lunes, 16 de marzo de 2020

MEDICINA. Cuarentena




Las soberbias cientificistas de asesores técnicos y la acedía política han ignorado una vez más la limitación esencial de la Medicina y la fragilidad de un sistema sanitario (público y privado) que, si bien es excelente ante enfermedades agudas, lo es menos en las crónicas, ignora prácticamente a los viejos y, exceptuando su interés por las bacterias multi-resistentes, parece despreciar a las enfermedades infecciosas víricas como cosa del tercer mundo.

Hemos tenido una lección de China. Al igual que en tiempos pretéritos, allí fueron atacados, rechazaron con grandes pérdidas al pretendido invasor y éste miró a Europa. Como hicieron los hunos.

En la mismísima cuna de un imperio de mil años, ocurrió lo imprevisto, una nueva invasión de los bárbaros. No cabalgaron, sino que vinieron en aviones, en los cuerpos de gente normal y corriente, nada agresiva. 

Aquí, en España, parece que los preventivistas no contemplaron siquiera lo que ocurría "ad portas". Al contrario, facilitaron que esas puertas, tan modernas que se llaman aeropuertos, se mantuvieran permeables a quienes trajeron el virus y a quienes lo iban a buscar. Lo demás es conocido. Manifestaciones gozosas y algarabía que precedieron el pánico.

A través de sucesivas negaciones de lo evidente, de aparente epidemiología de salón con pérdida de un tiempo precioso, hemos llegado a una situación que evoca lo acontecido con la peste en el siglo XIV o con las oleadas de la mal llamada gripe española en 1918.

No ocurrirá lo mismo, pero un simple virus nos lo recuerda, porque, contrariamente a lo que tanto se divulgó en un principio (cuántos sabios divulgadores tenemos en los campos de la Microbiología, la Infectología y la Medicina Preventiva), no era el de la gripe convencional, ni parecido en efectos, sino que, en un abrir y cerrar de ojos, se llevó ya y sigue llevándose a mucha gente de este primer mundo, en el que, al menos, podemos utilizar uno de los medios poderosos de contención que nos aconsejan los sabios. Podemos lavarnos en nuestras propias casas, que no es poco. ¿Qué ocurrirá en países con carencias de agua y comida?

Y ante eso, ante un virus, ante un fragmento de RNA revestido de una coraza proteica, del que sabemos prácticamente todo lo que puede saberse, quedamos inermes. No se besan reliquias (en general), pero se espera, todos esperamos, que el cambio estacional atempere a esas nuevas miasmas. Poca diferencia hay con la época de Paracelso y de poco sirve saber que esto pasará, pues es un hecho que todas las epidemias y pandemias acaban pasando o haciéndose algo llevadero. Bueno, casi todas; el VIH vino y se quedó. 

Mientras tanto, seguimos contando muertos y también contagios, al principio confirmados con la PCR, ahora ya no tanto. Ah, la clínica, tan despreciada ante las pruebas complementarias de confirmación y tan útil ahora ante avalanchas que las encarecen. 

Pero, aunque en pleno contagio desmadrado no se confirme el número de infectados y solo se estime, a saber cómo, es evidente que estamos ante un crecimiento exponencial, sea como sea. Si confirmáramos todas las sospechas, la curva de contagios asustaría más (y quizá menos la de muertos), pero a la vez sería más adecuada para intuir cuándo el paso del tiempo la aplana de verdad hasta hacer que decaiga. Como en China, de la que no aprendimos. 

Nosotros lo único que podemos hacer es lo que haríamos si viviéramos en la época de Marco Aurelio, quedarnos en casa. Incluso aprovechar para leer sus estoicas Meditaciones. 

Y a esperar … en la luz primaveral, en que el próximo año haya una buena vacuna o en que San Roque nos ayude como dicen que hizo cuando la peste bubónica. 

Al menos, contamos con algo novedoso en la Historia, el auxilio que la modernidad proporciona a la tarea de magníficos médicos que, en Urgencias, en Atención Primaria, en UCIs, en Plantas de Hospital, en tantos sitios, serán fieles a su vieja vocación histórica y harán lo indecible para que el poder letal del coronavirus disminuya. No es poco. 

Es de esos compañeros, que saben de las limitaciones de la Medicina, tanto como de su necesidad, de quienes me enorgullezco y es a ellos, a esos que están, con sus fragilidades, con sus miedos pero en coherencia ética con su vocación frente a pacientes infecciosos, a quienes dedico humildemente esta entrada, dedicatora que hago extensiva a todo el personal sanitario (enfermería, auxiliar, limpieza, hostelería, administrativos...)

jueves, 12 de marzo de 2020

MEDICINA. Un experimento de la naturaleza.




"Die Rose ist ohne Warum.
Sie blühet, weil sie blühet." 
Angelus Silesius

Et voilà. Un paréntesis en el relato mítico cientificista del progreso incesante. Ya no hablan en los telediarios del gen recién descubierto o del artificio que usan las células para esconderse o de cómo podríamos inducirlas a suicidarse, con publicaciones en Nature y demás que augurarían la curación del cáncer o, como dijo algún clarividente, “la muerte de la muerte”.

Ahora no somos nosotros quienes jugamos con células o con adenovirus vectores de terapias génicas. Ahora resulta que un virus diferente, tipo ARN, que siempre pinta mal, puede aguarnos la fiesta. Ese virus es peor que los ladrones que pedían “la bolsa o la vida”. Este virus nos pide las dos cosas, la Bolsa, que cae en picado, y la Vida de muchos.
Es geométricamente hermoso, tanto como dañino, aunque menos malo que algún primo suyo responsable de la mal llamada “gripe española” que hace poco más de un siglo se llevó por delante a mucha más gente que la guerra mundial de esa época.

