sábado, 28 de marzo de 2020

MEDICINA. Ser Virus





La planta del tabaco sufre enfermedades que hacen que sus hojas tomen unas ondas de coloración extraña, en mosaico. Se suponía que se trataba de infecciones, pero … ¿dónde estaba el germen?

Charles Chamberland había creado un filtro de porcelana con un tamaño promedio de poro que no podían atravesar bacterias. Sin embargo, filtrando por ahí un extracto de plantas de tabaco “enfermas”, Dimitri Ivanovski vio que el líquido resultante seguía siendo infeccioso, aunque no se apreciara en él una sola bacteria. Se pensó en una toxina como causante de la enfermedad de las hojas del tabaco. Y de ese nombre, toxina, pero en griego, derivó un término bien conocido ahora, virus, otorgado por Beijerinck, quien repitió en 1899 los experimentos de Ivanovski. 

Virus. Algo referido a un germen infeccioso filtrable. Había una base racional para llamarle así, aunque no pudiera verse con los mejores microscopios ópticos de entonces. Émile Roux en 1903 se refirió a los “êtres de raison”, organismos cuya existencia podía deducirse de sus efectos, aunque no pudieran detectarse de modo directo.

Fue la llegada del microscopio electrónico la que permitió “ver” virus en la década de los treinta. Se vieron, se clasificaron, se identificaron algunos como agentes etiológicos de distintas enfermedades, se llegó a pensar erróneamente que todos los tipos del cáncer eran causados por virus (algunos sí); se pudieron cultivar en embriones de pollo, en líneas celulares y, desde esos cultivos, por pases sucesivos que atenuaban el poder mórbido de algunos virus, se lograron vacunas, conociendo ya a qué se enfrentaban, cosa que no le fue concedida a Pasteur con su vacuna contra la rabia.

Y la historia siguió. 

Y quién lo iba a decir, los virus, agentes infecciosos de plantas y animales, lo eran, a su vez, de bacterias. Fueron precisamente éstos, los virus bacteriófagos, los "fagos", los que permitieron un modelo experimental excelente para ir comprendiendo las bases de la Genética. 

Los virus, entes infecciosos, no se parecían a los gérmenes “convencionales”. Las bacterias pueden crecer “solas” en medios nutritivos. Koch hizo el gran descubrimiento metodológico de lograr crecimiento bacteriano en superficie, fuera en un trozo de patata o, más eficazmente, en un soporte de agar suplementado con nutrientes.  Un crecimiento en colonias, a partir de las que hacer identificaciones morfológicas y bioquímicas. Pero algo así no ocurría con los virus. Sean bacteriófagos, del mosaico del tabaco o del SIDA, los virus son absolutos parásitos. Sólo se multiplican en el interior de una bacteria, de una célula. El crecimiento de “fagos” puede verse en placas de agar, pero como halos equivalentes al vacío que dejan las bacterias destruidas.

Fuera de ese entorno celular, pueden conservarse, cristalizar, congelarse, permanecer, pero no multiplicarse. Fuera, son inertes.

¿Están vivos? Muchas veces se ha hecho esa pregunta, desde que se cree que la vida es eso, reproducción.

Nuestra concepción de la vida sigue siendo antropomórfica. No hemos avanzado en eso. Si algo se reproduce, parece que vive y, en caso contrario, no. 

El triunfo de la perspectiva atomística no sólo se dio, para bien, en los ámbitos de la Física y de la Química. También fue exitoso en el mundo de la vida. Para bien y para mal. El “átomo vital” acabó siendo la célula, como bien formuló Virchow. Más tarde, la influencia poderosísima del libro de Schrödinger (“¿Qué es la vida?”) hizo que investigadores procedentes de la química y de la física se volcaran en la búsqueda del supuesto cristal aperiódico, soporte de la información vital. Y lo lograron. En 1953, la presentación del modelo del ADN, por parte de Watson y Crick, en el contexto de experimentos como el de Harshey y Chase (el más elegante de la Biología Moderna) y de los que condujeron a la elucidación del “código genético”, sentaron las bases de una Biología Molecular, en la que el átomo vital ya no era la célula, sino la molécula informativa, el ADN. 

Pero, si consideramos la célula como unidad vital, sea eucariótica o bacteriana, tenemos un problema. ¿Es un virus algo vivo? Están los tiempos como para decir que no, en plena pandemia provocada por uno de ellos, por un coronavirus.  Y, sin embargo, solo así, invadiendo células para hacer copias de sí mismo, puede hablarse de un virus como de algo vivo según la concepción clásica.

