detección de los quarks o del bosón de Higgs fue posible desde el proyecto. Pero no cabe hablar de un proyecto contra el cáncer. No, al menos, de un proyecto único; tampoco del cáncer como una entidad nosológica única.
Parece que estamos estancados, que sólo cabe insistir en una prevención primaria (no fumar, no beber, hacer ejercicio…) y en detectar “a tiempo” lo peor, mediante una proliferación de cribados de eficacia cuestionable. Los tratamientos siguen siendo agresivos, largos, cada vez más caros, muchas veces inútiles… Es fácil caer en la decepción.
Las promesas televisivas que surgen tras el hallazgo de un gen o de un nuevo tratamiento suelen ser eso, meras promesas y no hechos. Precisamente la proliferación de tantas novedades facilita la frustración ante la realidad del aquí y ahora.
Pero
cierto optimismo es concebible no desde la imaginación del futuro
sino desde la visión del pasado. Sólo desde su Historia es factible
entender el marco filosófico en que la Medicina se desenvuelve o
puede desenvolverse, algo descuidado pero que impregna todo acto
clínico y toda tarea de investigación.
En
2010, un médico estadounidense de origen indio, Siddhartha
Mukherjee, publicó un libro de gran interés, “El emperador de todos los males. Una biografía del cáncer”.
Ese interés, que le hizo merecedor del premio Pulitzer de 2011, es
doble; reside en lo que narra y, sobre todo, en cómo lo hace, con
una reflexión filosófica sobre la propia naturaleza de la vida,
íntimamente asociada a la de la muerte, no pudiendo concebirse una
sin la otra.
El libro nos muestra el valor de lo empírico y de lo científico, una mezcla que, a fin de cuentas, es la que sigue haciendo que la Medicina sea un arte y que lo sea influenciada por la concepción filosófica de quienes la practican y de quienes la desarrollan mediante la investigación.
Se nos describe lo que ha supuesto padecer cáncer a lo largo de la Historia y cómo la Medicina ha ido avanzando en los últimos siglos en una extraña mezcla de empirismo y ciencia, con una concepción de la enfermedad que ha ido también modificándose, conservando a la vez viejas influencias. Lo local y lo sistémico, lo fluídico y lo discreto celular, la base irracional de algunos enfoques terapéuticos exitosos, la impotencia de la investigación incipiente y su recientísima simbiosis con la clínica. No falta el contraste entre médicos abnegados y los que cometieron fraudes descarados. Podría decirse que todo lo humano con sus valores y defectos aflora en esta historia.
Si el avance terapéutico es perceptible desde hace unos doscientos años, ha sido claro desde mediados del siglo XX. Esa claridad se hace obvia cuando tomamos perspectiva temporal realista, que nos permite ver no sólo avance sino avance acelerado. Cegados con los avances técnicos en microelectrónica, no percibimos la rapidez real pero más lenta habida en los avances oncológicos. Se sabe mucho del cáncer y se va incrementando el potencial terapéutico desde una causalidad molecular ignorada hace unas cuantas décadas y cuyo conocimiento se incrementa de día en día con proyectos como “The Cancer Genome Atlas”. Se diagnostica mejor y se trata mejor. Hay curaciones. No es lo que era, aunque haya formas tan letales como en la época en que se construyeron las pirámides.
El libro concluye con una mezcla de realismo y optimismo. Es una gran obra, que debiera ser leída especialmente por los jóvenes médicos, porque nos sitúa, nos indica el valor humano de la Medicina y su necesidad de la Ciencia, que cede sin embargo ante la importancia de lo singular. En el texto se muestra cómo, a veces, no es factible el ensayo clínico bien estructurado, con sus controles y enfermos asignados al azar, por una razón bien simple: la gente se muere antes de que el ensayo concluya y no está para consideraciones estadísticas. A veces, lo individual revela la gran posibilidad. Otras, será el poder de la estadística el que muestre lo interesante. Ese balance entre método científico (desde el laboratorio hasta el ensayo doble ciego) y relación clínica siempre es, debe ser, muy delicado. Si, en general, cada paciente es distinto, esa singularidad es mucho más clara en el caso del cáncer, tanto por la diversidad de sus formas como por el modo de afrontarlas. Estamos ante un libro que recuerda vagamente a otro muy hermoso, "Cazadores de microbios", de Paul de Kruif
El
tiempo de la Ciencia es una cortísima fracción del tiempo de la Cultura.
La Medicina fue mágica, empírica y sólo recientemente también
es científica.
Tal
vez el mayor valor del libro de Mukherjee sea mostrarnos la rapidez
con la que, a pesar de lo aparente, se dan grandes avances en
Medicina; a veces paso a paso, a veces de modo revolucionario gracias
a felices contingencias. Desde 2010, fecha de la publicación
del texto, hasta ahora, ese progreso sigue dándose centrado cada vez
más en terapias científicas que en las simplemente empíricas. En
2011, la FDA aprobaba un anticuerpo monoclonal (ipilimumab) para el
tratamiento de un tipo de cáncer, el melanoma.