Luce bien al microscopio electrónico, con su corona espiculada, preparada para introducirlo en nuestras células y reproducirse en ellas.

Es seguro que, como especie, sobreviviremos a ese ataque que, en nuestro país, está ahora mismo en plena fase exponencial, a pesar de contenciones, reforzadas en “focos” y de situaciones “controladas”. Pero habrá gente que llore (o lloremos) por culpa de algo que incluso se discute si es vivo o no ya que propiamente solo se reproduce gracias a células, a las nuestras en este caso. Eso, un virus, sí que es la plasmación real de la metáfora informativa. Desde la visión antropocéntrica, hasta Dawkins tiene razón, estamos ante un gen egoísta (un genoma más bien, un tanto reducido), muy, muy egoísta, y que entra en pleno narcisismo procreador atacándonos porque "ve" en nuestros cuerpos un excelente caldo de cultivo y en el genoma de nuestras células un ordenador a su servicio. 

Las consecuencias van siendo sabidas. La mayoría de los infectados sobreviven prácticamente sin darse cuenta de la enfermedad; otros la sufren y tienen que ser hospitalizados. Algunos incluso se mueren. Como antes de la época científica. ¿Cómo es posible?

Y no hay nada que hacer más allá de medidas de prevención, siendo muy discutibles las tomadas, por ausentes o insuficientes, y confiar en que el cambio estacional atempere ese peligro vital. ¿Quién lo iba a decir? Casi como en el siglo XIV, aunque entonces, en vez de un virus, fuera la Yersinia, un personaje que requería la complicación de vectores intermedios como las pulgas de ratas, cosa que el virus, mucho más elegante, no precisa.

Y resulta que algo así nos sitúa en nuestra fragilidad, en nuestra miseria. Nos iguala a todos por una vez, como la hermana muerte. Cosa de chinos, pensábamos muchos a principios de enero; cosas de autoritarios que cierran una ciudad superpoblada. Quién iba a decir que en la hermosa Italia se instalara eso, algo que recuerda lejanamente a la película “La cosa”. ¿Qué hace en Italia, fuera de donde debe estar? ¿Y qué hace Italia, país culto, europeo, avanzado, rico en memoria histórica? Cerrarse al mundo, pasar a la cuarentena total. Y no solo eso, nos señala a la vez que otro país, el nuestro, la seguirá en unos cuantos días en su evolución si Dios no lo remedia, porque la ciencia, que tanto sabe ya del virus, justo es reconocerlo, es impotente aquí y ahora para luchar contra él de forma claramente superior a cómo se hacía en la Edad Media, salvando, eso sí, los avances higiénicos de limpieza.

¿Por qué?  Es una pregunta tan natural como inútil. Así es la vida. Como decía Angelus Silesius, “la rosa es sin porqué, florece porque florece”. Así ha sido y así será. Cae un meteorito, se produce un brusco cambio climático y los grandes dinosaurios desaparecen, a la vez que pequeños mamíferos siguen su rumbo. Acabamos apareciendo. Somos fruto del azar. O no solo eso, pero ahí ya entra la creencia de cada cual. 

Desde la fe, un Deus absconditus, un Deus ludens, juega a los dados con el Universo a todas las escalas, desde el ámbito de las partículas hasta el caos clásico. Somos resultado de ese juego divino, que algunos vemos como amoroso, lo que no excluye la perspectiva trágica, al contrario; más bien sostiene la posición de la rebeldía, de la desmesura.

Y un simple virus nos muestra como seres frágiles, trágicos, que pueden rebelarse contra la adversidad y, a la vez, ayudar a otros en medio de ella. De ahí, de esa rebeldía y fraternidad procede a la vez, en medio de la ignorancia y fragilidad que nos es constitutiva, también nuestra grandeza, pues podemos, a pesar de todo, disfrutar de la música, de las flores y las estrellas. Podemos, a pesar de todo, amar y quizá hasta llegar a saber morir cuando eso ocurra (que no hay prisa), sabiendo que hemos sido habitantes de un mundo maravilloso, y responsables, para bien y para mal, de su cuidado.

domingo, 8 de marzo de 2020

MEDICINA. “Estallido”.




“Miré entonces y había un caballo verdoso; el que lo montaba se llamaba Muerte y el Hades le seguía” Apocalipsis 6,8

Hoy es día 8 de marzo. La web del Ministerio descansa en su actualización sobre el “corona”. El día 6 veíamos un crecimiento aparentemente exponencial del número de casos confirmados, por fecha de diagnóstico. Entonces eran 365 . Hoy, a las 11,30, eran 589 según "El Mundo"

En el telediario se nos aclaró que hay algunos muertos (ya se nos había anunciado que no eran deseables, pero sí probables). Pero ya se sabe, eran mayores (dan las edades para que nos adaptemos si toca o para que mantengamos la calma si no es así). La verdad es que el virus puede remediar la carga económica que supone una población envejecida. 

El pasado lunes 24, los periódicos recogían fotos de militares armados patrullando en Milán. Situación de “Outbreak”, de “Estallido”, como la película del mismo título, pero sin un Dustin Hoffman que salve a la Humanidad.