Tal vez uno de los problemas que tengamos con la vida parezca erróneamente mucho más filosófico que pragmático. No sabemos definirla y, por ello, no la identificaríamos en otro planeta a no ser que sea muy parecida a la surgida en la Tierra. Tenemos el esquema celular impregnado en las mentes. Y en él un virus se hace problemático. Sin embargo, todo cambia si descartamos la concepción atomística por un momento y concebimos la vida como algo que abarca a todas sus manifestaciones. En ese sentido, un virus vive con (incluso aunque acabe siendo contra) bacterias, células, nuestro cuerpo mismo.

Hoy nuestros cuerpos son los potenciales medios de cultivo del coronavirus. Así es la vida, podría decirse en realidad. No se trata de amigos y enemigos, lo que deja fuera de lugar la pobre metáfora belicista en que nos movemos: la lucha contra el coronavirus, la lucha contra el cáncer… Ese es un criterio de la vida individual, pero la vida va más allá de lo atomístico, de lo individual. Aunque sea discreta, clasificable, modificable, se guarda un misterio, el “qué” es. 

La selección natural, que tantos han identificado con un demiurgo finalista, craso error, simplemente ubica las cosas, facilitando una evolución ciega, de la que resultamos por una serie de contingencias, del mismo modo que podemos extinguirnos también como tantas otras especies lo hicieron antes. 

¿Y ahora qué? Ahora nos vemos inmersos en la efervescencia de una forma de vida que sigue su curso y, lamentablemente para nosotros, ha topado con un medio de cultivo interesante, nuestras células, nuestros cuerpos, en los que se puede dar una reacción inmunológica que, en vez de “defensiva”, puede resultar catastrófica para nuestros pulmones, para nuestra vida. 

No hay sentido. O sí, pero eso ya entraría en el ámbito de la creencia. 

Ese virus ha puesto el mundo patas arriba. El mito cientificista del progreso incesante cesa en su delirio. Retornamos, ya con criterio sensato, a la esperanza en que la ciencia resuelva más pronto que tarde algo para lo que estamos a día de hoy tan preparados como lo estaban en 1918 frente a la gripe española. Esperamos, eso sí y con fundamento, que 2021 sea bien diferente a 1919.

El virus no tiene finalidad; es un ente. Nosotros le conferimos, le facilitamos propiamente el hecho de ser, de ser en nosotros, quién lo iba a decir, incluso de ser nombrado. Nosotros le dotamos de un poder maligno, el que nos dispersa, el que nos retiene confinados, el que hunde nuestra economía, el que nos puede matar, el que ve al otro como potencial portador de muerte, como enemigo. 

No habíamos caído en que la vida es como el viento evangélico, que sopla donde quiere y no sabemos de dónde viene ni a dónde va. 

Anclados en la perspectiva atomística y en el delirio de supremacía biblicista (el Génesis no se ha ido de mentes ateas), un simple virus toma su ser de nuestros propios cuerpos. Y, bien podría decirse, a la luz de la tragedia asociada a esas muertes que no pueden velarse, a esos cadáveres que no se tocarán, que también toma su ser de nuestras almas. 

Acontece, es, por nosotros, que nos creíamos invulnerables a epidemias y, ya no digamos, a pandemias, como algo del pasado.

Y, si no aprendemos la lección, acabaremos “salvando” el planeta… sucumbiendo como especie. Hay muchas más que son salvadoras potenciales de la Tierra, sin saberlo.

2 comentarios:

  1. Gracias, querido Javier, por tus claras y muy didácticas entradas. Esta vez sobre los virus.
    Quien nos iba a decir que nos encontraríamos en estas circunstancias? Ojalá me equivoco, pero, a pesar de los pesares, dudo mucho que aprendamos la lección. Quien nos iba a decir que a estas alturas, en cierta medida, estemos glosando un elogio de la cultura de los "Hikikomoris"?
    Espero que, igual que nosotros, esteis bien. Un fuerte abrazo y, más que nunca, salud.
    Fidel

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    1. Querido Fidel,
      Muchas gracias a ti. Pues sí, todos como hikikomoris.
      Me alegra mucho saber que estáis bien. Nosotros también.
      A ver si se dan pasado estas miasmas. Ya ves, tanto cientificismo salvífico, viene un virus y arrasa con todo cuanto plan pudiera hacerse. Ahora queda esperar en la ciencia, pero en la de verdad y no en la de fantasía ni en la de brillos curriculares.
      Un fuerta abrazo y, como dices, Salud !!
      Javier

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