Ya lo sabemos. Es a las 20 h. cuando toca salir a las ventanas a aplaudir
al personal sanitario. Sabemos de su abnegación, pero también esa “solidaridad”
expresada en las ventanas es un recurso ante el confinamiento. Por un momento, descubrimos
que tenemos vecinos, que nosotros mismos lo somos (aunque sea un instante) y se
aplaude a héroes.
Los aplaudidores se sienten hermanos en su confinamiento. Hay
quien toca algo alegre. Y, de vez en cuando, hasta se oye una canción que ya se
califica de himno de estos tiempos y que interpretaban dos jóvenes que hacían
furor entre las chicas cuando Franco vivía, “resistiré”. ¿Resistiré qué? No lo
sabemos; estar en casa, no poder ir a tomarse unas cañas, lo que resiste todo
el mundo, lo que sea. Todos como el junco ese que se dobla, pero siempre sigue
en pie. Resistiré. Emocionante.
Ah, cómo emocionan esos aplausos. Hasta las lágrimas. Todos dentro de casa,
en donde hemos descubierto que podemos hacer de todo, incluso correr, y hasta
descubrir cosas nuevas, como ordenar libros o ver películas, tareas insospechadas
hasta ahora.
¿A quién se le aplaude? Pues a esos héroes que vemos en la televisión
realizando su abnegada tarea en los hospitales, pero siempre y cuando estén ahí,
no justo debajo de casa. Y es que hay héroes que no dan entendido que serlo
supone vivir en el hospital y no acercarse a su casa, porque lógicamente asustan a vecinos,
como seres potencialmente contagiosos. ¿Cómo se atreven a hacerse visibles en
la calle, para ir o salir de casa, rompiendo el estado de alarma? Comprensible es
que les caigan toda clase de improperios (a ellos o a sus madres, culpables de
su existencia). Los héroes son para el cine o para los telediarios. Es a esos a
los que siempre se aplaudió y a los que se aplaude ahora desde las ventanas de
casa. No a la enfermera que regresa a la suya desde el lugar heroico que ha
abandonado por unas horas. Lo que recoge un artículo de “Redacción Médica” es
para nota.
Los héroes hasta atienden a viejos. Pero, si a los héroes solo se les quiere a distancia, en la tele, a los viejos contaminados también. Lógico que vecinos de La Línea lo afirmaran con rotundidad, a pesar de la incomprensión de la policía.
Hay aplaudidores que, en su justa ira, insultan a presuntos transgresores
de la norma higiénica. Ya se la juegan teniendo que ver que hay gente que saca
a sus perros a veces. Bueno, es perdonable, admisible, en su gran comprensión
humana. Pero lo que no tiene nombre es que se saque a tomar una bocanada de
aire a niños, diciendo que son autistas. Muchos no sabrán qué es eso, otros lo
habrán visto en la Wikipedia o se habrán enterado por televisión. Hasta “The
Good Doctor” es autista. Y entonces, vale, que salgan un rato, pero que se les controle
y no solo por la policía sino por todos los aplaudidores que se autorizan a sí
mismos como agentes del orden. Es sencillo, basta con que los autistas y sus
padres lleven un brazalete azul. Y, aun así, a ver… De extrapolar eso al personal sanitario, éste tendría que
llevar también un brazalete blanco o algo que indicara su profesión, que ya no
sería reconocida como admirable, sino como opción de pecado de potencial
contaminación contagiosa. ¿Se les aplaudiría?
Desde un lado y otro entramos otra vez, quién lo diría, en la valoración
del estigma hecho marca. Como en los viejos tiempos, en los que había gente con
la estrella de David bien puesta para ser reconocidos como los apestados, los Untermenschen.
Como si tuviéramos poco con el coronavirus apátrida (a pesar de que Trump diga
de él que es chino), resurgen temores y odios, que no hacen distingos entre estigmatizados
(como no se hicieron en la Alemania nazi) más allá de la marca segregadora que muestra el
supuesto peligro de contaminación, de mezcla de sangre pura con fómites de
impureza, por parte de médicos, ciejos contagiados, farmacéuticos o autistas.
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