Han transcurrido casi dos semanas para que las autoridades italianas comunicaran la noticia conocida hoy. Con nocturnidad. ¿Qué pasaría si esa decisión se hubiera tomado antes?

Aquí no hemos llegado a los niveles de Italia. En la práctica, el virus nos ha visitado solo de viaje desde allí o desde lugares más exóticos. A Galicia incluso llegó procedente de Madrid, según nos dijo un sabio por la radio. 

Pero, solo desde una insensatez muy arriesgada, puede percibirse que lo que ocurrió y ocurre en Italia no sucederá en España, si no está sucediendo ya, como parece acontecer en Francia. Al contrario, seguimos “conteniendo” a ese virus, seguimos en fase 1. Y, siendo contención, parece natural que se descanse en la responsabilidad de cada cual para lavarse las manos o no ir a concurrencias masivas si se notan síntomas catarrales o febrícula. Y ya sabemos que, al margen de la afectación a viejos, a gente con enfermedades de base y a algún joven raro que haya, acaba siendo como una gripe, dicen muchos. Y por eso, nadie se plantea cerrar nada de nada, salvando excepciones. 

Y seguiremos conteniendo y contando. Eso sí, con la esperanza de que este virus no sea tan malo y que se tome un buen descanso estacional, como sí que hacen los virus gripales. Después, ya habrá vacunas seguramente y quedará todo en un mal recuerdo.

Un recuerdo del que no se aprenderá nada, siendo lo esencial que nuestro sistema sanitario, tanto en su versión pública como privada, es absolutamente frágil a lo que creíamos cosa del pasado, las infecciones, especialmente las víricas. Quien iba a decir que algo que suscita discusión sobre si está vivo o no (por aquello de necesitar células en su afán reproductor) podría incordiar tanto. Y todo se puede ir a pique, empezando por el personal sanitario, que puede caer fuera de combate al menos temporalmente. ¿Para qué andar con remilgos? A contratar médicos ya, de momento en el País Vasco, más tarde ya veremos.

En España vivimos en una situación curiosa. Somos europeos, pero la Unión Europea no parece aclararse para tomar una postura común sobre el coronavirus. A la vez, las competencias sanitarias están transferidas, pero no se oyen voces autonómicas que se separen del discurso central en esta ocasión. 

Parece más prudente callar que hablar para que luego, se diga lo que se diga, caigan reproches por una cosa o por la contraria; por ejemplo, sobre la conveniencia o no de tomar un avión para ir de viaje cultural a un país que ni está ni deja de estar en claro riesgo, como Francia, ahora en comparación con el norte de Italia de hace días. ¿Qué recomendaría un Consejero Autonómico de Sanidad al respecto? Tal parece que nada, declinando su parecer en el Ministerio y éste en su equipo asesor. 

Así, el chivo expiatorio, ocurra lo que ocurra, que siempre será más o menos negativo, recaerá en el técnico o grupo de técnicos de turno. Otras voces, otros “expertos”, de esos que abundan para hablar de trivialidades soteriológicas, como nuevos genes o perspectivas terapéuticas de lo que sea, callan ahora. No es pragmático arriesgarse, cuando la cosa se pone seria y hay grandes prioridades. 

“La España de charanga y pandereta” no es proclive, en aras de la supuesta prudencia de evitar temores, a descartar viajes turísticos o culturales, ni mucho menos fiestas masivas que les hagan olvidar a sus ciudadanos algo que se supone de otros o se considera poco relevante, como una gripe más, a fin de cuentas.
                                      




martes, 3 de marzo de 2020

MEDICINA. Virus, miedos y cegueras.



Es probable que los directivos de empresas que hubieran participado en el cancelado MOBILE, sean más inteligentes que una alcaldesa y políticos varios, sean del signo que sean. Curioso que no hayan venido.

La parsimonia con la que ya se está insistiendo en España con respecto al coronavirus empieza a ser inquietante y parece un atentado a la inteligencia. Y que la OMS no le llame a esto pandemia solo es comprensible en línea con otras bobadas de ese organismo, como su vieja definición de salud (con la que entra en contradicción, por otra parte).
 
No parece que estemos ya ante un goteo de casos como si fueran goles que nos mete el coronavirus. Es probable que, de hacer un muestreo aleatorio a un número elevado de personas (pongamos mil, por ejemplo) que no hayan estado en contacto con viajeros de Italia, China o Corea del Sur, nos encontrásemos con un porcentaje no despreciable de positivos. Ignoro si se ha hecho algo así; no lo he visto. Parece que seguimos instalados en la fantasía de la contención, con el trabajo implícito que es justo reconocer en la detección de positivos en contactos de contactos…
Algo que tiene mucho mérito pero que las circunstancias parecen desbordar. 
 
No procede banalizar esto. No es una gripe. Parece contagiarse más y matar más
 
Solo sabemos que es un virus RNA contagioso, nuevo (eso fastidia mucho), que puede mutar, etc. y que puede pasar desapercibido o llegar a afectarnos seriamente los pulmones e incluso matarnos. Bueno, ya se nos dice que eso pasa si hay enfermedades de base (se incluyen curiosamente la hipertensión y la diabetes, que no parecen especialmente raras) o si uno es viejo (más de 65 por aquello de la tercera edad), en un discurso que tiene inconscientes tintes segregacionistas que nos evocan, a mentes perturbadas, un cierto recuerdo de la "pureza" nazi. Podemos estar tranquilos. Basta con ver en la tele imágenes de jóvenes “cuarentenizados” que parecen felices como perdices.