La inmunoterapia está abriendo perspectivas con enfoques múltiples.
También el estudio de las bacterias que conviven con nosotros
(microbioma). Y no son pocos los avances tecnológicos de diagnóstico
y tratamiento físicos.
Es
esa tarea de tantos, actuando en la relación clínica y en los
laboratorios de investigación, la que hace de la Medicina una
narración épica y de éste un momento de esa noble historia.
Cuando a alguien se le diagnostica una enfermedad mortal o incurable se entra en una especie de “tierra de nadie”, incluso aunque sea una enfermedad terriblemente extendida. Es mucho más difícil hablar de eso cuando en el mundo convencional se vive de espaldas a la muerte y se impone esa especie de empeño optimista que aun hace más difíciles los inevitables momentos de desesperanza. La muerte es un límite que si las circunstancias hacen permanentemente presente, conecta con las emociones más profundas, eso que ya estaba ahí y que paradójicamente no sabe de límites.
ResponderEliminarOtro escritor que trata el tema de la muerte y del duelo es Julian Barnes en novelas como Nada que temer, o Niveles de vida. En ese tipo de reflexiones no se pueden buscar acuerdos o desacuerdos, hay algo misterioso e innegociable, para lo que no sirven los protocolos generales, porque es un proceso radicalmente singular.
Tu post se centra en los programas e investigaciones médico-científicas que, vistas desde fuera, parecen prometer algo que nunca llega aunque movilice tantos medios. Aun así me parece muy novedoso e interesante eso que comentas tanto de la inmunoterapia como del estudio de las bacterias.
Un abrazo,
Marisa
Gracias, Marisa, por tu comentario y por esa referencia a Julian Barnes, a quien tendré en cuenta para lectura.
EliminarLa muerte conecta con lo más profundo, como indicas. Nos construimos en un proceso que implica muerte y que se da a escala celular. Se habla incluso, en esta perspectiva antropomórfica tan habitual, de suicidio celular (apoptosis). Muchas células mueren para que se formen nuestros dedos en estadio embrionario. Nuestro organismo se renueva constantemente en un proceso de vida y muerte celulares en el que, de vez en cuando, surge el cáncer.
Pero la muerte de nuestro organismo, es eso misterioso, innegociable, a lo que te refieres. Algo que muestra esa singularidad que somos cada uno en el tiempo del mundo. Aunque duremos los 120 años esos que algunos dicen que podemos durar, ¿qué es eso a escala cósmica?
Ese límite ha de contemplarse y su visión puede ser horrible o puede impulsar a vivir de modo más auténtico la vida, limitada pero abierta a todo.
En cuanto a los programas, dices que prometen "algo que nunca llega". Es verdad en la práctica. Basta con visitar un "hospital oncológico de día" (término curioso ese de hospital de día), a donde va tanta gente a sus ciclos. Basta con ver de mañana tantas mujeres con pañoleta, sabiendo que no se cubren así la cabeza por moda. Nunca llega, pero esperamos que llegue. Quizá nosotros no veamos el cumplimiento de esa promesa, pero hay mucho trabajo,muchas mentes valiosas centradas en tratar de hacerla realidad. En ese sentido, el libro de Mukherjee es alentador. Ha habido muchas promesas actualizadas. Ha vivido parte de la historia reciente de la medicina con la llegada de las "ecos", los TAC, la NMR, el PET, la genética diagnóstica, la cirugía robotizada, los exoesqueletos en desarrollo... Hay cierta base para la esperanza en el avance científico aplicado a la Medicina.A la vez, no hay otra opción que mantenerla.
Un abrazo,
Javier.
Con el tema del combate al cáncer hay un artículo interesante donde se cuestiona a la súpercomputadora Watson de IBM que se suponía que iba a conseguir curarlo.
ResponderEliminarAlgunos dicen que Watson se parece más al Mechanical Turk, aquel supuesto autómata que jugaba al ajedrez y luego se comprobó que había una persona que lo dirigía.
Hay un artículo interesante sobre Watson y su lucha contra el cáncer en esta revista de estadística:
https://www.statnews.com/2017/09/05/watson-ibm-cancer/
En la nota comentan que Watson sugiere tratamientos ante diferentes tipos de cáncer y que en un hospital de Dinamarca abandonaron al proyecto luego que los médicos locales sólo estuvieron de acuerdo con Watson 33 % de las veces que lo indicaba.
En esta nota en la revista Boing Boing (que es de tecnología, no de medicina) dicen que Watson se parece más al Mechanical Turk que a la inteligencia artificial:
https://boingboing.net/2017/11/13/little-man-behind-the-curtain.html
Hice una traducción de la nota en la revista de estadística sobre Watson y el cáncer en:
https://blognooficial.wordpress.com/2017/09/22/ibm-lanzo-su-supercomputadora-watson-como-una-revolucion-en-el-cuidado-del-cancer-no-esta-ni-cerca/
Saludos, muy bueno el blog!
Muchas gracias por unas aportaciones tan interesantes.
EliminarUn saludo,
Javier Peteiro