"Die Rose ist ohne Warum.
Sie blühet, weil sie blühet."
Sie blühet, weil sie blühet."
Angelus Silesius
Et voilà. Un
paréntesis en el relato mítico cientificista del progreso incesante. Ya no
hablan en los telediarios del gen recién descubierto o del artificio que usan
las células para esconderse o de cómo podríamos inducirlas a suicidarse, con publicaciones
en Nature y demás que augurarían la curación del cáncer o, como dijo algún clarividente,
“la muerte de la muerte”.
Ahora no somos
nosotros quienes jugamos con células o con adenovirus vectores de terapias
génicas. Ahora resulta que un virus diferente, tipo ARN, que siempre pinta mal,
puede aguarnos la fiesta. Ese virus es peor que los ladrones que pedían “la
bolsa o la vida”. Este virus nos pide las dos cosas, la Bolsa, que cae en
picado, y la Vida de muchos.
Es geométricamente
hermoso, tanto como dañino, aunque menos malo que algún primo suyo responsable
de la mal llamada “gripe española” que hace poco más de un siglo se llevó por
delante a mucha más gente que la guerra mundial de esa época.
Luce bien al
microscopio electrónico, con su corona espiculada, preparada para introducirlo
en nuestras células y reproducirse en ellas.
Es seguro que,
como especie, sobreviviremos a ese ataque que, en nuestro país, está ahora
mismo en plena fase exponencial, a pesar de contenciones, reforzadas en “focos”
y de situaciones “controladas”. Pero habrá gente que llore (o lloremos) por
culpa de algo que incluso se discute si es vivo o no ya que propiamente solo se
reproduce gracias a células, a las nuestras en este caso. Eso, un virus, sí que
es la plasmación real de la metáfora informativa. Desde la visión antropocéntrica,
hasta Dawkins tiene razón, estamos ante un gen egoísta (un genoma más bien, un
tanto reducido), muy, muy egoísta, y que entra en pleno narcisismo procreador atacándonos
porque "ve" en nuestros cuerpos un excelente caldo de cultivo y en el genoma de nuestras
células un ordenador a su servicio.
Las consecuencias
van siendo sabidas. La mayoría de los infectados sobreviven prácticamente sin
darse cuenta de la enfermedad; otros la sufren y tienen que ser hospitalizados.
Algunos incluso se mueren. Como antes de la época científica. ¿Cómo es posible?
Y no hay nada que
hacer más allá de medidas de prevención, siendo muy discutibles las tomadas,
por ausentes o insuficientes, y confiar en que el cambio estacional atempere
ese peligro vital. ¿Quién lo iba a decir? Casi como en el siglo XIV, aunque
entonces, en vez de un virus, fuera la Yersinia, un personaje que requería la
complicación de vectores intermedios como las pulgas de ratas, cosa que el
virus, mucho más elegante, no precisa.
Y resulta que
algo así nos sitúa en nuestra fragilidad, en nuestra miseria. Nos iguala a
todos por una vez, como la hermana muerte. Cosa de chinos, pensábamos muchos a
principios de enero; cosas de autoritarios que cierran una ciudad superpoblada.
Quién iba a decir que en la hermosa Italia se instalara eso, algo que recuerda
lejanamente a la película “La cosa”. ¿Qué hace en Italia, fuera de donde debe
estar? ¿Y qué hace Italia, país culto, europeo, avanzado, rico en memoria
histórica? Cerrarse al mundo, pasar a la cuarentena total. Y no solo eso, nos señala
a la vez que otro país, el nuestro, la seguirá en unos cuantos días en su
evolución si Dios no lo remedia, porque la ciencia, que tanto sabe ya del
virus, justo es reconocerlo, es impotente aquí y ahora para luchar contra él de
forma claramente superior a cómo se hacía en la Edad Media, salvando, eso sí,
los avances higiénicos de limpieza.
¿Por qué? Es una pregunta tan natural como inútil. Así
es la vida. Como decía Angelus Silesius, “la rosa es sin porqué, florece porque
florece”. Así ha sido y así será. Cae un meteorito, se produce un brusco cambio
climático y los grandes dinosaurios desaparecen, a la vez que pequeños
mamíferos siguen su rumbo. Acabamos apareciendo. Somos fruto del azar. O no
solo eso, pero ahí ya entra la creencia de cada cual.
Desde la fe, un
Deus absconditus, un Deus ludens, juega a los dados con el Universo a todas las
escalas, desde el ámbito de las partículas hasta el caos clásico. Somos
resultado de ese juego divino, que algunos vemos como amoroso, lo que no excluye la perspectiva trágica, al contrario; más bien sostiene la posición de la rebeldía, de la desmesura.
Y un simple virus
nos muestra como seres frágiles, trágicos, que pueden rebelarse contra la
adversidad y, a la vez, ayudar a otros en medio de ella. De ahí, de esa
rebeldía y fraternidad procede a la vez, en medio de la ignorancia y fragilidad
que nos es constitutiva, también nuestra grandeza, pues podemos, a pesar de
todo, disfrutar de la música, de las flores y las estrellas. Podemos, a pesar
de todo, amar y quizá hasta llegar a saber morir cuando eso ocurra (que no hay prisa),
sabiendo que hemos sido habitantes de un mundo maravilloso, y responsables,
para bien y para mal, de su cuidado.
Excelente! Muy bien expresado! Gracias por compartir
ResponderEliminarMuchas gracias, Cristina.
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