A la vez, desaparecidos los horrores imaginados ante un potencial ataque vírico de los americanos a los chinos (que se les volvería en contra, cosas de los virus), del escape de un laboratorio chino (que son muy malos) o del interés de la perversa industria farmacéutica y demás estupideces, hemos entrado en una fase de idiotez opuesta, la de suponer que no pasa nada, que esto es una gripe y se acabó. Bueno, también se llamó así (y con el calificativo de “española” por aquello de la falta de censura aquí) a la pandemia de 1918. Y hubo gente que se murió (solo unos cuantos millones).

Ah, pero tenemos un excelente sistema sanitario. Eso dicen, aunque los médicos que trabajan en Atención Primaria no lo vean así en absoluto. Tenemos un sistema tan bueno que no se contempla que haya bajas del personal sanitario que afecten a todas las enfermedades que en él han de ser atendidas. ¿Qué pasaría si el virus deja fuera de combate unas semanas solo a un 5% de cirujanos? ¿Qué pasaría si los médicos de familia son diezmados por estar en primera línea? ¿Y si nos quedamos con un personal de enfermería reducido que no pueda con lo que se viene encima? Quizá la triste experiencia de un microcosmos, el hospital de Verín en Ourense (llamado “hospital” incluso cuando no podían atender partos), se generalizara algo.

Sabemos cómo nos podemos contagiar. Ese virus anda danzando por ahí y así lo respiramos o lo tocamos. Es de una obviedad innegable que viajar en avión, barco, bus o metro, o que participar en reuniones relativamente masivas facilita posibles contagios (en esto sí que se parece y mucho a la gripe). Es de sentido común que todo lo que sea “tele” (tele-trabajo, tele-educación, tele-medicina, tele-”loquesea”), al permitir la dispersión, evitaría una fracción de contagios. 

¿Es tan difícil promover aislamientos en una época favorable a ellos? Pues así lo parece. Todos a hacer vida normal, yendo al fútbol, a las Fallas o a la Semana Santa. 
 
No damos aprendido. A pesar del ateísmo creciente, la Biblia parece tener más fuerza mítica que nunca en la cosmovisión antropocéntrica. El hombre dio nombre a los animales y cuida la Tierra. Constantemente se oye hablar de salvar el planeta, controlando el cambio climático, el vertido de microplásticos, etc. Todo ello loable. Pero el problema lo tenemos en que no somos la única especie, ni nosotros ni las que nos sirven de comida o compañía. No somos los salvadores. Hay muchas especies vocadas a eso y el planeta quizá acabe salvándose a sí mismo haciendo que la población humana decaiga de más de siete mil a menos de tres mil millones de personas, por ejemplo. Así, adiós a tanta contaminación, deforestación, calentamiento global, etc. 

Y un virus puede ser el dramático “salvador”. No necesariamente éste; otro cualquiera porque no aprendemos ni de lo que llevamos de este siglo. No es necesario remontarse a otros tiempos como el siglo XIV (claro que entonces no era un virus y eso ahora nos parece mucho más fácil).

jueves, 20 de febrero de 2020

MEDICINA Y ESCRITURA. “Pavillón de repouso” de Pablo Vaamonde.






           
Hay una curiosa relación entre el ejercicio clínico y la escritura. Tal parece que la mirada al paciente induce a la reflexión, a la propia mirada. El resultado, a veces, se plasma en algo que es dicho, escrito. Y, en raras ocasiones, lo escrito reverbera en quien lo lee, tal vez porque un clínico sepa tocar lo que vibra, eso que nos hace humanos, el alma, término esencial, soplo de vida, por más que se haya degradado por el uso.

            Tengo la fortuna de contar con amigos que, desde su posición de médicos, han mostrado las vicisitudes de lo singular. Alguno, como Fidel Vidal, ya ha tenido el modesto eco de quien esto escribe aquí, en este blog que, desde un principio, aunque no siempre se exprese, se refiere a esas siniestras o balsámicas aguas (quién sabe) del río Leteo. 

            Hoy recojo a otro autor amigo. Se trata de Pablo Vaamonde. Es médico de familia. Tiene una larga trayectoria clínica en una especialidad que paradójicamente es ajena a la especialización misma y al brillo aparente que ésta puede conferir. Ser médico de familia supone ser, en el mejor de los sentidos, generalista, algo cuya necesidad cada día es más urgente para todos. Necesitamos la mirada clínica como el agua. Necesitamos internistas, pediatras, geriatras, psiquiatras, psicoanalistas, fisioterapeutas, precisamos de todo aquel que no se ciña a un órgano, por importante que sea tal dedicación, sino que abra la mirada a todo tipo de acontecer biográfico, al nacimiento, la enfermedad y la muerte. Necesitamos a alguien que acompañe siempre, que palíe con cierta frecuencia y que, a veces, incluso cure, como decía Trudeau. No es fácil asumir esa vocación clínica que implica soportar día tras día tanto sufrimiento humano y muchas frustraciones e ingratitudes, sabiendo mantener esa milagrosa mezcla de distancia terapéutica y compasión realista, esa peculiar armonía de conocimiento y sensibilidad.

            ¿Por qué es soportable algo así como el ejercicio clínico cotidiano, con todas las limitaciones que supone involucrarse en la Atención Primaria, tan ignorada en nuestro medio por el poder político, por tantos gestores que no hacen más que reuniones de despacho? Hay una palabra que podría expresarlo; se trata de vocación. Alguien es vocado, impulsado, a poner lo mejor de su vida, de su saber, en la ayuda a enfermos, en absorber algo de su pathos, en compadecer auténticamente. Por qué sucede eso tiene algo de enigmático, incluso de misterioso, pero, sea como sea, se ancla en la propia biografía. Nadie se hace médico o psicoanalista como pudiera hacerse ingeniero so pena de incurrir en un gran error vital, pues ser clínico es un modo de eso, de ser, que no es poco, pues va mucho más allá del mero hacer, tener o estar. 

Hay casos en los que, seguramente sin pretenderlo, sólo aceptando la necesidad de escribir, alguien nos transmite las claves de lo que lleva a eso, a ser médico y, sobre todo, a soportarlo. En cierto modo, al Dr. Vaamonde, que ya tiene su trayectoria como escritor, esta actividad “complementaria” lo ha traicionado del más feliz modo, haciéndole responder a la pregunta. Lo hace con su último libro, “Pavillón de repouso”. Es un texto hermoso, escrito en la lengua materna, gallega, y bellamente editado por “Medulia”, con ilustraciones de Jesús Cubillo y Xosé Cobas. Como ocurre en general, la propia lengua impregna lo que se dice de un modo especialmente personal. 

He tenido el honor de redactar su prólogo, su “Limiar”. Me fue fácil hacerlo porque me bastó con ver lo esencial que todo el libro destila. Se trata de gratitud. Se agradece la vida, las oportunidades que ha dado, la familia en la que uno fue acogido y a la que ahora uno acoge. Se agradece la tierra y el buen “contagio” que los pacientes transmiten. Es incluso desde el agradecimiento que surge la crítica con la decisión política cuando ésta amenaza el ejercicio clínico, la correcta asistencia sanitaria que los pacientes merecen. Tal crítica responde a la posición ética que lo bueno de la vida, eso que tantas veces nos pasa desapercibido, exige de cada uno. Responde también así a la gratitud. 
 
No es poca cosa ser agradecido. Ya se dice y con razón que es de bien nacidos. Y uno puede dar las gracias a muchos o a pocos. Puede darlas a Dios si cree en ese Misterio. Puede darlas incluso sin objeto ni sujeto a quien referir tal agradecimiento. “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”. Así cantaba Violeta Parra. Así lo hizo Joan Baez y así se inicia un libro cuyo título es acertado. Quien lo lea, quien entre en ese saludable pabellón de reposo, saldrá bien restablecido, lo suficiente para agradecer a la Vida lo que en ese brevísimo tiempo en la historia del mundo que es el acontecer biográfico le haya concedido.
           

jueves, 6 de febrero de 2020

El alma del águila.


Es curioso el mundo de las noticias. Hoy supimos del estudio genómico de más de 2.600 cánceres primarios abarcando 38 tipos distintos. Se trata de los resultados del Pan-Cancer Analysis of Whole Genomes recogido por Nature
  
Un gran resultado, de grande, más que de revolucionario, pero importante, a fin de cuentas, ya que el cáncer dista de ser algo comparable a un microbio, por dañino que éste sea.

El cáncer tiene mucho de aleatorio y su “solución”, a no ser que venga de un gran hallazgo empírico, parece requerir una medicina de detalle (tan mal llamada “personalizada”), iluminada por eso, por el estudio genético, y ligada a una integración de miradas, desde la genética, como la recogida en esta colección específica de Nature, a la quirúrgica, pasando por la celular, ejemplificada por los linfocitos T-CAR.

La gran ciencia, la de los grandes descubrimientos, es tan importante como la trabajosa, masiva, de acumulación de datos. Fue importante saber de la existencia de oncogenes en una época en la que algo así fue revolucionario; también lo es obtener datos y más datos sobre todo ese amplio abanico de mutaciones que pueden matarnos en forma de cáncer.

A la vez, también noticia actual, el afán científico se ocupa de reducir algo como el amor maternal a un correlato neuronal. ¿Cuántas veces se nos seguirán presentando hallazgos descriptivos (un correlato lo es) con relaciones explicativas? 

Y parece ya que ningún día, sea hoy, mañana o cualquiera, podremos prescindir de ser asombrados por la estupidez cientificista, esa que llega a medir la belleza masculina  No es nuevo referirse a la proporción áurea para decir tonterías.

Ah, el cerebro, los genes… ¿Cuándo nos hartaremos de la soteriología cotidiana? 

La información es causa y diana de todo, incluso del ser, se nos dice o sugiere insistentemente. La metáfora informativa ha cobrado una fuerza tan grande como pobreza tiene la teoría  de la consciencia centrada en ella, la teoría de la información integrada de Tononi, Koch y seguidores, una teoría que les impone recurrir a un panpsiquismo tan totalizador como absurdo, que ni Teilhard de Chardin soñó y que el propio Koch asume. De ser cierta, cabría legítimamente asociar consciencia al conjunto de eso que puede matar a uno, un cáncer. A fin de cuentas, no mata una sola célula cancerosa, sino un conjunto de ellas, algo complejo, también con su información integrada, en cierto modo como si una neoplasia fuera un neo-individuo consciente desarrollándose en el cuerpo huésped al que derrota tantas veces con la muerte de ambos, una consciencia letal.

Las imágenes cientificistas son el peor ataque que la Ciencia sufre a día de hoy. 

Hay, a la vez, otras imágenes, más realistas y misteriosas que tantos “modelos” científicos, sean de células intencionales o de rostros humanos.

Si en mi anterior entrada me referí a un potro que no se separaba de su madre muerta en una carretera, hoy muchos habremos sido tocados en lo más íntimo al saber de la visita de un águila al cementerio que aloja el cadáver de quien fue su dueño (así dicen, aunque habría que decir más bien amigo inseparable). 

El potro que no se alejaba de su madre, tantos perros que esperan pacientemente en los aledaños de hospitales a sus amigos enfermos, el águila que visita el cementerio, muestran algo físico, pero en el sentido griego. Es la Physis, lo misterioso, lo que ahí contemplamos, esa unión tan extraña como real por la que compartimos los átomos del universo, siendo nosotros tan diferentes por singulares; es eso que podemos percibir como amor. 

Amor animal, de anima, de esa alma que anima al cuerpo impregnándolo, haciéndose cuerpo. Es esa alma que no podrá reducirse jamás a una secuencia de bits ni a una imagen cerebral. Hoy, un águila nos lo ha vuelto a enseñar, aunque consideremos algo tan bello, tan misterioso, como mera anécdota. 

Esa águila nos hace partícipes de la gran posibilidad de tocar el Misterio, indicándonos a la vez que una tumba no es necesariamente signo de un término, sino muestra de que el amor es más fuerte que la muerte, aunque sea amor animal que corresponde a quien a ese animal amó.

sábado, 25 de enero de 2020

AMOR, ANIMA, ALMA ANIMAL.




No entendió de carreteras ni señales de tráfico.

Fue arrollada.

La vida de la que se iba, o que ya se había ido definitivamente, fue acompañada por su potro. También su muerte.

Ninguno de los dos, madre e hijo, habrán pensado propiamente nada. El logos no va con ellos. Son animales.

Y, sin embargo, estamos ante una imagen del alma misma, de la nuestra si sintoniza con la belleza del Cosmos, estamos cara a cara con las profundidades del alma universal. 

Es una imagen en la que se muestra el Amor puro, esencial, el que alcanza el tuétano de la animalidad.

Ante esa manifestación de Amor, que no sabe, que no precisa saber, el saber mismo es sencillamente imposible.

Alguien quizá trate de explicarlo aludiendo a los genes y neurotransmisores de los caballos, a la evolución de los mamíferos. Pero sabemos que quien haga eso no alcanza la inteligencia de un caballo, porque está ciego ante lo elemental, ante la existencia del alma.

El alma se ha revelado en esa imagen conmovedora. Todo está dicho ahí y el “mind – body problem”, que suena tan lindo escrito en inglés, es falso, absurdo, estúpido, ante un problema ajeno a a la ciencia galileana. 

Estamos ante el Gran Misterio. Y su solución no vendrá nunca de manos de la Ciencia. Las preguntas suscitadas sólo serán factibles desde la humildad filosófica, desde el viejo reconocimiento socrático. 

Pero hay algo que es accesible a la sensibilidad vital compartida, la que nos hace Uno con todo lo que existe en este maravilloso e inefable Universo. Se trata del Amor, así expresado, con mayúsculas, del Amor que mueve las estrellas y desconcierta a un potrillo, paralizándolo sobre el cadáver de su madre. 

Se trata del Amor, que siempre, siempre, será más fuerte que la muerte.  

sábado, 18 de enero de 2020

MEDICINA. Átomos de Vida.




Ocurrió de forma gradual y gracias a la ampliación de la mirada al mundo microscópico. 

A día de hoy parece increíble que una lupa nos revele algo nuevo más allá de facilitarnos ampliar la imagen de lo observado. Pero una lupa muy pequeña, construida con una gran precisión por Antoni van Leeuwenhoek, fue el primer microscopio de una sola lente. Con algo tan simple, pero difícil de lograr, descubrió que, en su propio semen, fluía la vida en forma de pequeños “animálculos”, los espermatozoides. En 1675 pudo ver protozoos, unidades de vida o “átomos vivos” según les llamó. Fue acogido por la Royal Society en 1680. También vio bacterias y glóbulos rojos. Todos sus descubrimientos acabaron dando lugar a los cuatro tomos de los Arcana Naturae

El uso de varias lentes convenientemente ubicadas en un tubo, en el que ya cabría hablar de un ocular y un objetivo, permitía una visión microscópica más fácil de efectuar, aunque no consiguiera un poder de resolución claramente superior a la lente de Leeuwenhoek. Así, con un sistema compuesto construido por Christopher Cook, Robert Hooke observó el nuevo mundo microscópico. Hermosas imágenes nunca vistas hasta entonces ilustraron su "Micrographia". El corcho fue una de las materias analizadas con ese microscopio, descubriendo pequeñas cavidades separadas, a las que llamó células. Había nacido así un nombre que acabó siendo revolucionario en Biología.

La continuidad reinaba en las ciencias físicas, en donde el atomismo, formulado inicialmente por Leucipo y Demócrito, y transmitido por Lucrecio, tardaría en imponerse, principalmente con Boltzmann y Einstein (con su trabajo sobre el movimiento browniano). 

Esa continuidad regía en la concepción de la vida. En Medicina, a pesar de los descubrimientos anatómicos, (con el texto de Vesalio “De humani corporis fabrica”, publicado en 1543) regía la concepción humoral en conexión con una visión estructural macroscópica.

Fue en el laboratorio de Johannes P. Müller, donde el botánico Matthias Jakob Schleiden conoció al fisiólogo Theodor Schwann. Juntos propusieron la teoría celular. En 1839 aparecía el libro de Schwann, Mikroskopische Untersuchungen über dieUebereinstimmung in der Struktur und dem Wachsthum der Thiere und Pflanzen.

Esa teoría tenía dos postulados esenciales. Uno residía en afirmar que todos los seres vivos están integrados por células y los productos de éstas. El segundo defendía que las células son las unidades de estructura y función.
Fue Virchow en 1858 quien, en su “Cellular Pathologie” añadió el tercer postulado, diciendo que cada célula proviene de otra preexistente (“Omnis cellula e cellula”). 

Casi cien años más tarde, en 1953, ese atomismo pasó a ser definitivamente molecular con la presentación del modelo del ADN de Watson y Crick .

Hoy sabemos que el término “átomo” no es adecuado porque lo que así llamamos está formado por electrones y protones, estando estos a su vez constituidos por quarks. Lo que sea átomo aleja la mirada a las misteriosas y teóricas “cuerdas”. Pero, a efectos prácticos, el atomismo se refiere al carácter discreto de nuestro mundo y nuestro cuerpo. La materia no es continua sino constituida por átomos, la energía está cuantizada, existen teorías que afirman que no tiene sentido hablar de un espacio-tiempo continuo por debajo de las dimensiones de Planck. Y la vida también es una armonía de discontinuidades. Lo discreto subyace a ella.

Una anatomía macroscópica es entendible a la luz del microscopio, histológicamente, y, mejor aún, como conglomerado de átomos “menores”, las moléculas y macromoléculas en una danza de complejidad que no cesa de revelarse en un grado cada vez mayor.

Ocurre que la visión atomística es esencial, pero quizá haya que establecer niveles pragmáticos de lo que entendemos como “átomo vital”. El reductivismo actual está obsesionado con la mirada al ADN, una mirada que se conjuga con la metáfora informática y que plantea el cuerpo como un hardware codificado por el software de las secuencias de ADN y que soporta el gran software que supone el código neuronal, tan malamente confundido con el alma. Un torpe neo-mecanicismo ha cobrado fuerza y el dualismo cuerpo-alma no solo no desaparece, sino que se ha robustecido del peor modo dando lugar al probablemente falso problema de la relación mente-cerebro.

Las consecuencias del atomismo molecular han supuesto un avance científico, pero también, paradójicamente una parálisis. Si los “átomos” son las moléculas biológicas, los tratamientos serán a su vez moleculares. El escaso desarrollo de la farmacología, cuyos grandes avances han sido más fruto del empirismo que de la perspectiva racional, da cuenta del relativo fracaso de esa visión discreta molecular en todos los ámbitos, desde las crecientes resistencias bacterianas a antibióticos, hasta las insuficiencias en tratamientos psiquiátricos u oncológicos.

La ciencia sigue precisando la mirada filosófica para situarse, para ver con mayor claridad los problemas a los que se enfrenta y no esperar a que surjan, a pesar del lastre que supone la inmersión investigadora en “líneas productivas”.

Hay enfoques que facilitan retomar del mejor modo la mirada hacia el viejo atomismo biológico, el celular. No indaguemos sólo en las moléculas, sino también en las propias células. Ninguna molécula está viva, las células sí. 

En Oncología, la inmunoterapia es una posibilidad contemplada desde hace ya bastantes años. Muy recientemente, precisamente el avance en el conocimiento molecular ha permitido retomar la célula como “átomo” terapéutico. Los avances habidos en el tratamiento de neoplasias hematológicas debidas a la proliferación incontrolada de células B han ido de la mano del uso de otras células, no de fármacos moleculares. Se trata de los ya ampliamente conocidos linfocitos T-CAR . Son células obtenidas del paciente y modificadas genéticamente de modo que expresen en su membrana un receptor quimérico dirigido contra un marcador de superficie (el CD19) que se expresa en las células B (tanto en las normales como en las neoplásicas). Tras su expansión “in vitro” son reinoculadas al paciente. Los resultados obtenidos son altamente prometedores y refuerzan la esperanza en un uso de células modificadas molecularmente en el laboratorio, pero células, al fin y al cabo, como agentes terapéuticos, desplazando la mirada de una visión molecular simplista, aunque con cambios moleculares se juegue.

Son pocos proporcionalmente los trabajos dedicados a la Biología Teórica en contraste con la abundancia de artículos observacionales y experimentales, que inciden especialmente en el aspecto bioquímico (mucho menos en el biofísico) de la vida.

Esa concepción teórica se ha nutrido casi calladamente de la simulación de procesos por ordenador. Es ya muy viejo el “juego de la vida” presentado por Conway y difundido por Martin Gardner, y que ha dado lugar a los llamados “autómatas celulares”, una aproximación o sustitución del cálculo diferencial por elementos discretos que evolucionan en una pantalla de ordenador. Con ellos, Wolfram ha defendido lo que llama un nuevo tipo de ciencia.

Es desde el ordenador que ha surgido un trabajo recientemente publicado en PNAS  y que parece revolucionario. Se refiere a los “biobots”. El objetivo no reside ahí en buscar nuevas moléculas, sino en hacer un nuevo uso de las células, tomándolas como unidades, como átomos, de entes biológicos novedosos dirigidos a fines concretos. El objetivo es topológico; se buscan formas biológicas, pluricelulares y originales destinadas a distintos fines, como si de micro-robots se tratara. 

El trabajo referido utilizó figuras policúbicas, es decir conteniendo N cubos (voxels) y estando cada par de voxels conectados por una cara (un voxel es el análogo a un pixel, pero en tres dimensiones en vez de dos). En el proceso de simulación, los policubos se sometieron a un algoritmo evolutivo destinado a promover la diversidad entre figuras, evitando a la vez la convergencia prematura entre ellas. Se simularon mutaciones que afectaban a cambios de forma y a dos posibilidades de comportamiento de voxels, pasividad o contractilidad, así como las características físicas de entorno. Se plantearon distintos objetivos evolutivos: locomoción, manipulación de objetos, transporte de ellos y comportamiento colectivo. Los modelos resultantes obtenidos (in silico) se copiaron en estructuras biológicas utilizando, mediante microcirugía, agregados de células embrionarias de Xenopus levis, cuyos elementos contráctiles eran las progenitoras de tejido cardíaco. El trabajo ha sido muy impactante porque abre vías a nuevos modos de manipulación biológica. Queda por ver si un aparente exceso de posibilidades futuras relatado al final del artículo es realista o mera promesa inútil.

El cambio de visión, incluso aunque parezca ir hacia atrás, puede resultar muy beneficioso. En una época en que la investigación se decanta en exceso por afanes curriculares y comerciales, con prisas que favorecen las “líneas productivas” y, a veces, con influencias de conflictos de interés, se echan en falta más visiones así, originales. El ADN ya ofreció un buen ejemplo. Estudiado hasta la saciedad como soporte de información genética, Leonard M. Adleman lo contempló simplemente como molécula informativa general, sentando las bases de una computación molecular en paralelo. Y otros lo percibieron como elemento de construcción, desde el que se crearon nanotubos de DNA  e incluso simpáticos origamis

A la vez que hay ausencia de reproducibilidad en muchas publicaciones, se repite lo peor en investigación, insistiendo en la prisa frente a la calma, esa que permite ver de otro modo lo mismo, lo que siempre estuvo ahí... esperando a la curiosidad. Una ciencia infantiloide tantas veces precisa recuperar paradójicamente la mirada infantil.



jueves, 2 de enero de 2020

La Alegría







“Freude, schöner Götterfunken: Tochter aus Elysium”
(Schiller)

Dura poco, igual que un relámpago, un chispazo, pero es algo propio de los dioses y que, a veces, nos es concedido. 

No es la felicidad, no precisa siquiera la altura del éxtasis místico; no es, desde luego, ninguna clase de ataraxia. No puede confundirse con la exaltación maníaca. No es sosiego. Tampoco tiene que ver con el placer derivado de una química cerebral alterada por drogas, aunque esa química se altere. 

Es un instante de comunión con los animales, con las plantas, con la arena, con el mar, con las estrellas, en la eternidad divina. Se relaciona con el enamoramiento, con el estremecimiento, con el temblor de la vida tan frágil como resistente y hermosa. Bella chispa divina, escribió Schiller y nos recuerda Beethoven.

Y, por ella, por la alegría, tan eterna como fugaz, pagaremos, cuando no exista, un precio que valdrá la pena a pesar de todo; pagaremos con la nostalgia, también con el miedo a la muerte, que será recordado en el frío de la tristeza, del absurdo con que tantas veces se muestra la vida. 

Lo divino desconoce la muerte, y la alegría supone esa participación de saberse eternamente vivos, aunque seamos mortales. Algunos la verán como insensatez o cosa de la juventud, pero valdrá la pena. 

Dura poco. O no. O no, porque, tal vez, por su carácter divino, sea asumible pensar en una perfecta alegría, la asociada al comportamiento ético, como la que recoge el hermoso libro “Las florecillas de San Francisco”. Y quien hizo posible el propio cristianismo, San Pablo, en su carta a los filipenses (Flp.4,4), insistía en estar alegres en Dios. Aunque expresado como imperativo para otros, San Pablo parecía transmitir su propio imperativo personal, absolutamente espontáneo, que induce a quien ha alcanzado esa perfecta alegría, que presagió a la franciscana, a tratar de contagiar su estado. 

Quizá resida en eso una diferencia entre el cristianismo y el budismo, la de asumir una rara alegría y no conformarse con la serenidad, no siendo ésta poca cosa. 

El mundo es demasiado misterioso y, paradójicamente, lo es más cuanto más próximo, cercano, cotidiano, nos resulta. No sólo las estrellas lejanas, también la propia mesa en que nos apoyamos, el libro que leemos, el cuerpo que tenemos, son continuidades solo aparentes por estar constituidas por un amasijo de discontinuidades minúsculas. Si lo desconocido es enigmático, lo que creemos conocer es misterioso. Y el misterio aumenta con el grado de conocimiento. Cada célula se hace más misteriosa cuanto más creemos entenderla. Y estamos constituidos por millones de ellas, que mueren, renacen, permanecen, desafiando, aunque sea a veces malamente, el caos letal.

La alegría es fulgor divino porque surge del encuentro con lo claramente Otro y que,a la vez, nos permea, llamémosle como le llamemos, seamos creyentes o ateos, pero un otro más misterioso cuanto más cotidiano. Es ese otro que se muestra con una sonrisa, la de cualquier niño ante el mundo que empieza a percibir al poco tiempo de nacer. 

Todos los días tenemos ocasión de ver una sonrisa así. Y eso es suficiente; nada más es necesario para poder, quizá, quién sabe, sostenernos ante la tempestad del absurdo.